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jueves 6 de septiembre de 2012

Convenciones made in USA

"El gran cambio que se empieza a notar en las convenciones y que quizá marque una nueva etapa en este proceso evolutivo son las redes sociales."Es una ironía interesante que las convenciones de los partidos políticos en Estados Unidos sean acontecimientos nacionales y que los candidatos esperen de ellas un impulso definitivo en su carrera a la Casa Blanca. Y lo es porque el verdadero efecto de una convención de partido en este país es el que tiene en la base, no necesariamente el que tiene entre los independientes, ese amorfo y casi metafísico concepto político que, según muchos, determina quién será el Presidente, pero que no se hace realidad hasta el final y en muchos casos por obra de los activistas convencidos.

En un país donde el voto es voluntario, la participación ronda alrededor del 60 por ciento y la lid se decide estado por estado, la clave de todo está en movilizar a la base. Luego -y sólo luego-, en atraer a un número relativamente pequeño pero suficiente de independientes que rompa el empate que suele haber entre los no partidarizados que prestan algo de atención a la política hasta casi el final de una campaña electoral. Sin la base, ese añadido no se da nunca. Y allí es donde resulta trascendental -o un fiasco- la convención de cada partido.

Aunque es seguida al menos parcialmente por decenas de millones de ciudadanos con esa curiosidad que despierta todo lo espectacular en el país del espectáculo, una convención tiene como primer efecto, si es exitosa, cerrar las heridas de las primarias, unificar a las facciones ideológicas o meramente de poder en el partido detrás de una personalidad y galvanizar a la base para que sea ella, finalmente, la que contagie en cada estado el sentimiento de victoria a los dubitativos o escépticos. Es precisamente lo que ha pretendido hacer Romney esta semana después de las traumáticas primarias republicanas, como lo hizo Barack Obama en 2008 tras su épico enfrentamiento con Hillary Clinton, que había partido a los demócratas en dos.

En este sentido, las convenciones han sufrido una metamorfosis fascinante a lo largo de la historia republicana. Como la república misma, la dimensión democrática de estos eventos donde se nomina a los candidatos oficialmente fue evolucionando paulatinamente, con traumas y zigzags, e incluso graves retrocesos. Hasta hace cuarenta y pico de años no consistían en movilizar a la base o presentar al candidato en sociedad, sino en un acto bastante corrupto en el que las facciones de poder imponían a su candidato. Sólo en la época moderna, cuando fue realmente el votante de los partidos el que pasó a tomar en las urnas la decisión final sobre la candidatura de su partido, las convenciones se convirtieron en un ejercicio de afirmación de los militantes, a partir del cual se salía a conquistar al resto.

Hasta fines de los años 60´, los barones de los partidos negociaban en habitaciones con humo pero sin democracia interna la nominación del candidato. A medida que la era de la televisión floreció y que el sistema de las primarias se modernizó, las convenciones de volvieron eventos de cuatro días con una coreografía sofisticada y espectacular.

El gran desafío que enfrentan hoy es el cambio que se ha suscitado en las patrones de la comunicación de masas. Los que quieren noticias políticas están saturados de canales y programas que les ofrecen eso mismo 24 horas al día a través no sólo de la televisión, sino también de las computadoras, y los que no quieren demasiada información política difícilmente van a aguantar cuatro días frente al televisor siguiendo las incidencias de las convenciones, como ocurría antes. Tienes demasiadas opciones alternativas.

En décadas recientes, la única forma de enterarse de lo que sucedía realmente en una campaña en el país era estar pegado al televisor viendo a Walter Cronkite en señal abierta conduciendo el programa maratónico que llevaba las incidencias de lo que ocurría en las convenciones al gran público. Hoy los tres grandes canales de televisión abierta -NBC, ABC y CBS- son tan conscientes del poco interés que despertarían cuatro días seguidos de cobertura ante un público que llega a las convenciones con abundante información previa sobre la campaña que han reducido a un total de apenas tres horas la transmisión.

Eso sí, estos eventos siguen atrayendo la atención de la prensa: hubo en Tampa esta semana 150.000 periodistas, cantidad sólo superada por las Olimpíadas recientes en Londres. Y el “aparato” de seguridad es el mismo de otros años: no hay uno solo de los 350.000 habitantes de Tampa que no haya visto su vida -su tránsito, su rutina- afectada durante toda la duración del evento. Tampoco, por cierto, los delegados y asistentes, a quienes, por ejemplo, no se permite ingresar con pelotas de baseball, paraguas y plátanos (dos de las tres prohibiciones no se habían dado nunca antes). La guardia nacional, la policía del estado y el servicio secreto desplegaron miles de agentes por la ciudad. La puesta en escena, pues, a diferencia de las cifras de audiencia televisiva, no se ha devaluado.

Una convención hace formalmente tres cosas: los delegados de los estados nominan al candidato; el partido adopta lo que se llama una “plataforma”, en la que están los objetivos y la línea ideológica, y se aprueban las reglas de juego para las distintas actividades de la agrupación; por ejemplo, las primarias que tendrán lugar cuatro años después.

Normalmente el partido en el poder realiza su evento después de la oposición. Hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial, lo habitual era que el Partido Demócrata, el viejo partido de Jefferson, hiciera la suya primero, pero el republicano Eisenhower acordó informalmente con sus rivales demócratas que a partir de su Presidencia el partido en el poder cediera siempre el primer lugar al adversario para darle oportunidad de compensar la ventaja que confiere a quien está en la Casa Blanca competir desde el poder. Normalmente se hacen en el verano por una razón que tiene que ver con la financiación. Como las reglas impiden recaudar dinero de forma privada a los candidatos después de las convenciones si quieren recibir fondos públicos en el tramo final, los partidos eligen montar sus convenciones en el verano, a unas cuantas semanas de las elecciones, que se dan en noviembre.

