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lunes 4 de abril de 2011

A 20 AÑOS DE LA CONVERTIBILIDAD: LAS ENSEÑANZAS QUE NOS DEJA

La convertibilidad ha sido demonizada, cuando en realidad solo fue una regla monetaria que no podía por sí misma corregir problemas estructurales. Cuáles fueron los errores de su implementación y que enseñanzas nos deja.

En 1991, cuando se anunció la convertibilidad, tenía una columna los días domingos en el diario La Prensa. Luego, en 1992, cuando Maxi Gainza vendió el diario, comencé a escribir una columna semanal para El Cronista hasta el 2001. En los archivos de El Cronista están todas mis notas del período de la convertibilidad, de manera que puedo escribir con total tranquilidad las siguientes líneas sobre la tan demonizada convertibilidad.

Hoy se habla de la convertibilidad como si hubiese sido la peste, sin embargo, las críticas mezclan todo y no tienen en cuenta que la convertibilidad fue solo una regla monetaria. Que puede gustar o no, pero solo una regla monetaria que, como tal, no podía modificar la legislación laboral, el gasto público, la política impositiva, etc.

Como regla monetaria, la convertibilidad funcionaba en forma parecida a la Caja de Conversión que tuvo Argentina entre fines del siglo XIX y principios del XX. En esa época la conversión era a oro. En la convertibilidad la conversión era al dólar. Es decir, en el siglo XIX y principios del XX el respaldo de los pesos en circulación era el oro, en los 90 el dólar.

Como regla monetaria la convertibilidad establecía que el Banco Central o la Caja de Conversión entregará tanto oro o dólares a cambio de una determinada cantidad de pesos en circulación si así alguien lo deseaba. Y aquí viene una de las críticas que le hacía a la convertibilidad en esos años. Cuando se decidió entrar en la convertibilidad, se entró a una paridad en que se sobrevaloraba el peso. Es decir, se entró con un dólar barato. Casi al mismo nivel que tuvo el tipo de cambio al final de la tablita cambiaria que finalizó en febrero 1981. Para que tengamos una idea, si traemos el tipo de cambio real a febrero de 2011, nos da que el dólar de enero de 1981 era de $ 2,42 actuales y en abril de 1991 era de $ 2,91 actuales. En los últimos 40 años hay tres puntos mínimos de tipo de cambio real: a) el fin de la tablita cambiaria en enero de 1981, b) la convertibilidad y c) el tipo de cambio actual. Sí, aunque Ud. no lo crea, en términos reales hoy el tipo de cambio está en uno de los puntos más bajos desde enero de 1970, junto con la convertibilidad y la tablita cambiaria.

Como decía antes, cuando uno entra en convertibilidad sabe que no va a poder emitir moneda para financiar al tesoro o al sistema financiero. La Caja de Conversión se limita a entregar pesos o dólares dentro del tipo de cambio fijo en que se estableció la convertibilidad.

El problema que tiene todo ingreso a una convertibilidad es definir el tipo de cambio al que se ingresa. Y ese fue uno de los grandes errores de ese momento. Así como Inglaterra volvió a la convertibilidad luego de la Primera Guerra Mundial con una libra sobrevaluada, sobrevaluación que luego le trajo problemas en la crisis del 29, en 1991 se optó por entrar con un tipo de cambio muy bajo a la convertibilidad. De ahí en más, por definición Argentina iba a ser cara en dólares.

El segundo gran error de esos años fue tener convertibilidad con déficit fiscal. En 1994, cuando Menem buscaba la reelección, incrementó el gasto público y entró en déficit fiscal. Como el Banco Central no podía emitir moneda para financiar el gasto por la ley de convertibilidad, el endeudamiento comenzó a crecer velozmente. De esta forma el Estado tomaba crédito en dólares en el exterior, los colocaba en las reservas del Central y contra esas reservas emitía pesos. O si se prefiere, el gobierno tomaba deuda, le vendía los dólares al Central y este le entregaba pesos que estaban respaldados por las reservas que le entregaba el tesoro. Al utilizar este mecanismo de financiamiento del déficit también crecía el gasto y aumentaba el déficit porque al aumentar el stock de deuda, automáticamente crecía el gasto público por mayores intereses a pagar y, por lo tanto, el déficit se agrandaba. Esa fiesta podía seguir mientras el ahorrista japonés, alemán, italiano, americano, etc., nos financiara con sus ahorros el aumento del gasto público. Cuando se acabó el crédito estalló el sistema porque no había forma de financiar al tesoro. Pero nuevamente, la convertibilidad, como regla monetaria, no fue la culpable del endeudamiento creciente, sino que fue el constante incremento del gasto público.

