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miércoles 26 de septiembre de 2012

Cambios tácticos

Es notable la capacidad que acreditan un sinnúmero de periodistas, analistas políticos y referentes del arco opositor para equivocarse de manera recurrente a la hora de comprender la naturaleza del kirchnerismo.A mediados de 2003, con el santacruceño hoy muerto subido a la presidencia, no fueron pocos los que consideraron que su forma discrecional de ejercer el poder resultaba una consecuencia directa de su falta de poder, aunque pareciera un juego de palabras. Se especuló entonces, hasta el cansancio, con una presunta bonhomía del recién llegado a Balcarce 50 que veríamos más adelante, cuando estuviese en condiciones de sacarse de encima la sombra de Duhalde.

En 2005, con Cristina Fernández encabezando la lista de diputados de la Provincia de Buenos Aires, literalmente borró del mapa a su principal adversaria —la mujer del ex–gobernador— y dejó reducida a escombros la fortaleza duhaldista en ese distrito. ¿Cambió en algo su modalidad? —En absoluto. Lo que hizo fue redoblar la apuesta.

Llegaron las elecciones presidenciales de 2007 y las fantasías que se tejieron sobre las condiciones y objetivos de la candidata del Frente para la Victoria, releídas hoy causan vergüenza. Rivalizaron, los sesudos expertos en sondear la mente del matrimonio, en ver quién hacía pronósticos más optimistas respecto de la señora. En ese tiempo era moda decir que el carácter hosco y refractario a cualquier diálogo del jefe del clan sería atemperado por el de su esposa, que prometía racionalidad y respeto de las instituciones. Ganar en octubre de aquel año y, a poco de andar, embestir de frente contra el campo fue todo uno. ¿Alguna modificación esencial se había producido en la agenda estratégica de los Kirchner o en su forma de gobernar el país? —Ninguna.

A medida que pasó el tiempo y las evidencias resultaron contundentes, quienes habían creído más de la cuenta en la ilusión del consenso parecieron asumir la realidad: el kirchnerismo era uno e inmodificable, con la particular coincidencia de que asumía la política en clave bélica. Nadie a esta altura de las circunstancias se enredaría en las explicaciones que fueron comunes años atrás. Nadie pensaría seriamente que a Cristina Fernández le interesa mejorar las instituciones o tenderle una mano al arco opositor o escuchar a sus opugnadores. Para ella, como para su marido, los que no son aliados son enemigos. Con esta convicción mal no les ha ido, dicho sea de paso. Pero si pocos se llamarían a engaño respecto de su carácter, hay quienes trazan diferencias sustantivas entre el santacruceño y su mujer, enseñando que “con Néstor esto no hubiese ocurrido”. El error de diagnóstico no puede ser mayor porque de lo que no se dan cuenta es que las medidas que en estos momentos escandalizan a muchos, cuanto revelan no es a una presidente que habría ido, en su voracidad hegemónica, más allá de su esposo sino a una jefa que no está acostumbrada a administrar escasez.

¿O alguien cree seriamente que, delante de las actuales dificultades, el santacruceño hubiera girado en redondo en pos de la ortodoxia económica? Con todo, perder el tiempo haciendo comparaciones entre uno y otro personaje no es tan grave como considerar, siquiera por un instante, que Cristina Fernández ha decidido desensillar hasta que aclare en el tema crucial de su reelección. Si ella es más o menos dirigista que el santacruceño o más ideologizada o menos peronista resulta materia que tratarán oportunamente los historiadores. Equivocarse, en cambio, respecto de lo que se juega en 2013 puede ser la tumba de más de un político.

Cristina Fernández tiene tiempo para bajarse de la re-re. Nada la apura de momento y no es una persona que vaya a sentirse atemorizada por unas manifestaciones —multitudinarias, es  verdad, pero que no expresan poder real. Eso no significa que el fenómeno, extendido a todo el país, que tuvo su bautismo el pasado jueves 13, la tenga sin cuidado. Una cosa es no prestarle atención a semejante convocatoria opositora y otra frenar el proyecto estratégico excluyente que ella alienta. En atención a lo que sucedió hace dos semanas en la Argentina sería insensato, de parte de la Casa Rosada, actuar como si nada. Si la presidente está dispuesta a modificar algo de su libreto, que sigue al pie de la letra, resulta conveniente no esperar cambios estratégicos sino tácticos.

