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martes 3 de noviembre de 2015

Como debería ser el primer mensaje del nuevo presidente

Como debería ser el primer mensaje del nuevo presidente

En la próxima y última vuelta electoral de noviembre, existen dos posibilidades. Una, la más probable, es la de un rotundo triunfo de Mauricio Macri, quien predica un cambio cultural en la política y economía. La otra, mucho menos posible, es la victoria de Daniel Scioli siempre y cuando lograse recuperar los votos que se oponen a una continuidad kirchnerista. En el caso de Daniel Scioli, éste debiera reconocer la grave situación que su propio gobierno ha provocado durante 12 años de desorden fiscal, falseamiento histórico, crisis social y caos monetario.

Estamos ante una verdadera encrucijada. La historia nos presenta dos caminos que conducen a distintas direcciones, no compatibles entre sí. Por eso nuestra elección será vital y decisiva y nos conducirá a largos años de mediocridad y estancamiento o de grandeza y expansión.

 

MENSAJE INAUGURAL DE ESPERANZA O RESIGNACIÓN.

Los candidatos que disputarán el favor de los ciudadanos, tendrán inexorablemente que preparar su primer discurso: el mensaje inaugural de un nuevo gobierno. Así como están dadas hoy las cosas, ese mensaje podrá contener la esperanza de una nueva visión o la resignación de una continuidad envejecida.

Ambos estarán obligados a ver las cosas como son, no como se las creen ni como las cuentan.

Se trata de pasar de una ECONOMIA INTERFERIDA por una burocracia inepta (verdadera ineptocracia) donde la actividad económica y social está trabada por improvisaciones, permisos, trámites, controles y órdenes de incompetentes funcionarios, para ingresar a otra ECONOMIA ESPONTÁNEA, liberada de la dominación política, autónoma en sus decisiones, ordenada y predecible, en la que reine la libre iniciativa dentro de reglas estables e iguales para todos.

Para ayudar a los dos aspirantes, Mauricio Macri y Daniel Scioli, en la preparación de su Mensaje inaugural, nos ilusionamos pensando que puedan leer este alegato. Reproduce los recuerdos y razonamientos expresados por el legendario gral. Charles De Gaulle cuando tuvo que reemplazar los 12 años de la IVª République para dar luz a la Vª République, que desde hace 50 años permitió recuperar la grandeza y la cultura de uno de los grandes y más refinados países del mundo: “La France”. Este documento es un compendio de las memorias de Charles De Gaulle (Mèmoires d’Espoir, Plon 1971).

 

EXORDIO HISTÓRICO.

Así escribió De Gaulle.

Apenas instalado, el ministro de economía Antoine Pinay trazó el cuadro real de la situación: Francia estaba al borde del desastre. El presupuesto presentaba un descubierto insoportable (l’impasse). Teníamos exceso de empleados públicos mientras que en las empresas privadas aumentaba la desocupación. Nuestra deuda pública era enorme y habíamos incumplido compromisos sujetos a sentencias judiciales externas. Las exportaciones no alcanzaban siquiera las ¾ partes de las importaciones. Las reservas del Banco de Francia cubrían sólo 5 semanas de importaciones. Por desconfianza de los inversores no teníamos crédito internacional alguno. Tuvimos que implorar ayuda a ciertos países amigos para poder mantener el comercio exterior. La actividad económica estaba próxima al derrumbe porque debíamos imponer un cepo a las compras o viajes al exterior y no podíamos importar insumos. Los compromisos de ventas internacionales no pudieron sostenerse porque nuestros productos no tenían precios competitivos. Tuvimos que incumplir los pactos firmados con el Mercado Común Europeo que imponían una reducción de las tarifas aduaneras. La única alternativa que nos quedaba era “el milagro o la quiebra de Francia”. En todos lados aparecía siempre la misma circunstancia de mezquindad política y falta de espíritu de grandeza. Francia no puede ser Francia sin la “grandeur” en sus gobernantes. Pero es esencial que la “grandeur” de su gloria esté acompañada por la humildad y sensatez en sus conductas.

