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lunes 23 de julio de 2007

Cuando la experiencia no enseña

La Argentina no aprende de su pasado ni de sus errores: por eso la historia de nuestras tragedias, desdichas, miserias y fracasos vuelve a repetirse, una y otra vez.

En la Argentina de la eterna coyuntura, los aniversarios y recordatorios de ciertos acontecimientos no son más que meros actos conmemorativos donde apenas se esbozan deseos y promesas. Días atrás, se cumplieron 13 años del atentado a la AMIA. Los discursos, tristemente, pudieron haber sido los mismos que los recitados en años anteriores. Los avances en la investigación nunca satisfacen a los familiares de las víctimas porque, más que avances, se muestra una serie de contradicciones y falencias donde, finalmente, fiscales y jueces terminan siendo más cuestionados que la causa pertinente. Las culpas esgrimidas y los por qué ensayados son confusos, más teñidos de intereses políticos que de certezas y realidades.

Por otra parte, llama poderosamente la atención que en la Argentina siempre existan divisiones. Ni siquiera en el dolor hay unión. Así, el decimotercer aniversario de la explosión de la AMIA, como sucede también en las actos en memoria de la tragedia de Cromañón, encuentra grupos de víctimas y familiares conmemorando en diferentes escenarios. Extraños intereses se mueven detrás del espanto. Desde luego que las conmemoraciones son siempre legítimas y obran, quizás, como una suerte de “justicia” que el ciudadano común puede aportar independientemente de lo que ofrece la dirigencia política o el Poder Judicial. Lo grave, en realidad, es que nadie se pregunte si aquellos hechos que cercenaron la paz de un pueblo y diezmaron a tantas familias pueden seguir ocurriendo o hay, acaso, alguna política concreta que permita prevenir ese tipo de tragedias. Ante tamaña pregunta, la ausencia de respuesta debería ser un dato interesante para entender si en esta Argentina vivimos o sobrevivimos a duras penas. Hay diferencia.

Posiblemente, la ausencia de políticas concretas tendientes a prevenir o evitar que este tipo de desastres tengan lugar en nuestro suelo pone de manifiesto la desidia que venimos, de alguna manera, anunciando en esta columna cuando enfatizamos que se vive en una eterna coyuntura. Se “gobierna” para el aquí y ahora. Lo que fue no deja enseñanza, sino resentimiento que no aporta nada, y lo que vendrá directamente no se tiene en cuenta. Los temas se limitan a la postulación de Cristina Fernández de Kirchner, la cumbia que se lanza con su candidatura, la bolsa de Felisa Miceli o la crisis energética. El pasado viene regio a la hora de los actos, la demagogia o ante la necesidad de distraer la atención para que no se advierta que seguimos varados sin proyección de futuro. Pero aprender de la experiencia, no. Eso hace que inevitablemente volvamos, antes o después, a estar en las mismas situaciones indeseables una y otra vez.

Ni las cicatrices de las crisis económicas, ni las consecuencias de la ineficacia en la función pública, ni los hechos trágicos devenidos de la ausencia de políticas de seguridad e inteligencia aportaron enseñanza capaz de impedir que volvamos a caer en inflaciones que aumenten la pobreza, que se sigan otorgando habilitaciones municipales a lugares que no cumplen condiciones mínimas indispensables o que no se repitan atentados como el de la Embajada de Israel o la AMIA. Tampoco hay, siquiera, capacidad de reacción para que, de producirse nuevamente este tipo de tragedias, haya, aunque más no sea, un desenvolvimiento efectivo en el rescate coordinado y procedimientos de emergencia que disminuyan el número de víctimas. Nadie discute que la solidaridad de la gente es importantísima. Sin embargo, no es la que debiera oficiar como salvavidas en casos tan extremos. La actual Ley de Defensa impide, por ejemplo, que las Fuerzas Armadas actúen en cuestiones ligadas al terrorismo dentro del territorio nacional.

Lo cierto es que, 13 años después, no sabemos si hay prevención alguna para impedir que la AMIA o cualquier otro sitio se conviertan nuevamente en un blanco de ataque o en un escenario de terror. La impunidad que caracteriza a la Argentina, la falta de idoneidad en las investigaciones y la dilación espantosa que se hace con temas que requieren respuestas prontas nos sitúan en el ojo de la tormenta. No se trata de que el presidente asista o no a un acto, tampoco del tenor de los abucheos o aplausos que reciba por hacerlo. Se trata de que actúe a la altura de las circunstancias y entendiendo que el terrorismo fue, es y seguirá siendo una amenaza, aquí y ahora, como lo es la desidia oficial en materia de habilitaciones, control y seguridad. Una vez que eso se entienda, más que sumarse a las condolencias, lo que debe ofrecerse es una política concreta que nos haga sentir a todos más seguros y demuestre que en el país hay inteligencia para algo más que para apilar carpetas de los que no piensan como se impone pensar en Balcarce 50.

Hay países que aprenden y, consecuentemente, evitan tropezar dos veces con la misma piedra. Semanas atrás, el Banco Mundial presentó el nuevo informe sobre “Indicadores de Gobernabilidad en el Ámbito Mundial 1996-2006”, en el cual sostiene que muchas naciones han mejorado en sus políticas para combatir la corrupción. Sin ir más lejos, enfatiza que países de África y Asia han avanzado considerablemente en áreas como rendimiento de cuentas, estabilidad política, efectividad gubernamental, calidad reguladora e imperio de la ley, mientras que otros estados han retrocedido en lo que a calidad gubernamental respecta. ¿Hace falta aclarar dónde estamos los argentinos? Pese a los intentos de un funcionario argentino por negar los datos, precisamente en la semana en que Felisa Miceli caía, la ministra de Defensa, Nilda Garré, se sumaba a la lista donde Romina Picolotti también espera. En el informe del Banco Mundial se indica que en nuestro país disminuyeron la “calidad regulatoria” y la “responsabilidad del gobierno” en comparación a las mismas variables medidas en el año 1998. La historia se vacía o se falsea y la experiencia no enseña. © www.economiaparatodos.com.ar

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