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lunes 31 de octubre de 2011

“Con inconsistencias”

¿Los argentinos entienden con el bolsillo aquello que no saben entender en el plano institucional?

“Con inconsistencias: Indica que no se han superado
los mencionados controles,
detallando el/los motivo/s correspondiente/s.”
Resolución 3210 de la AFIP. Art. 6

Apenas una semana de los comicios presidenciales y, sin embargo, parece que hubieran pasado meses o años ya… Pese a ello, la contundente victoria de Cristina Fernández de Kirchner conlleva, como todo, su debilidad.

En primer lugar, no posee aquellos mentados 100 días de gracia que, según muchos, debe dársele a un gobierno en su faz inicial. En segundo término, la Presidenta no puede apelar más a denunciar gestiones anteriores, herencias recibidas o conspiraciones destituyentes, si se tiene en cuenta el magro caudal electoral de los opositores, amén de los “aplausos y ovaciones” que confesó poseer de todos los sectores durante la campaña, así como la venia que le hiciera la dirigencia empresaria.

En definitiva, entre el viento de cola, los precios de las commodities, la madre soja y la indiscutible habilidad política del kirchnerismo, el Gobierno ha llegado a las elecciones sin más obstáculos que sí mismo. Todo debería marchar sobre ruedas pero, de pronto, el triunfo apabullante, la conquista de los sectores díscolos y las encuestas que sonríen a la Jefa de Estado comienzan a tambalear sin que se haya alterado el escenario, ni se sepan a ciencia cierta los cambios que se producirán en ciertos despachos.

¿Razones? ¿Causas? Poco aportan los análisis macroeconómicos ahora. Hay, por encima de toda lógica matemática y dato de mercado, una idiosincrasia nacional que no puede traicionar su naturaleza. Si algo caracteriza al argentino medio ha sido y es su afán por el regateo en todos los órdenes, sin excepciones. Si la oferta es tentadora, allí estará haciendo cola.

Aunque parezca que no tiene sentido el recuerdo, en estos días, rememoraba una imagen que no pude dejar de relacionar con aquello. Venían a mi mente esas largas filas de autos que se producían en plena ruta 2, con el sólo fin de conseguir –de manera gratuita-, una botellita de agua o un yogur de determinada marca. Eran épocas en que todavía se veraneaba sin grandes sobresaltos, la economía no yacía como espada de Damocles sobre los ciudadanos. Aun así, podían pasarse minutos interminables detenidos como si el obsequio fuese un gran premio.

Pues bien, este afán por la compra de dólares, más allá de responder (como ciertamente responde) a la lógica del mercado tiene mucho que ver también con aquella manera de ser de los ciudadanos. Por circunstancias similares hemos vivido como si fuese eterna la etapa del “déme dos”, de los viajes a Miami, y la aparente fiesta interminable…

Aquellos que, por ese entonces, vaticinaban un final de festejo complejo eran tildados de agoreros, “tira bombas”, mala onda. Es justo admitir que los pronósticos de los analistas van más allá del corto plazo que se ha elegido para situar las expectativas, pero simultáneamente hay que sincerarse y asumir que, en los últimos años, se ha hablado de Apocalipsis y catástrofes sin demasiado argumento del que agarrarse.

Ahora bien, se supone que -hoy por hoy-, no hay amenaza latente para que se mancomune la idea de prevención. Sin embargo, prima la incoherencia. Basta con observar las diferencias entre la siembra y la cosecha de la líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, para darse cuenta hasta qué punto en Argentina, se vive en la contradicción.

Mientras la clase media aducía sentirse identificada con las declaraciones televisivas que hacía la mencionada dirigente política, en el cuarto oscuro se ensobraba una oratoria sustancialmente distinta. ¿Cómo es posible que quienes aplaudían la vehemencia de Carrió, hayan terminado avalando, precisamente, lo que aquella denunció? La respuesta no es muy científica que digamos.