 

EL INFORME.

En primer lugar era necesario esperar un cambio psicológico. En nuestra larga serie de fracasos e improvisaciones, especialmente con el lanzamiento de empréstitos y aumentos de impuestos, la opinión pública estaba fastidiada esperando el retorno de la sensatez y una gestión pública razonable. Por eso el gobierno tuvo que elaborar un Plan integral de reformas y de ninguna manera un ajuste superficial en las cuentas públicas mediante la devaluación. Las decisiones que tuve que tomar superaban el horizonte normal de una administración común y corriente. Teníamos que hacer muchísimo más. Por eso nombré una comisión de ministros sin cartera, integrada por nueve personalidades altamente competentes, salidas de la Inspección de Finanzas, del Consejo de Estado, de las Universidades públicas y privadas, de los Profesionales expertos en contabilidad, de la Banca y de la Industria para que me brinden un Informe sobre el problema financiero francés. Dicho problema estaba provocado por un exceso de gasto público que generaba déficit de presupuesto y requería la emisión de moneda espuria para financiarlo. Así se creaba inflación y se impedía la apertura al comercio internacional porque habíamos dejado de ser competitivos. Al frente de ese comité coloqué a Jacques Rueff, un teórico consumado y al mismo tiempo un hombre capaz de concebir ideas prácticas, realizables de inmediato.

En segundo lugar, el Informe consistió en recomendarme varias cosas. Que no insistiera en sacrificios estériles que sirven sólo como bocanada de aire fresco para continuar por el camino de la decadencia. Que dejara de lado los artificios cambiarios y contables que sólo servirían para salvar a un Estado corrupto, obeso y gastador sin medida. Que Francia vuelva a contar con el crédito internacional. Que sean eliminadas todas las barreras que impiden la expansión de las potencialidades individuales de los franceses creativos. Que volvamos a ser comparables con los grandes países modernos.

El Informe contenía dos partes, una destinada al Estado, denominada: “Sortir l’impasse budgétaire sans augmenter l’impôts” y otra dirigida a la Sociedad, titulada: “Examiner et recommander des mesures pour éliminer toutes les situations de fait ou de droit qui constituent des obstacles et barrières à l’expansion de l’initiative privée en France”.

 

EL PLAN DE SANEAMIENTO.

Lo primero de todo es detener efectivamente la inflación porque ella es una peligrosa droga que por sus fases alternativas de agitación, euforia y desilusión lleva a la sociedad francesa a la muerte.

Lo segundo son decisiones referidas a la moneda cuya meta es que deba competir con otras monedas extranjeras en forma libre y sin intervención del Estado para recuperar la estabilidad en su capacidad adquisitiva que tenía el franco de oro de Napoleón. Necesitamos una moneda que impida el aumento constante de precios, salarios y tarifas y que ello pueda ser debidamente medido con indicadores confiables. Por eso nuestra moneda tendrá que ser libremente intercambiable por cualquier ciudadano con otras divisas, sin ninguna restricción ordenada por el gobierno.

Lo tercero es la apertura a los intercambios mundiales para sacar a Francia del vetusto proteccionismo que la mantiene siempre encerrada y en condiciones de mediocridad absoluta, con costos que la convierten en un paria del comercio mundial. Es cierto que al abrigo de esas murallas algunos franceses -muy pocos- han podido amasar enormes fortunas, pero al costo de arruinar a la mayoría de la clase media y empobrecer a los asalariados. La competencia internacional con una moneda estable, sin inflación y a un tipo de cambio libremente establecido, permitirá eliminar la mediocridad a que las barreras aduaneras nos han condenado en el concierto mundial. Por el contrario, la competencia hará resurgir nuestra industria, nuestra agricultura y nuestro comercio porque les hará sentir los peligros y el aguijón. En la lucha internacional la economía francesa modernizará sus equipos, recuperará su espíritu emprendedor, mejorará sus métodos según las exigencias de productividad y hará de la expansión la clave de su éxito en los próximos meses.

