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jueves 24 de agosto de 2006

Brujas: belleza sin cuentos

Bélgica transporta a este mágico rincón de la Edad Media que seduce con sus canales, callejuelas empedradas, iglesias y casonas.

Si uno se mantiene en un estado físico aceptable, los primeros doscientos escalones de Befferoi (el campanario de la ciudad de Brujas) se suben fácilmente. Lentamente, uno va observando por las ventanas de la torre cómo el paisaje se abre y las calles estrechas se dibujan perfectas bajo los techos rojos y puntiagudos de las casas.

Poco a poco, también, el bullicio de los miles de turistas que inundan la ciudad se apaga y el silencio se apodera de todo, dejando paso únicamente a una suave brisa primaveral, algo fría aunque reconfortante.

Ya en el escalón número trescientos, la torre se hace más estrecha y los músculos de las piernas comienzan a pedir su cuota de descanso, pero la cima tan cercana hace que uno finalmente ceda a la tentación y siga hasta el escalón 366, donde todo acaba.

La brisa es ya un viento que de inmediato seca la transpiración y apenas un leve murmullo de voces se escucha abajo, a lo lejos.

Desde la cúspide del campanario, el tesoro de Brujas, quizás una de las ciudades más seductoras de Europa, aparece en toda su dimensión de canales y callejuelas empedradas, iglesias y casonas de fachadas escalonadas, un paisaje al que es difícil acostumbrarse a pesar de los años.

Una breve mirada a todo ese espectáculo irremediablemente nos transporta a la Edad Media y sólo el guiño de los autos o los letreros de los bares dan cuenta del tiempo que ha transcurrido.

Brujas es una castellanización de la palabra flamenca “brugge”, que significa puente: un nombre que le calza perfecto a esta pequeña Venecia.

En adición a su encanto personal, la historia de Brujas es ya parte de la atracción. Se remonta a 862, cuando un personaje llamado Balduino raptó a Judit, hija preferida del rey Carlos el Calvo, y la llevó al norte de la Galia, tierra pantanosa y sometida a frecuentes invasiones de los vikingos.

Muy cerca de ese lugar, en el estuario del río Tzwin, Balduino levantó una fortaleza alrededor de la cual se comenzó a formar la ciudad.

Hoy, la capital de Flandes occidental vive un auge turístico que la hace ser la parada obligada en cualquier viaje a Bélgica.

Su encanto, su magia medieval, sus cervezas, su cocina y su vida tranquila la cubren de un aire seductor que encanta y que transporta: rígidas leyes de construcción impiden que nuevas arquitecturas amenacen la armonía del estilo flamenco o barroco de los edificios, lo que finalmente provoca que todo aparezca tal y como fue hace cientos de años. Justamente los belgas han captado que ésa es una de las razones por las cuales los visitantes regresan una y otra vez desde todos los lugares del mundo.

En Brujas es imprescindible andar con un mapa. A las decenas de callejuelas sinuosas que terminan en otras callejuelas igualmente sinuosas se agrega el hecho de que es imposible abstraerse del espectáculo arquitectónico, además de lo extraño que para un latino resulta el idioma flamenco que domina la ciudad.

En el Markt (o Grand Place) se encuentra el centro de la congestión turística. Allí se eleva un campamento que encierra el carillón de Brujas con sus 47 campanas, que en total suman 27 toneladas.

En el centro del Markt se encuentra la estatua en honor a Pieter Cominck (artesano que lideró la insurrección contra los comerciantes que gobernaban la ciudad en 1302) y, justo a los pies del campanario, una réplica de la construcción en miniatura ha sido colocada para que los ciegos tengan una idea táctil de la torre.

Al lado izquierdo del campanario, se encuentra el Palacio de Gobierno Provincial, una edificación estilo neogótico que ocupa todo un costado del Markt. Los otros tres han sido destinados a restaurantes típicos cuyas terrazas se colman de visitantes en los días de sol, en almuerzos que se demoran hasta media tarde.

Para planificar un buen tour por Brujas existen varias posibilidades según los intereses de cada quien, pero un recorrido por las iglesias es fundamental.

Se debe partir, entonces, por la basílica de la Santa Sangre en el Burg (a mano izquierda del campanario, por la calle Breidelstraat). Según cuenta la historia, Thierry de Alsacia, conde de Flandes, trajo de Tierra Santa –luego de las Cruzadas– unas gotas de sangre de Cristo que regaló a la ciudad.

La iglesia de Nuestra Señora fue levantada entre los siglos XII y XIV y se la considera como una de las construcciones de ladrillo más altas de Europa con sus 122 metros. Sin embargo, y sin dudas, su atractivo principal, más allá de lo religioso, es la escultura conocida como “Virgen con el Niño”, de Miguel Ángel, obra que fue donada por un generoso mercader de nombre Jan van Moeskroen.

Otra de las construcciones religiosas que no puede dejar de visitarse es la imponente catedral San Salvador en la calle Zuidzandstraat.

Pero Brujas, amén de sus iglesias y museos, es reconocida en los mapas turísticos por sus encajes, que pueden ir desde un simple souvenir enmarcado en un aro hasta una gran pieza de arte esculpida en tela. Normalmente, las ancianas tejedoras se ubican en Peperstraat, donde se las puede ver trabajando en la tradición que más prestigio y turistas le ha dado a la ciudad. © www.economiaparatodos.com.ar

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