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jueves 15 de noviembre de 2007

Apuntes para el cambio (Nota II)

El mercado cambiario argentino está muy lejos de reunir las condiciones básicas requeridas para funcionar con normalidad bajo un modelo de flotación administrada y sólo se mueve por impulsos, al compás de las compras o ventas de monedas extranjeras que se encuadren dentro del estricto marco regulatorio impuesto por el Banco Central.

Según el “Triennial Central Bank Survey of Foreign Exchange and Derivatives Market Activity in April 2007”, recientemente publicado por el Bank for International Settlements, con sede en Basilea, Suiza, el mercado de cambios globalizado realiza diariamente operaciones por tres billones doscientos diez mil millones de dólares. De esta cifra impresionante sólo entre el 10 y 15% correspondería a operaciones relacionadas con el comercio entre los países y su financiamiento. Es decir, entonces, que las operaciones especulativas siguen ocupando el lugar más importante en el intercambio de monedas de los diferentes países. Londres (31,3%), Nueva York (19,2%) y Tokio (8,3%) son las plazas en las que se realizan la mayor cantidad de transacciones cambiarias, correspondiendo el 27% a las del USD/EUR (dólar/euro), el 13% al USD/JPY (dólar/yen japonés) y el 12% al USD/GBP (dólar/libra esterlina).

Por años, los analistas económicos relacionaron los intercambios comerciales de bienes con los valores de cambio entre las divisas pero hoy, dados los increíbles volúmenes que se transan diariamente con monedas, esa teoría ha tenido que dejarse de lado. El mercado de cambios se ha convertido en los últimos veinticinco años en un fin en sí mismo, rigiéndose por reglas propias y patrones de conducta auto impuestos muy específicos y determinados. En ese sentido hoy es imposible explicar, por ejemplo, una volatilidad anual de un 25% entre los tipos de cambio de las principales divisas, mientras los datos fundamentales de las economías subyacentes apenas muestran una leve modificación.

Hoy existen muchas más razones que influyen en la conformación de los precios de las monedas. Estos no dependen más del poder de compra de los países y por eso hoy es ridícula la pretensión de algunos políticos y banqueros centrales de manipulear los tipos de cambio para equilibrar los desajustes en las balanzas de pagos. La competitividad internacional sólo aumenta si se logra mejorar la calidad y la productividad. No hay otro camino.

Por eso, los analistas que pretenden seguir basando sus estudios en las ideas tradicionales del poder de compra entre las naciones no pueden hoy explicar los movimientos actuales de los tipos de cambio. Sin dudas, son muchos y fundamentales los cambios ocurridos y es muy necesario que se conozcan y comprendan. Más aún, es vital para quienes se dedican a comerciar con el mundo y también para los que tratan de ganar dinero especulando con los tipos de cambio de las diferentes monedas, actividad esta tan legítima como la anterior.

Una parte importante de la gran liquidez que hoy muestran los mercados en el mundo termina canalizándose a través de la compra y venta de divisas, especialmente las que corresponden a los países más poderosos. En los últimos veinte años, incluso, algunos gobiernos intentaron regular esos movimientos de capitales, pero sólo obtuvieron un rotundo fracaso y provocaron una mayor volatilidad de los tipos de cambio. Y eso es, precisamente, lo que más favorece a los especuladores porque así logran renovar las oportunidades de lucrar con los movimientos. En este aspecto, cuanto más son las ganancias más atractivo resulta el juego con divisas.

Pero tras las duras experiencias vividas en la Argentina, después de la traumática crisis del 2002, muy pronto no quedaron dudas de que el sistema cambiario con flotación administrada debía ser el elegido para la nueva etapa de reconstrucción. Por otra parte, esa modalidad ya había demostrado ser la mejor opción en todos los países civilizados del mundo, luego del rotundo fracaso de los cambios fijos primero en Europa, en los años 1992/1993, en varios países de Latinoamérica y en nuestro país al finalizar 2001.

