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EPT | March 29, 2024

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jueves 29 de diciembre de 2005

Cuñas

La incultura política podría definirse hoy como aquella que caracteriza a una sociedad que mansamente entrega su libertad a un mandamás. Éste es el virus de la ignorancia que afecta a la Argentina, sin distinción de niveles educativos o de roles. Los autócratas de turno perciben esa ignorancia y la explotarán hasta terminar con el último vestigio que se interponga en su camino.

Daniel Scioli llegó a la vicepresidencia como resultado de una de esas vueltas de la política argentina. Nacido bajo la luz de Memen y especializado en las relaciones comerciales que le dio su carrera por el mundo, inició un camino de inventiva y orden en una actividad que podía convertirse en uno de los trampolines del desarrollo argentino: el turismo.

Hizo un trabajo que los sectores de la industria le reconocieron. A tal grado, que Hernán Lombardi, el secretario entrante de De la Rúa, declaró que la suya sería una continuidad de lo que Scioli había comenzado. Cuando Duhalde llegó a la presidencia como resultado del fiasco de la Alianza y del enorme poder que ejerce el peronismo para no dejar gobernar a nadie más que a sí mismo, lo rescató y lo devolvió a su especialidad. Cuando Kirchner se presentó como la vía para canalizar el odio duhaldista hacia Menem, muchos vieron en Scioli a un moderador de la fórmula. Kirchner, que en ese momento tenía un 6% de intención de voto propio, lo aceptó.

El primer tiempo de actuación de Scioli no duró mucho. Aun a pesar de su cargo de vicepresidente, había logrado negociar que un equipo dirigido por él volviera a manejar la Secretaría de Turismo. El vicepresidente también mantenía fluidas relaciones con el establishment oficial y privado de los Estados Unidos y un equipo propio de asesores hacía que esos contactos se mantuvieran en comunicación con él.

Esto último, junto a unas declaraciones que los mandamases no toleran, hicieron que Kirchner lo aislara, le despidiera a todo su equipo de Turismo y lo recluyera a los grises papeles que ocupan los vicepresidentes, una tarea que ni siquiera tiene voz en el Senado kirchnerista.

Pero Scioli, incluso en ese intrascendente papel, sigue siendo una persona que ha tenido roce fuera de los estrechos límites del provincianismo caudillesco de la Argentina. Olfatea el aislacionismo y la discordia y no le gustan.

Hace unas semanas, propuso un homenaje del Senado a Eduardo Menem con motivo de su alejamiento de la Cámara tras 22 años. La furia de Cristina Kirchner obligó a disimular el evento incluyendo a otros senadores que también se retiraban.

La nueva representación de la esposa del presidente por la provincia de Buenos Aires introdujo una nueva lógica en el Senado. Cristina parece moverse ahora por la dictadura de los números. A quien ose contradecirla le enrostra los tres millones de votos obtenidos el 23 de octubre. ¿Qué hubiera sido de ella y su marido si otros hubieran aplicado su lógica cuando ellos apenas contaban los votos como los cirujas cuentas las monedas?

Un nuevo episodio sucedido en la Cámara que los constituyentes originales pensaron para cobijar a lo más sofisticado de la política nacional sirvió para ensayar un nuevo embate que desclave la cuña que Scioli significa para el matrimonio presidencial.

Con Cristina en el Senado representando al estado mayoritario del país, no cabe duda de que la aspiración es que ella presida ese cuerpo. Cuando los vicepresidentes no están, el Senado elige un presidente “pro tempore”. Ese senador sucede al presidente en caso de ausencia, licencia o muerte. Si Scioli estuviera, él, en su calidad de vicepresidente, asumiría la presidencia. Es un riesgo muy grande para el proyecto de los Kirchner. Scioli es una amenaza y lo saludable es terminar con él.

Muchos especularon con que el vicepresidente renunciaría cuando su dignidad fue pisoteada a poco de asumir. Pero no lo hizo. Ahora, un hecho verdadero -el desplazamiento del senador Rubén Giustiniani de la comisión de Justicia para que su lugar fuera ocupado por Cristina-, fue convertido en la piedra del escándalo.

Mezclado con una andanada que descalificó a Rodolfo Terragno -a quien le sugirió callarse por haber sido Jefe de Gabinete del “peor gobierno de la historia” (olvidando que el fugado vicepresidente del mismo gobierno fue empinado por Kirchner para ocupar la Secretaría General del MERCOSUR)- y a Ricardo Gómez Diez -a quien acusó del “delito” de haber sido compañero de fórmula de Ricardo López Murphy- (lo que introduciría un nuevo tipo en la legislación penal: el que prevé condenas al silencio por llamarse de tal o cual modo o por estar al lado de alguien que se llama de tal o cual modo), Cristina Kirchner acusó a Scioli de revelar a la prensa la movida.

Olvidó concentrarse en discutir la veracidad del hecho y convirtió lo accesorio en principal. El Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el ministro del Interior, Aníbal Fernández, salieron a respaldar a la Primera Dama y a defenestrar al vicepresidente.

La obtención del poder absoluto ha sido la regla en la historia del mundo. Sólo los últimos 350 años de la historia humana han sido iluminados por ideas cuya base consiste en elaborar métodos que contengan y limiten el poder del gobierno en beneficio de la libertad de los individuos. El resto de la Historia ha sido caracterizada por distintas formas de servidumbre. El mundo civilizado ha comprendido esas lecciones y los pueblos respetan las metodologías que les permiten protegerse de la soberbia avasalladora del poder. La incultura política podría definirse hoy como aquella que caracteriza a una sociedad que mansamente entrega su libertad a un mandamás. Éste es el virus de la ignorancia que afecta a la Argentina. Sin distinción de niveles educativos o de roles, los argentinos no parecen dispuestos a defender ningún sistema de poder equilibrado.

Los autócratas de turno perciben esa ignorancia y la explotarán hasta terminar con el último vestigio que se interponga en su designio de dominación. Scioli, desde su oscuro lugar, representa un atisbo de estorbo y la maquinaria se ha puesto en movimiento para removerlo.

Otros obstáculos han sido derribados ya. El Congreso constituye apenas una referencia edilicia en el centro de la ciudad que le da nombre a un barrio y a una estación de subterráneos. La Justicia ha sido copada primero culturalmente, luego numéricamente y ahora políticamente al supeditarla a un Consejo que participa en la designación y remoción de los jueces y cuya composición mayoritaria será impuesta desde el Poder Ejecutivo.

La última barrera será lo que queda de prensa libre. Acorralada por los presupuestos de publicidad pública y las presiones directas, buena parte del periodismo ya ha colapsado. Veremos cuál será la suerte de lo que aún queda en pie de la otra cuña que empecinadamente hinca la piel de los rincones donde se barrunta el absolutismo. © www.economiaparatodos.com.ar




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