Pero estas reglas van quedando obsoletas porque, por ejemplo, Barack Obama renunció en 2008 a su derecho a recibir dinero público, por lo que la prohibición de recaudar dólares después de la convención demócrata le resultaba irrelevante. Otro tanto ha pasado este año con Mitt Romney. No sería de extrañar que en algún momento del futuro, si se convierte en tradición no recibir dinero del Estado para campañas presidenciales, los partidos modifiquen el calendario.

A comienzos del siglo 19, los candidatos eran elegidos por los congresistas en reuniones que no se daban en el marco de convenciones, sino de la bancada del partido. Esto, sin embargo, fue el origen de una gran tensión interna en los partidos cuando los estados del Oeste se fueron incorporando al país, pues la representación congresal estaba altamente sesgada al Este. Distintas facciones se rebelaron contra la nominación de William Crawford en el Partido Demócrata y nominaron a John Quincy Adams, Henry Clay y Andrew Jackson. En la década siguiente, el Partido Antimasónico nominó a su candidato en una convención nacional, lo que, dado el antecedente mencionado, acabó siendo imitado por el Partido Demócrata y el Partido Republicano. Durante casi todo el siglo 19, las convenciones eran en cualquier caso luchas de facciones que negociaban o imponían a su nominado a puerta cerrada. Esto cambió parcialmente a fines del siglo, cuando los estados del Oeste adoptaron primarias limitadas. Aun así, el proceso era poco transparente y escasamente democrático, pues seguían siendo los barones de los partidos los que decidían, no los votantes. Muchos estados no realizaban primarias, por lo que los delegados que enviaban a las convenciones no representaban a una candidatura victoriosa de antemano.

El año clave de la etapa moderna es el turbulento 1968, en plena agitación de la “contracultura”, el movimiento de los derechos civiles y la revuelta popular contra la guerra de Vietnam. Fue el año en que el Presidente Lyndon Johnson, sorprendido por la reacción de la base del Partido Demócrata contra él por la guerra que su gobierno había expandido y acentuado, se retiró de las primarias y renunció a tentar la reelección. Entendió que, ante un Eugene McCarthy y un Robert Kennedy que le habían hecho pasar un mal rato en los inicios de las primarias, no cabía poner en riesgo su estatura. Su retiro y el asesinato de Kennedy crearon un vacío que aprovechó el Vicepresidente, Hubert Humphrey, para entrar a tallar en la lucha por la nominación. Este no compitió en primarias, pero logró la nominación en la convención gracias a grupos de interés, entre ellos los sindicatos, asustados por el riesgo de que la base del partido contraria a la guerra eligiera a uno de los suyos. Ello provocó una violenta y sangrienta ola de protestas en Chicago, la sede de la convención del Partido Demócrata, que cambiaron la historia de las nominaciones de los candidatos.

La humillación que significó para el Partido Demócrata lo ocurrido en Chicago llevó a la jerarquía a nombrar la famosa Comisión McGovern-Fraser para elaborar nuevas reglas. Decidieron, cediendo a la presión de los tiempos, santificar un sistema de primarias electorales real y serio. Cuatro años después, el Partido Republicano hizo lo propio, y desde entonces las convenciones eligen a los candidatos preferidos por la mayoría de los delegados, a su vez representativos de los resultados electorales de las internas en cada estado.

Desde entonces no hay sorpresas en las nominaciones. Todos saben quién será el candidato. Sólo en dos ocasiones hubo pugnas que parecieron poner en riesgo la nueva fórmula. Una fue en 1976, en la convención del Partido Republicano, cuando Ronald Reagan casi le arrebata la nominación al Presidente Ford al convencer a algunos delegados del mandatario de que votaran por él, algo que no era ilícito. La otra fue en 1980 y tuvo que ver con el Partido Demócrata, en tiempos de un Jimmy Carter venido a menos, a quien sus colegas de partido creían improbable ganador frente a un Partido Republicano que transpiraba ganas. Ted Kennedy, retador del Presidente, intentó convencer a los delegados de Carter de que votaran por él, y por un momento pareció que esto podía ocurrir.

La televisión ayudó a convertir estos eventos modernos en la beatificación del nominado y su familia, en la gran presentación en sociedad del candidato ante un país hasta ese momento poco informado. La primera transmisión televisiva fue en 1940 por parte de una estación afiliada a NBC, y pocos años después las tres cadenas nacionales convirtieron las convenciones en el “Super Bowl” de la política estadounidense. Esta dinámica duró hasta que la revolución en las comunicaciones quitó a las cadenas de señal abierta el oligopolio de la información política de masas.

El gran cambio que se empieza a notar en las convenciones y que quizá marque una nueva etapa en este proceso evolutivo son las redes sociales. La primera vez que tuvieron un gran protagonismo en la política estadounidense -independientemente del hecho de que ya en 2008 Obama las usó con gran eficacia- fue en las elecciones parciales para el Congreso en 2010. Este año, además de las páginas de Twitter y Facebook, los dos partidos han organizado transmisiones en YouTube, sitios para compartir fotos en Flickr y Pinterest, y toda clase de información en las redes de Google + y Foursquare, así como en innumerables aplicaciones en los teléfonos inteligentes. En Tampa, los republicanos establecieron esta semana un Google Media Lounge conjuntamente con Google, que ha servido algo así como de cuartel general online para organizar una gran comunidad de seguimiento de los pormenores de la nominación. Esto es lo que ha llevado a los canales, que ya hace cuatro años vieron sus índices de audiencia caer significativamente, a decidir que carece de sentido arriesgarse a competir durante cuatro días por un auditorio que está fragmentado entre toda clase de medios alternativos a las vacas sagradas de la tele en abierto.