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jueves 15 de diciembre de 2005

¿Adónde nos conducen?

Paso a paso y silenciosamente, estamos siendo conducidos hacia un modelo económico y político que repudia al capitalismo, niega el liberalismo y se opone a la globalización y el libre comercio.

Una rápida sucesión de hechos ha comenzado a preocupar a una parte significativa de ciudadanos que están entreviendo ciertas intenciones que hasta ahora no se habían manifestado.

Desde la misteriosa y nunca aclarada violencia que se abatió sobre la estación ferroviaria de Haedo hasta la tan traída y llevada conducta del ex canciller y nominado embajador en Francia, surgieron claros indicios que permiten distinguir, como un “bozzetto sfumato”, hacia dónde pretenden conducirnos.

Especialmente iluminadoras son las declaraciones de Rafael Bielsa, porque por razones de oficio conoce muy bien el alcance y contenido de las palabras que usa. Reiteradamente ha dicho que la gente “no lo votó a él sino al proyecto que encabeza el presidente” y ha asegurado que “creo y milito en el proyecto del presidente y no me importa si se perjudica la proyección de mi carrera porque yo adhiero a esta gesta en la que creo”. Jamás se había oído tamaña subordinación a las órdenes presidenciales y jamás habrá soñado Kirchner que la obediencia debida, que él anatematiza, sería proclamada para ratificar una sumisión tan intensa hacia el superior jerárquico porque “al presidente nunca se lo contradice”.

Acto seguido a tales declaraciones, en el acto protocolar de ingreso de la república bolivariana de Venezuela al tratado de Montevideo, su parlanchín presidente declaró la necesidad de politizar el MERCOSUR para convertirlo en un espacio económico socialista, una especie de “Comecón” al estilo latinoamericano.

Tales manifestaciones iluminaron profusamente la escena.

Estamos siendo conducidos paso a paso y silenciosamente hacia un modelo económico y político que repudia al capitalismo, niega el liberalismo y se opone a la globalización y el libre comercio. Con suma precisión podría denominárselo: social-mercantilismo.

El social-mercantilismo que ha sido inventado en la China comunista quiere un gobierno fuerte donde no dominen las instituciones sino el partido, no necesariamente un Estado fuerte, porque basta y sobra con que lo sean el gobierno y un grupito de oligarcas oligopolistas, integrantes de la nueva burguesía nacional, con quienes es posible negociar y compartir resultados. El resto de la sociedad civil sólo son usuarios o consumidores, es decir meros dependientes del patrono público y los grandes patrones privados.

El social-mercantilismo tiene nostalgias del socialismo de Estado, pero se ha modernizado y logrado enlazar las ideas socialistas con las ideas de un neocapitalismo prebendario, lo que permitió establecer un mercado dirigido por los funcionarios y cerrado a toda influencia extranjera.

Por eso, el social-mercantilismo defiende las empresas privadas siempre y cuando estén asociadas con el gobierno, pero no acepta la movilidad social que iguala hacia arriba permitiendo que quienes están sumergidos en la miseria puedan escalar posiciones.

El social-mercantilismo defiende la integración regional si se produce entre quienes piensan ideológicamente igual aunque rechaza el libre comercio.

El social-mercantilismo defiende los derechos humanos de aquellos que tienen capacidad para alterar el orden público, pero nunca jamás el de las víctimas de crímenes violentos, ni el de los niños por nacer o los ancianos depositados en deplorables geriátricos.

El social-mercantilismo quiere influir en la justicia para garantizar los derechos de los que cometen delitos, desinterándose por quienes son agredidos por delincuentes que reinciden.

El social-mercantilismo no tolera que nadie pueda disputarle la supervisión y el poder espiritual sobre la conciencia de la gente, porque considera que se está mellando su propio poder y por eso embiste contra la Iglesia y la ataca con leyes que adulteran la moral tradicional.

El social-mercantilismo es lo que el taumaturgo Hugo Chávez denomina “el socialismo siglo XXI”, que se cementa en una serie de principios que fundamentan la utopía de constituir sociedades basadas en el igualitarismo de todos menos el de los artífices de esta “new-age política”

La consecuencia inmediata del social-mercantilismo es la construcción de un capitalismo prebendario que necesita del privilegio para cubrir su intrínseca ineptitud. Reconoce un antecedente histórico en las “manufacturas privilegiadas” creadas en 1650 por Jean-Baptiste Colbert para proteger las industrias de aristócratas zánganos frente a la vitalidad y el empuje de los artesanos e industriales libres que reclamaban “laissez faire, laissez passer”, es decir “dejadnos hacer, dejadnos pasar”.

Sin embargo, el social-mercantilismo tiene un gran talón de Aquiles, porque como se trata de un diseño a medida de un grupito de iluminados, generalmente encerrados en sí mismos, niega e ignora las evidencias de la realidad.

Por eso, sancionan leyes que transfieren renta de los más capaces hacia los incapaces, leyes que señalan quiénes son los ganadores y quiénes los perdedores del proceso económico, leyes que otorgan subsidios a los ejecutivos amigos que guardan para sí las ganancias del privilegio y que carecen de la mínima chispa de innovación creadora o de la pasión por hacer.

El social-mercantilismo se detecta por una serie de evidencias:
1. La existencia de multitud de decretos de necesidad y urgencia que frenéticamente cambian las reglas de un momento a otro.
2. La sanción de disposiciones legales con efectos retroactivos que se utilizan para acomodar casos ya ocurridos pero que afectan a quienes se quiere ayudar.
3. Las leyes son decisiones arbitrarias dictadas por conveniencia política para presionar a algunos, tender trampas a otros, impedir la libre empresa y beneficiar a los amigos del poder.
4. El Estado considera que la economía debe estar sujeta a criterios políticos e intenta intervenir en cuanto emprendimiento sea considerado exitoso para compartir parte de la renta generada.
5. Para conseguir efectos populistas, el gobierno se la pasa alterando las relaciones naturales que existen en los procesos productivos pero destroza la necesaria continuidad en las cadenas de valor.
6. Los funcionarios consideran que los países sólo crecen cuando consumen las despensas de la macroeconomía sin preocuparse por asegurar inversiones que garanticen la generación de nueva oferta.
7. El poder utiliza el aparato de las inspecciones fiscales para el apriete de quienes intenten proclamar gestos de independencia.
8. Para lavar supuestos agravios se resucita el pasado, intentando sancionar presuntos delitos de quienes pueden ser opositores de fuste.
9. El gasto público crece incesantemente, aumenta la cantidad de dinero emitido, las inversiones se evaporan y la inflación termina destruyendo todo resto de racionalidad en el cálculo económico. La pobreza y la miseria, como la calumnia, terminan rondando sobre la cabeza de toda la población.

Como no podría ser de otra manera, los intentos de social-mercantilismo han terminado históricamente en un monumental escándalo de corrupción con lo cual este gigante con pies de barro se desmorona y aplasta a sus propios adláteres. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




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