Recuero que en esos años escribía mi columna en El Cronista. En un período estuvo Dardo Gasparré como director del diario y luego Néstor Scibona y los tres nos cansábamos de escribir sobre este problema del gasto público, el déficit fiscal y la inconsistencia con la convertibilidad. Casi aburríamos con el tema.

Ahora bien, como regla monetaria la convertibilidad no fue culpable del nivel de gasto público, de la presión impositiva que ya en esos años era altísima, de marcos regulatorios de privatización que en algunos casos fueron espantosos y en otros muy buenos, ni de la corrupción. Insisto, la convertibilidad fue una simple regla monetaria que tuvo dos errores de implementación: a) la elección en que se entró a la convertibilidad y b) combinar convertibilidad con gasto público en alza y déficit fiscal creciente.

Obviamente que al entrar con un dólar barato a la convertibilidad uno de los efectos inevitables fue tener déficit de balanza comercial. Si bien es cierto que la soja no estaba a U$S 550 como ahora, el tipo de cambio barato hacía que se tuviera déficit de balance comercial (exportaciones menores a las importaciones). Al mismo tiempo, al crecer la deuda pública subían el monto de los intereses en dólares a pagar y el déficit de cuenta corriente aumentaba constantemente. Por eso en esos años se habla de los déficits gemelos. Había déficit fiscal y déficit de cuenta corriente del balance de pagos que había que financiar con deuda externa. La famosa deuda que fue impagable hacia fines del 2001 cuando desde el exterior nos dijeron no hay un dólar más para financiar su fiesta.

Tengo la impresión que Cavallo entró en la convertibilidad porque no tuvo más opciones. Recuerdo que en enero de ese año intentó hacer una especie de convertibilidad móvil donde fijaba un tipo de cambio más alto que surgía de dividir la base monetaria por las reservas en dólares que en ese momento tenía el BCRA y otro tipo de cambio más bajo que surgía de dividir la base monetaria por las reservas en dólares más las reservas en oro. A su vez, esa banda cambiaria se movía hacia arriba en el tiempo como una especie de devaluación pautada en la que se fijaba la tasa de expansión monetaria contra las reservas del Central.

Esta especie de convertibilidad móvil no generó confianza y, si mal no recuerdo, a mediados de marzo de 1991, creo que fue el viernes 19 de marzo, hubo una fuerte corrida cambiaria. La gente quería dólares y no los australes que emitía el BCRA. El mensaje del mercado era que había elegido el dólar como moneda y no el austral que regía en ese momento. Fue entonces que se decidió entrar en la convertibilidad que, curiosamente, tuvo un impacto muy fuerte en las expectativas de la gente. Pero el dato relevante es que la convertibilidad mostró que la gente no creía en la moneda que emitía el Central y quería el dólar como moneda. Por más que hoy muchos despotriquen contra la convertibilidad, esos mismos adoptaron el dólar como moneda y no los papeles que imprimía el Central.

Recordemos que en 1989 habíamos tenido hiperinflación, que en diciembre de ese año se hizo el plan Bonex que confiscó parte de los depósitos bancarios y que a principios de 1991 la tasa de inflación estaba en el orden del 30% MENSUAL.

Una vez establecida la convertibilidad, la tasa de inflación bajó rápidamente, si bien en el primer año siguió siendo inconsistente con el tipo de cambio fijo de la convertibilidad, lo cual le sumó un problema adicional al tipo de cambio real bajo en el que se entró a la convertibilidad.

Las dos inconsistencias básicas fueron, entonces, el tipo de cambio que se eligió y en segundo lugar aumentar el gasto y tener déficit fiscal.

