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jueves 5 de noviembre de 2009

Construcción y demolición del Muro de Berlín

¿Por qué se lo construyó? ¿A quiénes perjudicó? ¿Por qué hubo que encerrar a toda una población? ¿Cómo se logró derrumbarlo? Éstos son algunos de los interrogantes que este artículo tratará de responder de manera sucinta.

“Los líderes han perdido la confianza del pueblo.
¿No sería más simple disolver el pueblo y elegir otro?”
Bertolt Brecht, 1953

En mayo de 1945, finalizó la Segunda Guerra Mundial con la rendición incondicional de las Fuerzas Armadas alemanas y los ejércitos aliados ocuparon la totalidad del territorio germano. En lugar de la victoria que Hitler declamaba como el resultado ineludible de la confrontación dada su inquebrantable convicción en “la capacidad de los alemanes para vencer cualquier ataque”, la población experimentó una derrota total; Alemania se hallaba en ruinas: política, social, económica y moralmente.

El Tercer Reich terminó en llamas y escombros. Durante varios años la preocupación de los de los alemanes fue la mera supervivencia. Notable fue el espectáculo que ofrecieron las mujeres que apenas días después de la capitulación, que salían a primera hora de la mañana de lugares semiderrumbados para limpiar y despejar las piedras de las calles –sin que mediase orden de autoridad alguna-. Recibieron el nombre de “las mujeres de los Escombros”.Fotos muestran siluetas fantasmagóricas que barrían u ordenaban con sus manos los restos de su una vez próspero país.

A medida que las fuerzas de ocupación intentaban reorganizar el país vencido, comenzaron las reflexiones sobre el catastrófica curso de la historia moderna alemana para intentar explicar, comprender cómo una nación desarrollada y culta pudo abandonar los valores democráticos y republicanos, lanzando guerras brutales de rapiña imperialista y violencia racista. Sobre todo tratar de desentrañar el plan de asesinatos masivos y sistemáticos, sin parangón en la historia humana que llevaron a los propios alemanes hasta un final catastrófico suicida.

La división de Alemania

Una vez muerto Hitler, el gobierno alemán encabezado por Kart Donitz, rindió las Fuerzas Armadas e inmediatamente comenzaron para las potencias aliadas las preocupaciones sobre el futuro de Alemania y las consiguientes luchas por el poder entre los vencedores.

El acuerdo que ya se había alcanzado en Yalta en 1945 entre los “Tres Grandes”: Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Soviética –más Francia cuya zona de ocupación en el sudoeste de Alemania ya se había acordado con los británicos y los estadounidenses, el 15 de julio de 1945- se asentaba fundamentalmente en el convencimiento de que Alemania representaba un peligro para la paz mundial y que por lo tanto había que garantizar que los sobrevivientes germanos estuvieran incapacitados para alcanzar una posición desde la cual pudieran lanzar otra guerra.

Cuando las autoridades de ocupación comenzaron a reconstruir la base material del territorio devastado, era imposible que no surgieran interrogantes sobre cómo restaurar la sociedad, cómo encontrar el camino de resocialización de niños y jóvenes, de las víctimas y victimarios que habían convivido con el nacionalsocialismo.

La vida debía continuar, pero lo cierto es que si bien Alemania había sido derrotada, también los alemanes habían ultrajado al mundo. Hambreados, humillados, con un sentimiento creciente de culpa eran sin duda una población que debía ser observada con detenimiento, y así lo hicieron las fuerzas de ocupación.

Al finalizar la guerra, los sentimientos más fuertes eran aquéllos que sentenciaban la necesidad de castigar, aislar y controlar al pueblo que en nombre de la supremacía nacional y racial, había desatado fuerzas patológicas, asesinas, en una campaña signada por la barbarie, utilizando técnicas y conocimientos científicos para la organización de una masacre signada por una eficiencia diabólica

Las potencias aliadas se repartieron el territorio alemán: el 52 por ciento quedó en manos de las fuerzas llamadas occidentales: Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia zona que luego recibiría la denominación de República Federal de Alemania, mientras que el resto del espacio que había ocupado el Tercer Reich, el 22 por ciento, bajo la denominación de República Democrática Alemana (RDA) quedó en manos de los rusos. Polonia y la Unión Soviética tomaron posesión del resto.

Inmersa dentro de la porción del República Democrática Alemana permaneció la capital del Tercer Reich, ciudad que las fuerzas occidentales no aceptaron dejar en manos de los rusos y por lo tanto Berlín quedó dividida por un lado entre las fuerzas de los aliados y por el otro la zona rusa.

Desde un principio, esta convivencia entre los vencedores y la población generaron problemas de distinta índole. Las fuerzas occidentales debieron alimentar sus sectores afincados en Berlín a través de un puente aéreo que, durante 1949, envió por ese medio los víveres necesarios para los pobladores. También desde ese año hasta 1961, 2.700.000 personas entraron en Berlín occidental, de un total de 4 millones de alemanes que se trasladaron al oeste después de la guerra, huyendo de las zonas ocupadas por los rusos donde el botín del vencedor, como en casi todas las guerras, se había manifestado en todos sus aspectos: humillaciones, expropiaciones, violaciones y un clima de brutalidad generalizado.

Este traslado de grandes grupos de grandes grupos de emigrantes de Alemania del este hacia el oeste, fueron especialmente importantes en los años inmediatamente posteriores a la posguerra, cuando los vastos movimientos poblacionales todavía eran posibles. Con el pasar del tiempo la voluntad de pasar a la zona occidental fue haciéndose cada vez más difícil. La política socialista tanto en lo económico como en relación a las libertades individuales implementada en la zona oriental disminuía la calidad de vida de quienes quedaron atrapados en el este.

