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jueves 23 de noviembre de 2006

Cuando el impuesto se convierte en guillotina

Los aportes fiscales dejan de ser una contribución para ser una exacción cuando el Estado no ofrece a cambio de ellos ninguna de las contraprestaciones prometidas pero se empeña en gravar todas y cada una de las actividades humanas.

El propio Joseph Ignace Guillotin –inventor del instrumento que servía para la decapitación de los condenados a muerte– jamás habría podido soñar que su guillotina alcanzaría tal grado de mutación que terminaría por convertirse en impuesto.

Lo cual ha quedado evidenciado por la rebelión fiscal que protagonizaron los petroleros de Neuquén al sentir en carne propia el poder decapitante de los impuestos, exasperados al verse desapoderados de sus bienes personales honestamente adquiridos y amenazados con penas severísimas de no cumplir con sus obligaciones contributivas.

Estos trabajadores patagónicos se encontraron exactamente en la misma situación que un peatón en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cuando es interceptado por asaltantes que, a plena luz del día, le amenazan con armas de fuego y le exigen imperiosamente: ¡la plata o la vida!

Porque eso mismo es lo que les ha sucedido a estos obreros petroleros que, por primera vez en su vida, se han dado cuenta de que los impuestos no sirven para aumentar el bienestar del pueblo ni la riqueza de los contribuyentes, sino que son una simple y brutal exacción que les cercena toda posibilidad de mejorar la calidad de su vida y la de su familia al arrebatarles lo que han ganado con mucho esfuerzo.

Razones de la rebelión fiscal

Cansados de reclamar en vano y de escuchar promesas incumplidas, los trabajadores petroleros de Neuquén actuaron por sobre su propio sindicato, entraron en la sala de control de Loma de la Lata y, maniobrando las llaves esclusas, cortaron –por primera vez en la historia de nuestro país– el suministro de 60 millones de m3 de gas natural que abastece el consumo domiciliario e industrial en Chile y la Argentina.

La causa de esa explosión de cólera estaba justificada. Hace más de un año que vienen reclamando por las exorbitantes retenciones de impuestos que se les practican sobre los sueldos.

Nuestra perversa legislación impositiva establece que las personas físicas deben pagar un impuesto a las ganancias progresivamente creciente. Al liquidar dicho impuesto, la ley tolera las siguientes deducciones que presume suficientes para vivir honestamente: para pagar los gastos personales del contribuyente, $ 335 mensuales; para cubrir las necesidades hogareñas de su esposa, $ 200 por mes; y para atender los costos de crianza, educación y salud de sus hijos, $ 100 mensuales por cada uno.

En total, admite una ganancia no imponible de $ 635 mensuales, equivalentes a unos u$s 200 por mes, a partir de lo cual el salario del trabajador comenzará a ser severamente gravado con impuestos hasta extraerle el 35 % de todos sus ingresos.

Además, como lo hemos demostrado en otro artículo publicado en esta misma sección (clickear), este impuesto a las ganancias de las personas físicas es sólo uno de los 80 tributos que gravan no sólo los ingresos de los individuos sino también sus gastos, sus consumos, sus inversiones, el uso de los bienes adquiridos con esos ingresos y hasta el mantenimiento de un prudente patrimonio familiar. La mayoría de esos impuestos no son visibles directamente ya que están ocultos dentro del precio de los artículos que las empresas trasladan en los costos.

Un solo ejemplo nos mostrará la contundencia de esta excesiva carga fiscal, que cualquier interesado puede comprobar mediante la respectiva página de Internet. El mejor y más lujoso automóvil vendido en Estados Unidos es el Lexus, un formidable coche japonés fabricado por Toyota. Pues bien, su precio final puesto en el domicilio del consumidor americano asciende a u$s 44.000, mientras que en nuestro país ese mismo vehículo se vende a no menos de u$s 90.000. Los impuestos explican la sideral brecha entre ambos precios.