No sería de extrañar que hubiese mandado a sus voceros a hacer silencio con la re-re y que, en caso de necesitarlo, baje el cambio que ella le pidiera a Mauricio Macri. Pero no porque haya dejado de pensar en la continuidad en el ejercicio del poder después de 2015. Contra lo que opinan algunos, la Fernández no obra como una bola sin manija. Puede tener una lógica que muchas veces no alcanzamos a descifrar y ser una extremista al concebir la política como puro conflicto. Todo esto es probable. Sin embargo, de tonta no tiene un pelo. Si trazáramos un paralelo entre Cristina Fernández y Mauricio Macri, por ejemplo, llegaríamos a conclusiones sorprendentes respecto de hasta dónde aquélla sabe lo que quiere y actúa en consecuencia mientras éste también lo sabe pero no termina de calibrar, en su justa medida, la índole del desafío que tiene por delante. La comparación no es rebuscada. Adquiere sentido porque se trata de medir cómo se desenvuelven, en un mismo escenario de confrontación, la cabeza indiscutible del oficialismo y el político mejor posicionado del arco opositor.

Cualquiera sabe que la provincia de Buenos Aires es la condición necesaria para alentar ambiciones serias de carácter presidencial. Pues bien, véase las diferencias entre el FPV y el PRO. La Casa Rosada quiso ponerlo a Daniel Scioli contra las cuerdas hace unos meses, siendo que el gobernador es —con Sergio Massa— uno de los dos políticos con mejor imagen e intención de voto en este distrito.

Cuando se dio cuenta que el tiro le salía por la culata viró en redondo y no volvió a la carga contra el ex–motonauta. Al contrario, se olvidó de agredirlo y hasta —bajo cuerda— parece haber labrado un pacto de mutuo entendimiento. ¿Cuánto durará? —Imposible saberlo, pero la jugada demostró que, cuando el riesgo es grande, Cristina Fernández puede ser muy realista. La necesidad de ganar en el principal distrito electoral del país el año que viene—cuando sus escuderos no terminan de hacer pie en la Capital Federal, Córdoba y Santa Fe— es imperativa. De donde pelearse con Scioli y Massa resultaría suicida.

¿Cuál ha sido la estrategia de Macri en el ámbito bonaerense? —Impulsado por Emilio Monzó, motorizó la candidatura de Gabriela Michetti en ese distrito. La razón salta a la vista: si el PRO gana el año que viene la capital federal —algo en extremo probable— y de la mano de Miguel del Sel, en Santa Fe sale primero o segundo, es de vital importancia posicionarse en Buenos Aires. Ante la ausencia de candidatos, Monzó pensó en Michetti, que parece inclinada a quedarse en la capital. Si se tratase de una elección legislativa más, Macri podría cruzarse de brazos. Pero los comicios de 2013 decidirán, entre otras cosas, las posibilidades de que él sea candidato presidencial dos años después. No son, pues, unos comicios comunes y silvestres.

En octubre de 2015, si Cristina lo necesitase a Scioli no dudaría un segundo en convocarlo como candidato testimonial. Tampoco descartaría a Massa. Macri, inversamente, duda entre dejar que la Michetti decida sin presiones o imponer su autoridad y cerrar la cuestión.
Cristina Fernández sabe perfectamente bien lo que quiere y cree saber cómo conseguirlo, lo cual no quiere decir que tenga éxito. Mauricio Macri, Hermes Binner, Ricardo Alfonsín, Pino Solanas, Julio Cobos, Ernesto Sanz y José Manuel de la Sota también saben lo que quieren. ¿Pero tienen una idea clara de qué medios deben arbitrar para lograrlo?

Hasta la próxima semana