Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

martes 25 de febrero de 2014

Controversias retóricas frente al abismo

Controversias retóricas frente al abismo

“La mentira es el barniz que disimula el foso que se abre entre el dominio exclusivo del partido único y su evidente incapacidad para gobernar la sociedad” (Jean Francois Revel) sociedad” (Jean Francois Revel)

Los órganos de información del gobierno no logran disimular en estos días los crecientes desacuerdos que existen en su seno, que van virando de lo más violento hasta lo más cómico.

Los debates del kirchnerismo de hoy versan sobre el mayor o menor “despojo” formal que debieran exhibir públicamente respecto de sus falsos principios ideológicos de otrora. Los mismos que los han sumergido finalmente en el pantano en el que chapotean
indecorosamente en estos días.

La extravagancia suprema de la actual situación, se comprueba con el hecho que Cristina comience a regañar a los suyos privadamente sobre dichos que en otra época hubieran constituido una música para sus oídos.

Algunos de los principales “voceros equivocados” de la etapa que se ha abierto frente al derrumbe, son D´Elía, Bonafini y, para sorpresa de muchos, el mismo Capitanich.

La troika del nuevo “credo” que encabezan Kiilloff y Cristina, comienza a sentir el efecto de los elegantes sopapos de algunos organismos internacionales, que están poniendo de rodillas la arrogancia de los planteos de “reivindicación” del gobierno, totalmente inaceptables para el standard de tratamiento de ciertas cuestiones del orden económico mundial.

Es que el movimiento K nunca entendió que cuando transitaran las desventuras finales de su viaje “al país de nunca jamás”, comenzarían a ser tratados de acuerdo con las leyes que rigen la política en materia de negocios: cautela y dureza.

El mundo capitalista detesta cordialmente los sectarismos, y los países que “sacan los pies del plato” son abandonados a su suerte cuando comienzan a avanzar en su retórica condenatoria de un “orden” que entienden –inocente y estúpidamente-, como lesivo para sus intereses.
Una vez que se produce el intento de regresar al redil, como hemos señalado, comprueban con amargura las verdades sobre las que se asienta la globalización y deben someterse a un molesto examen de pies a cabeza.

Los conflictos con los demás se convierten así en verdaderas pesadillas para el poder de quien los desató y termina chocando con la realidad que se intentó soslayar mediante políticas mentirosas de “patas cortas”.

Hacia adentro, y en tanto dura el efecto de encandilamiento de la “masa” a la que dirigen sus discursos, los falsos modelos progresistas intentan proclamar que son un “bloque”. Pero nada de lo humano es un bloque. Solo los tiranos razonan de esa manera al desconocer el hecho fáctico de que “existen pueblos concretos, vivientes, tornadizos y diversos que, en determinado momento, SIENTEN MOTIVOS SINCEROS Y REALES DE DESCONTENTO” (Revel nuevamente).

Es esa esencia natural de la diversidad -normalmente no tolerada por el poder central-, lo que provoca finalmente su caída.

Ucrania y Venezuela son dos ejemplos actualizados de lo que ocurre cuando dicho descontento cunde en una sociedad. Los actos de desborde social que se están produciendo allí son producto de la desesperación de gente que pretende oír de sus dirigentes –con toda razón-, de qué manera concreta mejorará su estilo de vida después de años de sufrir mentiras y desengaños. Se trata de sociedades que merced a la tecnología contemporánea “saben” perfectamente bien cómo y dónde se vive dignamente.

Por todo ello, sorprende que existan todavía políticos que aparentan haberse preparado convenientemente para desempañar sus roles en la administración pública y desconozcan estos principios elementales de un mundo cada vez más impredecible e interrelacionado.

Lo que queda en evidencia es que los equivocados somos en realidad quienes alguna vez les asignamos la capacidad necesaria para
desempeñar cargos que “les quedan grandes”; y frente al abismo, comenzamos a verlos desnudos e indefensos, tratando de preparar quizá una huida decorosa, mientras su soberbia se transforma en manifiesta perplejidad.