Claudicación frente al patoterismo

Volvamos ahora al relato de esta explosión de cólera neuquina. Enterados de la grave decisión de cortar el suministro de gas en todos los hogares y fábricas, los altos funcionarios que rodean al presidente se reunieron de urgencia a las tres de la mañana y, en pocas horas, procedieron a anunciar la claudicación del poder político y dispusieron otorgar una excepción a esos trabajadores.

Para justificar esta barbaridad jurídica, la propia ministra de Economía recurrió a una patraña, argumentando que lo hacían porque el gremio petrolero había reclamado orgánica y ordenadamente que le rebajasen los impuestos.

Con la medida anunciada, los funcionarios pensaron haber solucionado el problema.

Sin embargo, tamaña improvisación no podía arreglar la situación, porque esta misma semana el personal jerárquico, que también está sometido a la misma exacción impositiva, reclamó idéntico trato y prolongó la huelga petrolera que ahora abarca a todas las provincias patagónicas.

Éste es uno de los innumerables ejemplos de lo que sucede cuando no se aprovechan los buenos vientos para producir las reformas estructurales que el país viene necesitando y de las cuales la reforma impositiva es la más urgente e importante.

Los impuestos decapitan a la clase media

Mediante los impuestos, el Estado se lleva mucho y no devuelve nada, contradiciendo el eslogan oficial de que “los impuestos vuelven al pueblo”, ya que si así fuese: ¿por qué no dejan el dinero en el bolsillo de la gente?

Lo que está sucediendo en nuestro país es algo muy grave. Los gobernantes nos han hecho creer que el pago de impuestos se exige para tener justicia honesta e imparcial, para crear fuentes de trabajo digno, para protegernos contra los delincuentes, para brindar asistencia en caso de enfermedades graves y para garantizarnos que la palabra empeñada debe cumplirse.

En realidad, estamos recibiendo una cosa completamente diferente. Los asaltos y asesinatos se reiteran con total impunidad, los secuestros extorsivos sólo son contenidos mediante el ocultamiento de la noticia, la educación pública es deplorable y ofrece mediocridad y días sin clase, los hospitales están funcionando en condiciones de máxima precariedad, los cortes de ruta se repiten por cualquier motivo sin que la fuerza policial haga nada para garantizar el derecho a circular libremente y las agresiones de patoteros o barras bravas futboleros no dejan de alterar la tranquilidad pública.

Entonces queda en evidencia que los impuestos en lugar de una contribución son una exacción. Serían una contribución si pagásemos un importe razonable para compensar las contraprestaciones recibidas de parte del Estado. Pero son una exacción porque representan una verdadera tala que corta en la base a la fuente de la riqueza, destruyendo y arrasando todas las posibilidades para mejorar la vida de cada uno.

Franceso Ferrara (1810-1900), uno de los grandes hacendistas italianos hoy felizmente rescatado del olvido, que en la época del conde de Cavour era profesor en Torino, efectuó un análisis magistral sobre el peso de los impuestos.

Decía textualmente este formidable autor: “Los impuestos pueden transformarse de ser una contribución a convertirse en despojo sin que nadie entienda cómo y de qué manera un mal ministro de Hacienda consigue el poder político suficiente para hacer dóciles a los diputados, senadores y periodistas en el encubrimiento de las culpas e incapacidades del gobierno .Los impuestos extravagantes son los factores que incluyen y explican este enigma, porque ellos son el gran manantial de donde un gobierno corrompido puede especular en perjuicio de su pueblo. Con lo recaudado por esos impuestos, el gobierno mantiene a sus espías, alienta a su partido y dicta los artículos de los periódicos para mantener la ficción de que las cosas andan bien. De esta manera muere la contribución, donde entregamos una fracción de nuestros valores a cambio de las utilidades que nos brinda un Estado bien organizado, y en su lugar nace la expoliación que nos empobrece”.

Así como en Misiones se quitó el velo de la perfidia de quienes pretendieron atornillarse en el poder, parece ser que en Neuquén se está cayendo la mascarilla de la recaudación fiscal exitosa que se apoya en una tremenda presión fiscal, oculta en innumerables impuestos directos e indirectos cobrados por la Nación, las provincias y los municipios a cuanta acción humana pretendan emprender los argentinos. Todavía podemos tener esperanzas. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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