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jueves 3 de marzo de 2005

Amigos son los amigos

El destape del caso del contrabando de droga a España a través de Ezeiza acabó con el descabezamiento de la cúpula de la Fuerza Aérea. Sin embargo, otros funcionarios que también estaban al tanto de los hechos pero tampoco los dieron a conocer, siguen firmes en sus puestos.

En otro de sus típicos arranques contra sus enemigos preferidos, el presidente terminó con la conducción formal de la Fuerza Aérea como consecuencia del escándalo de drogas en la compañía Southern Winds.

A los gritos pelados, como es su costumbre, dijo que el brigadier Carlos Rohde le ocultó lo que sabía y entonces él “no pudo informarle al pueblo argentino…” (¿?).

El ministro del Interior Aníbal Fernández reconoció que desde octubre la Policía Federal tenía conocimiento del delito y de lo ocurrido en el vuelo a Madrid de SW el 16 de septiembre. Resulta obvio que si la planta operativa de la policía conocía el episodio, el ministro del cual la policía depende también lo sabía.

Los empleados detenidos de la empresa definieron a Ricardo Jaime, el secretario de Transporte, como “un superior”, y los hermanos Maggio, dueños del 70% de su paquete accionario de la compañía, como su “jefe inmediato”.

Tampoco es creíble la idea de que el director de Aduanas, Ricardo Echegaray, por las propias funciones que cumple, no conociera los hechos. Lo mismo puede decirse del embajador Carlos Bettini, que cumple funciones en Madrid, aun cuando no estuviera en su cargo al momento de la llegada del vuelo a la capital española, el 17 de septiembre de 2004.

El presidente dio a entender que ha sido víctima de una enorme confabulación de silencio protagonizada por un círculo de colaboradores cuya característica común es la cercanía personal con el primer mandatario. Tanto Jaime como Echegaray fueron puestos en sus lugares precisamente por ser amigos de presidente. Y otro tanto puede decirse de Bettini.

Claramente la actitud tomada con ellos no fue la misma que con el personal militar. Para el presidente hay hijos y entenados. Su verborragia de división no iba a perder la ocasión de usar el escándalo para echar un poco más de odio al fuego.

Si no es creíble la idea de que estas personas no le informaron al presidente, ¿por qué el Gobierno no hizo nada hasta que el diario La Nación publicó la noticia en primera plana? Nadie entiende este ocultamiento.

Tampoco es comprensible la actitud compasiva hacia estos funcionarios. Todos ellos tienen, como mínimo, tanto compromiso como la cúpula de la Fuerza Aérea.

El secretario Jaime fue quien abogó por defender la asociación del gobierno con SW, que Duhalde abrochó pocos días antes de irse. La ruta Córdoba-Tacna-Córdoba, que llegaba a la capital mediterránea a las tres de la madrugada, resulta francamente incomprensible: la operación es indefendible desde el punto de vista comercial para sus dueños y la repetición de episodios relacionados con las drogas en ese vuelo no podía ser desconocido por Jaime y por Echegaray.

La pregunta del millón es la que indaga sobre el conocimiento de Kirchner. Una respuesta negativa, esto es, que el presidente estaba realmente en el limbo respecto de lo que sucedía en la empresa subsidiada por su gobierno, es grave porque supone una conspiración de silencio armada por sus amigos. Eso, en un presidente como Kirchner, es poco menos que pecaminoso. Rellena espacios públicos sensibles sólo con funcionarios de su confianza porque pertenece a esa clase de personas que no confían en nadie y como toda respuesta frente a un hecho grave como éste solo obtiene, según él mismo dejó traslucir, el silencio.

Si, al contrario, el presidente conocía el hecho, se abren muchos interrogantes, todos muy graves: ¿por qué calló?, ¿por qué no salió a “informarle al pueblo argentino”?, ¿por qué no relevó a los funcionarios con responsabilidad en las áreas involucradas?, ¿por qué no terminó con el vínculo entre el Estado y SW?, ¿por qué dejó que ese acuerdo avanzara?, ¿por qué llenó los cargos de la Secretaría de Transportes y de la Dirección de Aduanas con personas cuyos únicos antecedentes en la materia consisten en pertenecer al grupo denominado “santacruceño”?, ¿por qué la compañía elegida para absorber personal de otras líneas, a cambio de subsidios, fue SW y no Dinar, Lapa o AeroVip?, ¿cuál es la necesidad de gritar como un desaforado cuando aquí lo que se necesita es ecuanimidad, profesionalismo y seriedad?

El presidente no debería dejarse encandilar por la suerte de los “primeros tiempos” de los últimos presidentes fuertes (Alfonsín y Menem). Más bien debería fijarse cómo terminaron. La sociedad sigue demasiado susceptibilizada como para creerse que la popularidad del momento será eterna. Todos han tomado debida cuenta de los puntos oscuros de este caso. Quienes hoy entregan vítores recordarán cosas como éstas cuando la hora de la dureza económica empiece.

La oposición, mientras tanto, sigue sin servir a la Nación. Ningún ciudadano atina a encontrar un solo nombre en todo el arco político que no es gobierno, como para depositar en él o ella la confianza de una alternativa. Una vez más ha sido la prensa quien puso sobre la discusión un caso de conmoción nacional. Pero los periodistas no somos una opción viable de gobierno. La prensa es –debe ser– el “no-gobierno”, el aguijón incómodo que azuza a la política, pero no su alternativa.

Todos estamos frente a un hecho que debe invitarnos a una enorme introspección. Los análisis teóricos que estudian los cambios de mentalidad operados en diferentes pueblos del mundo cuentan con una herramienta cómoda y engañosa para hacer más sencillo su trabajo: la generalización. Se habla, entonces, de “los chilenos”, “los españoles”, “los irlandeses”, los “checos”, etcétera, etcétera. No existen esos colectivos cuando se trata de pensar. El pensamiento es una actividad individual. Cada uno de nosotros debe pensar cuánto crédito hay detrás de los gritos, el matoneo y la parcialidad. Del mismo modo, en las arenas de la oposición, debemos meditar qué futuro nos ofrece la duda, la pusilanimidad y la falta de coraje. © www.economiaparatodos.com.ar




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