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jueves 20 de septiembre de 2007

Carencia de rigor intelectual

Los argentinos solemos adoptar pasivamente los argumentos de quienes nos mienten y nos prometen el paraíso terrenal para conservar el poder. Así, hacemos gala de nuestra poca inteligencia para diferenciar la verdad de la mentira.

Resulta desolador comprobar la falta de capacidad que tienen muchos de nuestros conciudadanos, para distinguir entre lo verdadero y lo falso y actuar razonablemente.

Un gran número de pensadores serios han venido anunciando las consecuencias dañinas de la inflación y explicado hasta el cansancio las verdaderas causas de este fenómeno monetario, que no son otras más que la emisión de dinero por orden del gobierno para sostener un dólar alto.

Como prueba de ello, no hay más que recorrer las páginas de archivo de esta revista “Economía para todos” y especialmente el brillante artículo de Roberto Cachanosky (ver edición nº 173) para darse cuenta.

Pero hay una minoría dominante y bullanguera en los medios de comunicación, que parece no importarle un comino. Está formada por funcionarios políticos, empresarios cortesanos y sindicalistas patoteros que no dejan de cantar loas a lo que llaman el “proyecto del presidente” y que ahora -con la candidatura conyugal- designan como el “modelo de acumulación con matriz diversificada e inclusión social”.

Esos mismos personajes parecieron conmocionarse intelectualmente porque el presidente del Banco Central, Martín Redrado, en una reunión organizada por Euromoney y celebrada en Londres dijo “estar seriamente preocupado por la inflación en Argentina”. Bastaron esas tenues e insustanciales palabras para que se produjera el inesperado berrinche del Presidente de la Nación y la estereotipada explicación del Jefe de Gabinete. A partir de allí, todos cayeron en la cuenta de que en Argentina había inflación, que la inflación era superior a la que muestran los índices oficiales y que el gobierno no está haciendo absolutamente nada para combatirla.

Antes, no se le prestaba atención. Ahora, se ha convertido en el centro de todas las controversias, pero con un tono de enorme frivolidad y sazonado con el condimento de una pasmosa superficialidad.

Mucha viveza y poca inteligencia

Pareciera que los argentinos, que gozamos de una merecida fama de “vivos”, no estamos intelectualmente dotados para distinguir la verdad de la mentira.

Nos resulta difícil reconocer de manera inmediata, la falsedad de las consignas políticas. Muchas veces carecemos del espíritu de discernimiento que permite reemplazar creencias absurdas e irreflexivas por otras fundadas en razones claras y sensatas.

Esta deficiencia cultural puede definirse como falta de juicio crítico o, también, como carencia de rigor intelectual.

Como sociedad, cultivamos una credibilidad natural tan cándida que nos lleva a afirmar que la riqueza se genera espontáneamente, que el único problema consiste en repartirla igualitariamente y que las utopías pueden convertirse en realidad con sólo sancionar leyes para despojar a los que más tienen para dar a los que menos poseen. A este dislate se lo denomina “política de inclusión social”.

Entonces es frecuente que adoptemos pasivamente las maneras de pensar y de sentir de quienes nos mienten a sabiendas, de los que halagan las aspiraciones populares para conservar el poder y de aquellos que prometen el paraíso terrenal, a pesar de que posteriormente sufrimos graves desilusiones.

Esa deliberada credulidad, que no está flanqueada por el espíritu crítico, es un factor de sumisión porque es signo popular de viveza pero careciente de inteligencia.

Se debe atribuir a nuestra formación cultural, que ha renegado del estudio sistemático del lenguaje, del obstinado rigor en el aprendizaje de las letras y de las ciencias y, sobre todo, de la negación de ejemplos morales, que no se muestran desde el gobierno ni se enseñan ya en el hogar ni en la escuela.

Pero la cultura de un pueblo no se registra numéricamente como los índices de precios. Se percibe de otra manera. Cuando comprobamos que la gente adquiere el gusto de la prudencia en sus afirmaciones. Cuando se expresan ideas con precisión y elegancia. Cuando se mantienen opiniones con respeto y modestia. Cuando se manifiestan observaciones sobre los acontecimientos que nos rodean con finura y sutileza. Cuando se muestra indignación por las mentiras oficiales difundidas a través de los medios de comunicación.

