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lunes 3 de diciembre de 2007

Coherencia en la continuidad: contradicciones, internas y operaciones

Las decisiones, medidas y acciones previas a la asunción presidencial de Cristina Fernández de Kirchner habilitan a pronosticar que su gestión estará caracterizada por los mismos errores que se le critican a su esposo.

“No olvidemos jamás que lo bueno no se alcanza nunca
sino por medio de lo mejor.”
Víctor Hugo (Los Miserables)

A esta altura de las circunstancias podría decirse que la Argentina es un país que necesita de la crisis para sobrevivir. No interesa demasiado la naturaleza del conflicto, sino su presencia y permanencia en espacio y tiempo.

Con el gobierno de Néstor Kirchner se confirmó con creces esta premisa: cuatro años y medios de tumbos y atolladeros generados exclusivamente por el mismísimo presidente y sus funcionarios. A este segundo mandato llegan, pues, desgastados muchos ministros y revitalizados otros tantos problemas. Esto define el escenario que parece necesitar Cristina Fernández de Kirchner para, de una vez por todas, despejar cualquier duda sobre la continuidad que representa.

A juzgar por la “previa”, la gestión presidencial de la primera dama estará caracterizada también por las internas y las operaciones que éstas engendran, aun cuando la mayoría termina afectando en exclusiva al seno del Ejecutivo. No casualmente se descubrieron los autos de custodia a Felisa Miceli, cuestión menor si se tiene en cuenta que todos los funcionarios que pasan a retiro en los países serios suelen gozar por un tiempo de estos “privilegios” por cuestiones de seguridad, costumbre o ceremonial, como se prefiera. Tampoco fue casual que se dieran a conocer los vaivenes de una supuesta maniobra contra la ministra de Defensa, Nilda Garré, a quien le alcanza con mostrar un balance de su obra al frente de esa cartera para desestabilizarse sola, sin necesidad de escuchas ni denuncias. Basta recordar la causa por contrabando de armamento, su confesión de desconocer un FAL u observar la “deforma” educativa que promueve. En rigor, no hacía falta conspiración alguna. El hecho de que permanezca en su despacho confirma la teoría de que el kirchnerismo atentó contra las Fuerzas Armadas desde el primer día en que asumió el poder, en mayo de 2003. No podía liderar el área que las compete otra mente que no fuera una destructiva. ¿Los Kirchner son leales con quienes les han traído grandes dolores de cabeza o carecen de gente competente y confiable?

Otra posibilidad es que esta necesidad de embrollos dentro del gabinete –donde todos parecen estar contra todos– le dé al Gobierno la movilidad que requiere para que las noticias giren en torno a cuestiones domésticas que sólo se atienden en sobremesas. Seguiremos debatiendo, en consecuencia, si Julio De Vido es más fuerte que Alberto Fernández o viceversa, los celos de Martín Lousteau y Martín Redrado en una aparente competencia por el rango de “golden” o “silver” boy, los embates de Guillermo Moreno, los números mefistofélicos del INDEC, las sospechas sobre Daniel Scioli por si atenta contra la intención reeleccionista oficial, la puja Florencio Randazzo-Aníbal Fernández por ver quién será la voz cantante defensora de lo indefendible, o la puja entre Nilda Garré y Roberto Bendini, el único jefe que parece poder tener el Ejército kirchnerista en su segundo período.

Hubiese sido muy dificultoso para la candidata electa hallar otro militar sin códigos, capaz de resistir el maltrato y oficiar como personal de maestranza para bajar cuadros, obviar la comunicación con sus pares y esconderse en los actos. A su vez, no cualquiera detenta causas abiertas por malversación de cuentas y cheques, ni conductas ambivalentes como para entornar con otros miembros del gabinete. No cabe duda de que Bendini ha hecho mérito suficiente para mantenerse en su puesto, aunque siempre es bueno recordar que a las promesas del kirchnerismo se las lleva el viento. El ex jefe de la fuerza, Ricardo Brinzoni, había sido confirmado en su cargo diez días antes de la asunción de Néstor Kirchner, el 25 de mayo de 2003, cuando supo, insidiosamente, que sería desplazado.

La confirmación de ciertas figuras en el “nuevo” gobierno no hace más que ratificar una continuidad que presagia más internas y operaciones que, en definitiva, atentan contra la gestión en sí misma y terminan por impedir la aplicación de políticas públicas concretas capaces de enderezar el rumbo de una Argentina que, si es cierto que crece económicamente, no se explica por qué ha de continuar “en emergencia”.

Las contradicciones y paradojas son otra de las características intrínsecas del kirchnerismo: se ufanan de haber logrado lo que, precisamente, demandan. Si la producción creció en gran escala, si el campo da ganancias extraordinarias, si la industria aplaude la designación de los ministros, si la Justicia es un ejemplo de independencia gracias a los cambios que produjo el futuro ex mandatario, si el mundo se rinde ante los pies de un “crecimiento majestuoso” como sostienen los voceros oficiales cada vez que se termina una gira, ¿cómo se explica que las inversiones no lleguen y que, en los informes de los organismos internacionales, aparezcamos cada vez más lejos de ser un escenario afable para atraer capitales?

La contradicción es la especialidad de la política oficialista. Decir una cosa y hacer otra, bregar por la calidad institucional mientras se coarta la independencia de los poderes del Estado o propulsar derechos humanos sólo para algunos son ejemplos básicos de un Gobierno que se manejó y ha de manejarse en los próximos años con la metodología del engaño y la distracción para aplicar el viejo refrán que reza: “si hay miseria, que no se note” (aunque la miseria no solamente se vea, sino también crezca). Erradicar la pobreza en todos los ámbitos parece ser una tarea ciclópea que no están dispuestos a llevar a cabo quienes, justamente, cooperaron para que se afiance –quizás no en lo social, pero sí en todos los demás planos de la política nacional, sobre todo en la faz ética y moral–. © www.economiaparatodos.com.ar

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