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lunes 19 de julio de 2004

De la democracia trucha a la ley del garrote

La reducción de la democracia a la mera emisión del voto en las elecciones nos ha conducido a nuestra decadencia como nación. Los gobernantes ya no cumplen con su deber ni con la Constitución, sino que se limitan a hacer política. Mientras, la violencia sigue en aumento y nada indica que alguien esté dispuesto a ponerle freno.

En infinidad de oportunidades he insistido en que la democracia no consiste en ir a votar cada tanto y que, luego de la votación, el que más votos saque pueda hacer lo que se le dé la gana ignorando un orden jurídico preexistente. La larga decadencia argentina se explica, en buena medida, por esta confusión acerca de lo que es la democracia. Confusión que lleva a que la inseguridad jurídica cause estragos en las posibilidades de crecimiento.

Así, en nuestro país el orden jurídico ha quedado subordinado a los caprichos del político de turno, con lo cual la primera parte de nuestra Constitución, que garantiza los derechos individuales de los habitantes, ha sido ignorada olímpicamente. Lo único que le interesa a la mayoría de los políticos es ver cómo se vota y cómo llegan al poder. Qué hacen con él una vez que llegan al gobierno, es una cuestión que decidirán en su momento.

Pero supongamos que la democracia consistiera únicamente en votar una vez cada tanto y que el que gana las elecciones puede hacer lo que se le da la gana sin subordinarse a la ley. La lógica de quienes defienden no la DEMOCRACIA, sino el sólo hecho de votar, consiste en suponer que con sólo emitir su voto la gente irá corrigiendo los desastres que pueden hacer los gobiernos hasta dar con un presidente eficiente. De esta manera, sostienen, en forma pacífica se irá buscando el camino de la prosperidad.

Desde mi punto de vista, este razonamiento ha conducido al descalabro de violencia en que hoy estamos sumergidos, además de a nuestra persistente decadencia como nación. ¿Por qué? Porque como los que llegan al poder no están obligados a subordinarse a un orden jurídico preestablecido, hoy pueden darse el lujo de no cumplir con el mandato constitucional de reestablecer el orden público. Como todo es política y nada es orden jurídico, el gobierno puede elegir la estrategia que más le convenga para enfrentar a los violentos. Por ejemplo, por poner por encima del orden jurídico sus tácticas políticas, dejan a la ciudadanía totalmente indefensa ante la acción de los grupos violentos. El Estado no cumple con el mandato constitucional de garantizar la paz interior porque al gobernante de turno le parece que es mejor para sus necesidades políticas del momento dejar que los violentos destruyan todo lo que se les ocurre.

¿Cómo puede evolucionar la violencia que hoy vivimos? Cada vez con más violencia. El razonamiento es muy sencillo. Los piqueteros son movimientos políticos que quieren establecer una dictadura de izquierda. De manera que van a seguir corriendo por izquierda a un gobierno que se resiste a cumplir con su mandato constitucional de mantener el orden público. Ni aun en esta democracia trucha que tenemos, se respeta el principio de que los más votados hacen lo que quieren. Si algún grupo decide que una norma o ley votada no les gusta, pasan a la acción violenta. Es decir, no están dispuestos a dialogar. De la fuerza de la mayoría del más votado, hemos pasamos a la fuerza del garrote.

Pero imaginemos hasta dónde puede llegar la violencia. Por un lado, sabemos que los piqueteros quieren tomar el poder o, por lo menos, imponer sus ideas por la fuerza. Por otro lado, Kirchner está empecinado en no frenar la violencia. Si un patotero le moja la oreja a una persona para que pelee y ésta no ofrece pelea, el que quiere pelear va a dejar de mojarle la oreja para, primero escupirlo, después empujarlo, luego pegarle una trompada y finalmente romperle la cabeza.

En términos de la acción piquetera, es lógico esperar que, dada la inacción del gobierno por conveniencia política, los actos de violencia sean cada vez mayores para forzar la pelea. Obsérvese que, ante la pasividad del gobierno, D’Elía puede tomar una comisaría, Castells puede tomar una empresa privada y extorsionarla u ocupar el palacio de gobierno de una gobernación. La izquierda puede entrar en instalaciones de las Fuerzas Armadas y destruir todo lo que encuentran sin que la policía pueda intervenir por orden del poder político. Ya no se limitan a cortar rutas, puentes y calles. Cada vez van por más, mientras el gobierno trata de frenarlos cediendo a la extorsión y otorgándoles más fondos de los contribuyentes para tratar de calmarlos. Y como ven que el gobierno cede ante la extorsión, siguen avanzando sabiendo que de esa forma tienen las de ganar.

Cuando la situación llegue a niveles de violencia más descontrolados de los que tenemos ahora, la pasividad del gobierno va a hacer que la gente honesta, que trabaja duramente para tratar de sobrevivir en un país que a todos nos niega la posibilidad de progresar con nuestro esfuerzo personal, empiece a pedir que alguien ponga orden. El gran interrogante es si alguien en Argentina se animará a utilizar el monopolio de la fuerza que los ciudadanos le delegamos al Estado para defender la vida, la propiedad y la libertad de cada uno de nosotros. ¿Por qué? Porque sistemáticamente quienes han puesto orden en Argentina cada vez que hemos caído en el caos cercano a la anarquía, terminan presos o enjuiciados.

¿Quién se va a animar a ponerle un límite a Castells, Pitrola, D’Elia y a Quebracho, si después vienen los progres y, sacando a relucir los “derechos humanos”, terminan metiendo presos, no a los que iniciaron la ola de violencia, sino a quienes la frenaron?

Aclaro finalmente que, a pesar de todo lo expuesto, no estoy proponiendo que el Estado salga a matar gente por todos lados. Simplemente estoy diciendo que si el Estado no asume inmediatamente la obligación de ejercer el monopolio de la fuerza para reestablecer el orden público, la anarquía va a hacer que terminemos cayendo en una orgía de sangre. ¿Por qué? Porque la izquierda piquetera ha dado acabada muestras de que está dispuesta a llegar hasta cualquier nivel de violencia para imponer su dictadura.
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