Lo cuarto es considerar que el último episodio de un Plan de Saneamiento Fiscal sea una devaluación residual equivalente a una operación quirúrgica, pero sólo si fuese realizada cuando estuviésemos dispuestos a cegar todas las fuentes del desequilibrio inflacionario y nunca para que esa inflación vuelva a reaparecer al día siguiente de producida. Pero ello deberá ser hecho después y sólo después de haber impulsado un Plan de Reformas Integrales que termine con los trámites absurdos, los permisos ridículos, los controles insensatos, las trabas administrativas y los obstáculos legales para que los franceses y sus emprendimientos en la industria, la agricultura y el comercio operen en mercados libres y abiertos a todos, produciendo la expansión de la economía.

 

CRITICAS INTERESADAS

Frente a este panorama, muchos funcionarios y aliados políticos me han pedido que anule o demore algunas medidas, comunicándome sus reservas y temores. Además, los dirigentes socialistas con Guy Mollet a la cabeza, que integraban el antiguo régimen de la IV Republique, me hacen conocer públicamente su rechazo por un fantasioso costo social y porque ellos van a tener que perder los privilegios que habían logrado en anteriores gobiernos.

Para contestarles les digo que hay un suplemento de cargas que tendrán que soportar los más ricos, especialmente los bancos y quienes lucraban especulativamente, a favor de los más pobres. Y, por encima que hay verdadera urgencia por el carácter imperativo de la reconstrucción del país, dada la desastrosa situación en que los gobernantes de ayer nos dejaron. Frente a estos cuestionamientos, he convocado a un Consejo de Ministros para rehacer el presupuesto nacional y establecer una ordenanza de saneamiento de las finanzas públicas. A los profesionales de los medios de comunicación les pareció sobrecogedor que después de tantos y tantos ensayos improvisados, episódicos y veleidosos, los gobiernos anteriores hayan abandonado los verdaderos intereses del pueblo para perseguir objetivos partidarios, o peor aún, codiciosos enriquecimientos personales. Por lo cual este nuevo poder ha emprendido esta vez una acción fundamental, sostenida y resuelta.

Los viejos partidos políticos, responsables durante medio siglo de la decadencia de Francia no podían evidentemente aprobar el accionar de una Vª Republique construida contra sus intereses, sobre todo cuando nuestras medidas levantan ciertos descontentos populares que para ellos son sólo oportunidades para hacer politiquería. En cuanto a las organizaciones sindicales en manos monopólicas, ellos no existen más que para formular y sostener reivindicaciones y empoderamiento de sus caciques. Entonces no podría esperarse que cooperen con el poder en algo constructivo si eso se opone a sus mandatos. Es evidente que esta hostilidad natural de los feudalismos políticos y gremiales se muestren fuertes y encarnizados esperando seguir usufructuando de la sociedad nacional hasta que terminen por destruirla.

 

EPÍLOGO GLORIOSO.

Sin embargo, a los seis meses de adoptado el Plan de Saneamiento Fiscal, los precios bajaron, la oferta de nuevos puestos de trabajo aumentó considerablemente, las exportaciones agrícolas e industriales se recuperaron en forma milagrosa, la actividad bursátil mejoró sustancialmente, la vida económica se reactivó con inversiones que se duplicaron en menos de un año y nunca fue necesario impedir que la gente ahorre en la moneda que hayan elegido para cuidar su patrimonio. Porque el franco mantuvo una capacidad adquisitiva inalterable. Una Francia nueva retomó el curso de la Historia. Para que ella encuentre una base sólida sobre la cual podamos construir nuestro poderío nacional, nosotros debimos poner en orden el Estado, administrar con suma austeridad el dinero público, eliminar toda fuente de despilfarro y derroche, restablecer ampliamente el control y la disciplina en las finanzas públicas, la moneda nacional y la administración del presupuesto. Esto es lo que hicimos ante el asombro del mundo entero. (Charles De Gaulle, Mèmoires d’Espoir, Plon 1971).