Si ello no ocurre, es porque carecemos de conciencia acerca de la obligación absoluta que tenemos frente a la verdad.

Hablamos mucho de los valores, pero ignoramos que el primer valor irreductible consiste en la búsqueda sin término de la verdad porque sólo ella nos hará libres.

Concebimos rutinariamente la enseñanza como un procedimiento para acopiar el saber y, en cambio, desconocemos que la principal meta de la formación tiene que ser la “educación del espíritu” para poder pensar rectamente en todas las cosas, ambicionar y saber captar la verdad.

En el caso específico de la inflación, hemos dado pruebas de chocar mil veces con la misma piedra y de no saber ceñirnos a los hechos según su validez, es decir teniendo en cuenta la enorme diferencia que existe en las propuestas falsas y las verdaderas, no comprendiendo las relaciones entre verdades particulares, no pudiendo discernir dónde se encuentran y dónde se separan y cuándo dejarán de ser verdades para convertirse en falsedades por su enorme carga de resentimiento y sectarismo.

Consecuencias nefastas de la inflación

Ahora que Martín Redrado pronunció esas susurrantes palabras en Londres, comenzamos a hablar de inflación, pensando que se refería al alza de precios.

Pero la inflación no sólo es la consecuencia más importante de la creación política de moneda por el Banco Central para alimentar la caja presidencial.

Todos los días el Banco Central inyecta dinero insensatamente, incumpliendo con su obligación legal de sostener el valor de la moneda nacional.

Como sus billetes tienen un estatus jurídico que les da curso legal forzoso, esto significa que está emitiendo falsos títulos de crédito puesto que por ley, los billetes actuales tienen el mismo poder de compra, idéntico diseño y similar tamaño que las unidades monetarias emitidas previamente.

Cuando el gobierno imprime y hace circular nuevas unidades monetarias, las mismas no pueden ser discriminadas ni rechazadas por el público, porque son materialmente idénticas. Y ésa es la razón por la cual el público las acepta y las utiliza normalmente,

Quienes primero reciben esas nuevas unidades son algunos grupos que rodean al poder político: las empresas contratistas de obras públicas que, intencionadamente cotizan sobreprecios para repartir la diferencia con funcionarios corruptos; los sindicatos gremiales que reciben transferencias de fondos para cubrir el despilfarro y las pérdidas en sus obras sociales; los empresarios amigos del gobierno que reclaman y reciben subsidios contra la promesa, generalmente incumplida, de mantener un buen servicio o capitalizar el excedente de renta.

Todos estos grupos son quienes primero reciben las nuevas unidades de billetes y salen al mercado a comprar cosas y bienes ostentosos que de otra manera no podrían adquirir, con un dinero que no proviene del ahorro ni de ganancias honestas.

De este modo, la creación política de dinero, transfiere riqueza de los trabajadores, jubilados y ahorristas a aquellos personajes que las reciben como maná caído del cielo y que la gastan en el mercado.

Por esta carencia de rigor intelectual y por esa falta de espíritu crítico, el clima político e ideológico que hoy nos rodea, no permite esperar una reversión genuina en la política monetaria del Banco Central. La inflación de un dígito seguirá progresando a todo vapor. El poder adquisitivo de la moneda nacional continuará cayendo a tasas en constante aceleración, depreciándose por expectativas crecientes, por inyecciones de dinero y por otorgamiento de créditos a tasas preferenciales.

Estamos a un paso de que la inflación de un dígito llegue a su fin con el advenimiento de la inflación de dos dígitos y de que, en poco tiempo, ceda su lugar a la de tres dígitos. Cuando ello ocurra sabremos a ciencia cierta que está muy cercana la muerte de la moneda nacional.

Y éste será el horrible costo de nuestra actual frivolidad y de la inefable muestra de superficialidad política que exhibimos arrogantemente. © www.economiaparatodos.com.ar

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