Ahora, también hay que reconocer que la convertibilidad, como regla monetaria, se bancó la crisis del tequila en 1995, la del sudeste asiático en 1997, la rusa de 1998 y la devaluación del real en enero de 1999. Si hoy hubiese esa seguidilla de crisis internacionales, la economía ya hubiese estallado en mil pedazos.

Pero el problema estaba en el nivel de gasto público y en el déficit fiscal. Muchos querían devaluar para licuar el gasto público y otros buscaban otro mecanismo para evitar la devaluación. Recuerdo que en la campaña electoral de 1999 Duhalde proponía abandonar la convertibilidad y De la Rúa no. Creo que el miedo a una devaluación, con la gente endeudada en dólares, fue un factor importante para que Duhalde perdiera las elecciones de ese año.

¿Era inevitable la devaluación? En rigor el problema fue el pecado original de elegir un tipo de cambio muy bajo para entrar en la convertibilidad, pero tal vez se  podría haber salido de ella en un contexto político diferente y con plan económico que generara confianza. Si junto con la salida de la convertibilidad si hubiese bajado el gasto público y mejorado su calidad, flexibilizado el mercado laboral y reducido la carga tributaria, la salida hubiese sido menos traumática.

Algo de eso intentó hacer Ricardo López Murphy para evitar la devaluación, en su meteórico paso por el ministerio de Economía. Cuando lo reemplazó a Machinea propuso una rebaja del gasto en términos nominales de unos U$S 3000 millones. La mayoría de los políticos y de los medios le saltaron a la yugular y tuvo que irse.

Cuando llegó Cavallo, propuso una especie de salida de convertibilidad incluyendo otras monedas de respaldo al peso que creo que llamó factor de convergencia. Esa propuesta no generó confianza y al no corregirse el problema del gasto la situación se agravó. Un último intento fue el anunció del déficit cero, cuando finalmente hubo que bajar las jubilaciones, los sueldos de los empleados públicos y algún otro rubro. Pero ya la confianza en el gobierno estaba rota al punto que el Congreso sancionó una ley de intangibilidad de los depósitos. ¡La mejor forma de avisarle a la gente que los depósitos iban a ser tangibles!

Luego vinieron el corralito, a mi juicio otro error, porque hubiese sido menos costoso dejar que los bancos arreglaran con cada uno de sus depositantes la forma de devolverles los dólares, que impedir el retiro de los mismos de los bancos. Posteriormente la suspensión del pago de la deuda, la devaluación y el corralón. Pero toda esta historia es motivo de otro artículo.

Lo concreto es que, desde mi punto de vista, la convertibilidad no la impuso tanto Cavallo como el mercado al elegir el dólar como moneda. Cavallo se limitó a seguir los mandatos del mercado y cuando digo el mercado digo la gente que se agolpaba en las casas de cambio. El otro punto a destacar es que la convertibilidad fue solo una regla monetaria que frenó la inflación pero no podía corregir por sí misma las ineficiencias del resto del sistema económico.

Pero pensando hacia adelante, la convertibilidad y lo que nos pasa hoy, nos obliga a elaborar algún sistema monetario hacia el futuro. Sería impensable volver a una convertibilidad para taclear la inflación que el gobierno se empeña en negar. Nadie creería en que el Estado cumpliría con su palabra (un ejemplo concreto de para qué sirven las instituciones). De la convertibilidad pasamos a un Banco Central setentista que cree que el crédito se imprime en papeles pintados. Así como la convertibilidad sobrevivió varios años gracias al endeudamiento, este engendro económico sobrevive gracias a la santa soja.

Si una moneda confiable, el sistema económico no puede funcionar adecuadamente. No puede haber crédito de largo plazo a tasas pagables, se hace imposible el cálculo económico y la lucha por la distribución del ingreso se vuelve salvaje.

¿Qué opciones tenemos? No muchas, pero proponer una nueva política monetaria es tema de otra nota. A 20 años de la convertibilidad, esta nos deja dos enseñanzas: a) uno no puede fijar arbitrariamente el tipo de cambio sin consecuencias sobre el sector real de la economía y b) si el gasto público se dispara, hay déficit fiscal, y tipo de cambio fijo o casi fijo, se podrá financiar con deuda o con soja a precio alto, pero seguro que termina mal.