Tampoco es científica la causa por la cual, aparentemente de la noche a la mañana, los argentinos bregan por el papel verde en detrimento del peso local. Convengamos que hablar de una conducta subrepticia es un tanto falaz. No es nueva la desconfianza hacia la moneda nacional. A fuerza de desventuras, se ha agudizado la falta de credibilidad en general, y en lo económico y político en particular.

Si ahora hay una mayor demanda del billete americano las razones hay que buscarlas tanto en el juego de oferta-demanda del mercado, así como también en nuestra peculiar forma de ser: contradictorios sin igual. Dejar alguna de estas variables de lado es una suerte de autoengaño.

Asimismo, ello explica que a horas de haberse ratificado el modelo de “matriz diversificada y doble flujo” que, en verdad, no dice nada claro, los mismos votantes se hayan volcado a los bancos y casas de cambio. El escorpión está de uno y otro lado. Es decir, el mismo “bicho” habita en Olivos, trabaja en Balcarce 50, y se refleja y halla en todos los demás barrios y periferias, a lo largo y a lo ancho. Cristina Kirchner es tan argentina como todos los demás.

Aunque suene a chicana, tampoco se puede descartar el hecho de haber sido Néstor Kirchner -a quién, recientemente, se idolatrara-, quién desoyera las advertencias del poder central para aumentar su declaración patrimonial. Mi abuelita hubiera dicho que “se predica con el ejemplo”. A juzgar por los bienes acumulados por los Kirchner, el “negocio” no fue tan malo. Y es más, ¿los fondos de Santa Cruz se depositaron con la cara de Roca, San Martín, y Belgrano? Somos ingenuos pero no tanto.

En este orden de cosas, el asombro frente a los acontecimientos sobra. Las medidas lanzadas a las apuradas por el Ejecutivo Nacional responden, a su vez, a la concepción política intrínseca de quienes están en el poder: coerción, persecución, caza de brujas, y el viejo recurso de sembrar el temor. ¿Podía esperarse una acción coherente y acorde a un mercado que se auto-equilibra satisfactoriamente si no media el Estado, por parte del kirchnerismo? A juzgar por los últimos ocho años, era impensado.

Lo que debería preocupar con tanto énfasis o más, en la sociedad, es la capacidad de reaccionar que tiene la ciudadanía cuando se trata de la economía, frente a la total incapacidad para advertir que la suerte que corre el dólar es exactamente igual a la que corre la libertad. Claro, la libertad no se palpa, y aparenta ser abstracta, inmaterial…

Limitados por esa realidad, hastiados de pronósticos de tsunami que no llegaron a producirse con la misma intensidad que en otras ocasiones de nuestra historia nacional, y frente a un gobierno que promete seguir en una especie de letargo anunciando planes, inaugurando obras, y festejando efemérides populares, no puede esperarse conductas más racionales.

Puede ser que el típico ciclo económico de las crisis regulares se haya alterado pero eso no amerita creer que se ha acabado. Esta certeza repica en el inconsciente ciudadano.

La vasta papelería decorativa que supimos acumular a lo largo de diferentes períodos políticos explican, de alguna manera, que se haya llegado como se llegó hasta acá. A su vez, hay conciencia acerca de esta continuidad aunque el rumbo de imprevisibilidad que fuera bendecido por una mayoría electoral, no implica una entrega de cheque en blanco sino más bien pone en evidencia: 1) la falta de alternativa; 2) la seguridad de tener que adoptar, tras los comicios, otras medidas en lo personal pues, el gobierno, no garantiza tener más herramientas que la suerte y la habilidad comunicacional para asentar las bases de la aparente prosperidad.

Más que una declaración de amor hacia el poder hegemónico de los K, lo que ha habido el pasado domingo ha sido una confirmación de paciencia y aceptación ciega de lo que se da, como cuando nos deteníamos a esperar el agua y el yogur por su carácter gratuito primero y principal, y muy posiblemente sin tener siquiera sed ni hambre como para consumirlos ya.

El dólar, en ese sentido, y además de tener un color esperanza que el peso no tiene, posee una estabilidad que justamente la da aquello que tanto se desdeña acá: la institucionalidad, la libertad. © www.economiaparatodos.com.ar

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