Ha sido probado, y hoy nadie lo discute, que lo más importante de un sistema de tipos de cambio libremente fluctuantes no es sólo que puedan moverse de acuerdo con las variaciones de lo que comúnmente se califica como la oferta y la demanda, sino que tienen la posibilidad de adaptarse libremente a las alteraciones que sufre el valor de las monedas, constituyéndose en instrumentos muy eficaces para regular, por ejemplo, la balanza de pagos. Aparecen así, naturalmente, los que se denominan tipos de cambio de equilibrio, que ajustan ingresos y egresos, créditos y débitos, sin necesidad de regulaciones artificiales.

Sin embargo, lamentablemente, hoy nuestro Mercado Unico y Libre de Cambios está muy lejos de reunir las condiciones básicas requeridas para funcionar con normalidad y sólo se mueve por impulsos, al compás de las compras o ventas de monedas extranjeras que deben realizar los importadores y exportadores y los dueños de capitales especulativos, pero siempre que las mismas, por supuesto, se encuadren dentro del estricto marco regulatorio impuesto por el Banco Central.

A todo ello se agregan las inmensas dudas y cierta desinformación que persisten en los sectores operativos de los bancos acerca de las diversas y cada vez más rebuscadas normas regulatorias oficiales vigentes, que demoran en exceso la aprobación y gestión de las operaciones, con costos a cargo de las empresas exportadoras e importadoras. Además, en algunas circunstancias los funcionarios bancarios actúan hasta con un celo exagerado, que se fundamenta en las posibles consecuencias de la aplicación de la todavía vigente Ley Penal Cambiaria, un producto típico de gobiernos dictatoriales que ya debería haberse derogado.

También, cabe remarcarlo, la política de intervención en el mercado que desde el principio llevó a cabo el Banco Central dio y sigue dando lugar a muchas críticas fundadas y ha provocado mayores dudas e incertidumbres. La mayoría de las veces su acción no ha sido la de lograr un equilibrio de las cotizaciones, sino más bien fue claramente orientada a fijar, en ciertos momentos, precios de piso o de techo, logrando con ello mantener la cotización del dólar “lo más alto posible”, pero con una volatilidad exageradamente acotada, logrando como resultado sólo favorecer la acción de los especuladores al brindarles un seguro de cambio casi gratuito.

Al respecto, cabe remarcar, además, que hay dos factores que la acción oficial en el mercado argentino no ha tenido en cuenta. El primero, que existen en el mundo civilizado reglas de juego totalmente claras y aceptadas, impuestas por consenso, que son cumplidas estrictamente por los bancos centrales cuando se ven obligados a intervenir activamente en los mercados de divisas. El segundo, es que los entes monetarios jamás actúan en contra de las tendencias libremente decididas por los operadores, sino que, por el contrario, sólo lo hacen cuando las condiciones se tornan favorables a sus políticas, provocando entonces, con su oportuna y decidida acción, restablecer el equilibrio más rápidamente y, sobre todo, con mucho menor costo para sus reservas.

Quizá podrían servir como ejemplo, las políticas seguidas en ese aspecto por los bancos centrales de Brasil y Chile, que han decidido no tener participación directa en el mercado, como un simple agente más, sino que lo hacen mediante una acción eminentemente profesional y dentro de las claras reglas establecidas por el propio mercado, que así se auto regula eficientemente.

Sin dudas, en este tema también nos merecemos un cambio que permita salir del actual “engendro” que resulta el vigente sistema cambiario y nos introduzca, definitivamente, en el actual exitoso modelo elegido por los países civilizados del mundo, incluidos nuestros vecinos más inteligentes. © www.economiaparatodos.com.ar

José Alfredo Nogueira es corredor de cambio y autor del libro “Las Reglas del Juego. Mercado de Cambios y Operaciones con Divisas” (Editorial Argenta). Para comunicarse con él: josenogueira@fibertel.com.ar.

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