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miércoles 1 de julio de 2015

Algo más sobre los Kirchner, La Cámpora y el “partidismo”

Algo más sobre los Kirchner, La Cámpora y el “partidismo”

El cambio más revolucionario que introdujo Marx en la historia de la filosofía consistió en la exigencia de observar LA UNIDAD DE LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA en materia política.

La postura de Lenin sobre la influencia del “partidismo”, se compaginó entonces perfectamente bien con esta concepción materialista del marxismo, al sostener que dicho partidismo obliga -en lo que respecta al valor de un acontecimiento-, a colocarse directa y abiertamente dentro del punto de vista de un grupo social concreto.

La agrupación La Cámpora, nacida como producto de la egolatría de Néstor y Cristina en su desordenado afán por mantener el poder absoluto -creando una estructura que los ayudara a este propósito-, es una versión posmoderna del colectivismo, protagonizada por un grupúsculo que intenta acomodarse a una realidad eficaz para esparcir la doctrina del proletariado revolucionario que pretende encarnar, asignándose a sí mismo el papel burocrático de custodio de este proceso.

Ha sido probado que la teoría marxista leninista no es ningún dogma, sino una guía eficaz para la acción y no se cifra en una suma de frases definidas de una vez y para siempre. Por el contrario, se basa en la práctica de conocimientos dinámicos QUE NO ADMITEN REFUTACIÓN ALGUNA, pese a que intenta ordenarlos, ¡vaya ironía!, por los detestados métodos burgueses con los que persigue “enriquecerla”. Crea así los fundamentos para que un gobierno implante controles crecientes sobre un proceso político, económico y social a fin de modelar convenientemente toda la historia posterior a su advenimiento.

El peor daño que nos han infligido los Kirchner luego de estos años de predominio político, está constituido por una nefasta herencia que nos deja inmersos en un debate anacrónico sobre culturas filosóficas y sociales casi en extinción que han fracasado en el mundo entero.

Ellos aceptaron, por conveniencia personal, que ciertas clases proletarias comenzaran a organizarse a través del partido camporista, de modo que resultaran ser aliados seguros para reorientar rápidamente cualquier situación de emergencia que se les presentase en su lucha para establecer el poder absoluto.

Cuando la actual Presidente decidió finalmente -en forma totalmente desembozada-, que los audaces e inexpertos amigos de su hijo Máximo serían los protagonistas del futuro, ofreciéndonos sus “fundamentos científicos (¿) para una sucesión de éxitos sin fin”, trató de fortalecer de paso ante los demás, la imagen que tiene de sí misma: ser vista como el paladín de una teoría llamada a tener un éxito rotundo. Al mismo tiempo refleja, en la cumbre de su excelsa soberbia, el firme convencimiento de que el abrazo a esta ideología no refirma solamente los intereses de su propia identidad, sino los de la humanidad entera, que, en su concepto, se halla profundamente “extraviada” (¿).

Ante semejante extravagancia conceptual, habría que haberla invitado a tiempo a un microcine, para exhibirle algunos documentales sobre las “bondades” del fascismo de Mussolini, el nacional socialismo de Hitler y el marxismo colectivista de la Unión Soviética de Stalin, para que repasara los detalles sobre las cruentas purgas –en las antípodas de los preceptos de derechos humanos que dice defender-, ejecutadas por los sujetos de sus “amores de conveniencia”.

Al mismo tiempo, con la apropiación del “partidismo” ya aludido y pretendiendo justificar los fundamentos del mundo progresista con que decidió vestir bastante cínicamente su discurso, se ha valido del apoyo de las abstracciones de algunos “intelectuales” (¿) que hasta hoy habían carecido de “peso específico argumental” dentro de la sociedad.

Carta Abierta nació como consecuencia de estos hechos. Sus miembros más conspicuos -que hablan en un idioma que nadie entiende-, intentan rellenar con algún significado potable diez años de experiencias fallidas del kirchnerismo, por medio de una elaboración imaginaria de circunstancias que sirvan para justificar una desordenada redistribución “sui generis” de los ingresos, a fin de lograr una justicia social que, por el momento, solo llegó con inusual velocidad a los “amigos del poder”.

Volvemos a reiterar lo que dijimos hace unos días: las “magníficas perspectivas” (sic) que intentó vendernos el audaz matrimonio Kirchner, salieron prontamente del cauce original y hoy tienen vida propia y poco control. El odio respecto del comportamiento de ciertos grupos sociales o la confianza hacia otros, revelan su carácter “clasista”, alimentado por sentimientos y tendencias que han sido elevadas hasta la luz de la conciencia y se condensan en teorías ideológicas autoritarias y excluyentes.

Como única sobreviviente de la “troika” matrimonial, Cristina percibe hoy que su salida del poder la enfrenta quizá ante una disyuntiva de hierro: la cárcel o el bronce. Y no puede sino aferrarse con todas las fuerzas que aún dispone -en medio de su declive-, a los únicos fieles que le aseguran acompañarla hasta el fin: los jóvenes que se han ido apoderando con su anuencia del aparato del Estado, al punto que organismos claves para nuestra relación con el resto del mundo, como la Cancillería y la cartera económica, han sido literalmente invadidos por sueños políticos que atrasan, cuanto menos, un siglo.

Cuando se dejan los problemas fundamentales de la filosofía en manos de individuos que pertenecen a estratos sociales y profesiones que no tendrían de otra manera ningún contacto con ella, infundiéndoles la seguridad de que son los elegidos para resolver “las más hondas cuestiones de la humanidad”, se contribuye a alimentar en ellos un ansia psicológica de poder nada despreciable en quienes nunca tuvieron nada (dicho esto sin ningún ánimo peyorativo).

La herencia de esos errores, producto de la megalomanía de una pareja que privilegió desde el vamos el enriquecimiento y la suma del poder público, es lo que tendremos que desarmar con paciencia en algún momento si queremos retornar a la democracia. La pregunta que nos hacemos frente a este dilema es:

¿ESTAMOS DISPUESTOS REALMENTE A SACRIFICARNOS PARA RECUPERARLA?

Ante cualquier vacilación al respecto, deberíamos despojarnos de egoísmos estúpidos y apoyar con decisión a quienes nos aseguran, al menos, la vigencia de una república auténticamente democrática, representativa y federal.

Para eso, está habilitado el acceso al voto universal y secreto. No puede existir duda alguna que en la soledad del cuarto oscuro se jugará la suerte –quizá hoy más que nunca-, de ese porvenir al que aludimos en estas reflexiones.

carlosberro24@gmail.com