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martes 27 de enero de 2015

Cuando las pasiones «desconectan» la mente

Cuando las pasiones «desconectan» la mente

Dice el filósofo catalán Jaime Balmes que cuando el corazón entra ‘en juego’, muda los objetos que deberíamos analizar con el entendimiento y las pasiones pasan a tener una influencia casi decisiva sobre nuestra conducta

El caso Nisman, vuelve a poner sobre el tapete una cuestión que atañe a las tradicionales anomalías del comportamiento de Cristina Fernández, quien ha demostrado carecer de las facultades adecuadas para neutralizar los efectos nocivos que causa en ella la contemplación “apasionada” de los hechos de la realidad.

Sus idas y venidas respecto de los motivos, causas y partícipes eventuales en la muerte del fiscal -que la había imputado en lo que se nos aparece “prima facie” como SERIO Y CONSISTENTE, mediante un escrito de 290 fojas que ha sido publicado (sugerimos leerlo con paciencia)-, está precedido por una trama que habría puesto en marcha un criterio equivocado y “secreto” respecto del juzgamiento de los responsables de la voladura de la AMIA, con la ayuda del Canciller Timerman y una pequeña corte de “chirolitas”, que hoy nos tiene a todos en el vórtice del huracán desatado.

La denuncia incluye un detalle pormenorizado del avance de la causa original con una serie de precisiones que dan por tierra con los argumentos del gobierno, usados como pretexto para decir que estaba “paralizada” y apurar la firma del vergonzoso e inconsulto memorandum, cuyos postulados “gaseosos” hemos detallado en nuestro artículo “¿Waternisman?” de la semana pasada, con notas al margen.

En todo esto, quien parece haber tenido un protagonismo sorprendente es Timerman. ¿Por indicaciones expresas de Cristina? Podría asegurarse que sí, porque no ha habido nada que girara alrededor del sol que haya escapado a su control -o al de su marido-, en estos años.

Ha sido tan intensa la algazara de los admiradores de la hoy Presidente, durante el largo período en el que desempeñaron el poder los “K” (tómese la fecha de inicio que se desee para contarlos), que contribuyó con seguridad a nublar su entendimiento y su razón, habiéndola convertido finalmente en una persona indefensa y acorralada, como consecuencia de sus atropellos a la razón y el sentido común.

En ese estado de “enajenación sublime” ha creído estar más allá del bien y del mal, sucumbiendo a sus incontenibles deseos de pasar a la historia como una réplica de Napoleón o de Julio César, sin cobijar jamás una sola alternativa que no estuviera dictada por un “temperamento” totalmente alterado. En él se ha advertido siempre una cohabitación “de alegría y de tristeza, de orgullo y de anonadamiento, de esperanza y de desesperación, de postración y de actividad, de perdón y de venganza, de indulgencia y de severidad, de placer y de malestar, de gravedad y de ligereza, de elevación y de frivolidad, porque nada es más mudable e inconstante que el mar azotado por los huracanes” (Balmes).

No es difícil sospechar que fue ese espíritu enajenado el motor de su interés por lograr la aprobación del Congreso para el memorandum de marras, llevándose todo por delante.

El futuro en sus manos no augura nada bueno para nadie y diríamos -con las palabras del mismo autor-, que parece presentarse “ceniciento como el semblante de un difunto y tenebroso como la boca de una tumba”.

Las desgracias que le están cayendo sobre la cabeza cuando se perfila el final de su mandato (y muy probablemente la terminación de la “era Kirchner”), nos ponen frente a una persona que continúa dedicada a presentar los asuntos concernientes a su gobierno RESALTANDO EXCLUSIVAMENTE LO QUE A ELLA LE PREOCUPA, usando argumentos irracionales y sin hacer caso a quienes le adviertan: “esto no irá bien; estos raciocinios no son concluyentes; aquí hay ilusión y el tiempo lo manifestará” (siempre Balmes).

En efecto, el tiempo se lo ha manifestado con elocuencia dolorosa y las “minuciosidades imperceptibles” que fue despreciando en su atropello por comunicar sensaciones atadas a conclusiones falsas, se hicieron presentes finalmente para ganarse espacio “a codazos” en el minúsculo mundo que la rodea, convirtiéndola en una figura fugaz e inoportuna.

Quienes también constituimos “la sociedad que habita la República”, estamos obligados a prepararnos en cada uno de los lugares en que podamos desempeñar nuestro civismo, para afrontar el desierto que nos legarán las presidencias de los Kirchner. Muy específicamente el período de Cristina Fernández, que ha sido verdaderamente catastrófico en lo institucional.

Estamos convencidos que a partir del día de su despedida, comenzarán a caer como piedras por una ladera todos los fundamentos de sus políticas atravesadas. En ese sentido, el caso Nisman quizá constituya el mazazo final para su ya endeble credibilidad y “compostura” personal.

Agregamos un breve comentario final. En la filosofía tanto como en la psicología, se ha hecho siempre hincapié en las características nefastas que tiene LA VANIDAD en el comportamiento del ser humano. Estamos convencidos que la mayoría de los errores (¿horrores?), cometidos por Cristina Fernández durante su mandato han tenido y tienen relación con este sentimiento. Que haya desembocado en actos criminales, como la ha acusado Nisman, es posiblemente parte de los denominados “efectos colaterales”.