Lo cierto es que las políticas aplicadas en los distintos territorios sometidos a la influencia de los aliados accidentales y en el este reflejaban desacuerdos muy profundos. Las reparaciones que se impusieron a Alemania representan un buen ejemplo de esas desavenencias. Los rusos decidieron el desmantelamiento de las fábricas alemanas para llevarse todo lo que quedaba en la zona oriental, mientras que las autoridades de la zona occidental pronto se dieron cuenta que la destrucción de la industria no era una política sustentable en el largo plazo ya que la alimentación y el crecimiento de la economía en general debían ser realizados por la propia sociedad alemana con el equipamiento que había sobrevivido al derrumbe del Tercer Reich.

Tras años de estancamiento económico, en 1948, bajo la influencia del economista Ludwig Erhard se implementó en Alemania occidental una reforma económica que de un día al otro produjo un cambio que se tradujo en un magnífico renacimiento económico que, más allá del Plan Marshall, se evidenció en el llamado “milagro alemán”.

La vida en la RDA hasta la caída del Muro

Esa parte de Alemania era predominantemente agrícola, protestante y con algo de industria liviana .El régimen se propuso integrar Alemania oriental en la economía del bloque soviético, convirtiéndola en una potencia industrial después de Rusia, así como en una fuente de tecnología.

La población, en términos generales, intentó resistirse de este modelo social. Una de las primeras manifestaciones tuvo lugar en Berlín el 17 de junio de 1953 cuando los obreros se lanzaron a las calles abandonando sus puestos de trabajo. Fue una manifestación multitudinaria contra uno de los regímenes comunistas instaurados en lo que se dio en llamar Europa Oriental. El levantamiento que se extendió a muchas otras ciudades de la RDA, fue rápidamente aplastado por las fuerzas soviéticas.

El famoso escritor Bertolt Brecht, un comunista que “rara avis” tenía sentido del humor, pero que además dirigía un teatro subsidiado por las autoridades de Berlín oriental, se vio sorprendido y desconcertado por esta oposición de la clase supuestamente beneficiada por el comunismo y en nombre de la cual se gobernaba, pero su inteligencia superó su ceguera ideológica y pronunció la famosa frase llena de sarcasmo y que se hizo célebre: “Los líderes han perdido la confianza del pueblo. ¿No sería más simple disolver el pueblo y elegir otro?”.

Con el pasar de los años, la RDA ya no permitió el derecho a emigrar, el derecho a la huelga y constitucionalmente se declaraba que la base del gobierno era “la propiedad socialista de los medios de producción”, por lo tanto la libertad en todas sus dimensiones quedaba conculcada. Se terminó con la propiedad privada en prácticamente en todos los aspectos, libertad de prensa y los derechos humanos en general.

Creo pertinente permitirme una nota autorreferencial por su valor testimonial. Siendo una niña, mis padres me llevaron a Alemania, precisamente a Berlín occidental, para que mi abuela paterna, que había quedado después de la guerra en Gorlitz, Alemania oriental, me pudiera conocer. Tras los sobornos, imprescindibles a las autoridades soviéticas, las autoridades comunistas permitieron a la anciana salir por tres días a Berlín occidental. Ella aprovechó esos días para aferrarse a mí, hacer innumerables preguntas y finalmente volver a su cautiverio, para morir poco después.

El 13 de agosto de 1961 las Fuerzas Armadas de Berlín oriental comenzaron a colocar alambres de púa a lo largo de la frontera el sector con Berlín occidental. La mayor parte de cruces se cerraron. La explicación de las autoridades comunistas fue que el corte se realizaba para proteger a “su”pueblo de los designios imperialistas”. Pero todo el mundo entendió que una parte de Alemania quedaba encerrada.

Ese fue el comienzo del Muro de Berlín, hito mayor por su simbolismo en el conflicto este-oeste. Era el final de una muerte anunciada. Para la Unión soviética, Berlín occidental era un territorio insoportable, o como diría Kruschev en 1958, “Berlín es un cáncer en nuestra garganta”.

El espantoso Muro de más de 40 kilómetros de cemento, además de otro similar tanto de alambres de púa y terrenos minados en los campos circundantes, se convirtió en una lacerante parte del paisaje de una ciudad dividida

La población pareció resignarse ante esta ignominia, pero el drama continuó evidenciado por los numerosos intentos escape del este hacia el oeste, muchos de los cuales mostraron una extraordinaria creatividad, pero casi invariablemente con consecuencias trágicas. Las muertes en esa frontera pueden ser vistas como una de las múltiples formas en que se manifestó el enfrentamiento ideológico, militar y político soviético-norteamericano y la ineludible necesidad de libertad del ser humano.

Cuando la relación de fuerzas en este enfrentamiento se modificó a favor de los Estados Unidos, la implosión del régimen soviético se manifestó también con el quite de apoyo de la URSS a Alemania del este. La gente se lanzó a las calles en Leipzig y Dresden y fue evidente que las tropas soviéticas, alrededor de medio millón de soldados, no iban ya a ser usadas para una represión ya imposible.

El derrumbe, la demolición del Muro de Berlín fue el mayor símbolo del ocaso de Alemania oriental y el primer paso para el gran desafío de la reunificación alemana. © www.economiaparatodos.com.ar

Carlota Jackisch es doctora en Ciencias Políticas e integra el Centro de Estudios para Políticas Públicas Aplicadas (CEPPA).

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