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jueves 16 de septiembre de 2004

De la idoneidad a la tiranía de los políticos

En la Argentina, la falta de aptitud de los funcionarios públicos suele ser premiada en lugar de castigada. Los ineptos, o bien se perpetuán en sus cargos, que son renovados una y otra vez, o bien van rotando por todos los posibles puestos ejecutivos y legislativos. ¿El resultado? Un país en ruinas.

“La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre,
ni de nacimiento: No hay en ella fueros personales
ni títulos de nobleza.  Todos sus habitantes son iguales
ante la ley,  y admisibles en los empleos de la Nación
sin otra condición que la idoneidad…”

Artículo 16 de la Constitución Nacional


En los últimos días se dio a conocer la buena nueva de que la senadora por Santa Cruz Cristina Fernández, esposa del presidente, va a ser candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires. Si bien su candidatura es legal, dista mucho de ser legítima. La Constitución Nacional en su artículo 55 establece que para ser senador hay que ser natural o residente inmediato (2 años) de la provincia en cuestión. Cristina Fernández es natural de la provincia de Buenos Aires y además se puede considerar residente si su domicilio es la Quinta de Olivos. ¿Por qué digo que su postulación es ilegítima? Lo digo porque no se puede aceptar que alguien que actualmente está representando a una provincia, de un día a otro pase a representar a otra que queda a más de mil kilómetros de distancia. Por más que legalmente sea posible, es un disparate político. Supuestamente los senadores representan los intereses de sus provincias. ¿Cómo puede una persona conocer los intereses de una provincia al mismo tiempo que está representando los de otra? En teoría, cuando la senadora Kirchner no está pisando los mármoles del Congreso, debería estar recorriendo Santa Cruz para conocer las problemáticas locales. ¿Cómo se hará tiempo para sesionar, legislar, estar en Santa Cruz y hacer campaña en Buenos Aires para las elecciones del 2005, todo al mismo tiempo? Sólo ella lo sabe, y si podemos aceptar que no es omnipresente, indudablemente cuando comience a hacer campaña, dejará de hacer lo otro.

La candidatura de la senadora Fernández es mala per se solamente para Duhalde y Solá, que son sus contrincantes en dicha provincia. El objetivo de su candidatura es solamente disputarle al duhaldismo el poder sobre el distrito más importante del país. La senadora Kirchner no conoce ni le interesa resolver las problemáticas de Buenos Aires. Aunque quisiera resolverlas, no podría, ya que no las conoce porque no vive allí. Es lamentable que amparándose en un artículo de la Constitución (el 55) se viole tan abiertamente el espíritu de la Ley Suprema de la Nación. A ella hay que interpretarla en su espíritu original. Los requisitos exigidos en el artículo 55 no pueden ignorar otros requisitos constitucionales como la idoneidad. Pero, claro, es mucho más fácil probar la residencia que probar la idoneidad. Cristina Fernández podrá cumplir con lo primero, pero eso no significa que sea idónea para el cargo.

La ambición política de “Los Kirchner” es una práctica muy común de los políticos argentinos. Interpretando la ley de la forma que más les conviene y jugando con el sistema democrático, muchísimos políticos han permanecido en el poder cambiando de provincia, cargo, ministerio, banca o partido. Esto lo han logrado por su capacidad política de supervivencia y no por ser exitosos en la implementación de políticas públicas. La democracia creada por nuestra Constitución ha sido mutada para que premie justamente al más vivo y no al más idóneo.

Como se lee en la cita introductoria, nuestra Ley Suprema determina con precisión la igualdad de los ciudadanos ante la ley y, al mismo tiempo, establece el derecho de todo habitante a ser admisible en los empleos de la Nación sin otro requisito que la idoneidad. En un país ideal, esto último significaría que sólo los aptos podrían desempeñarse en la honrosa función pública. Si algún no apto llegara a ser electo, tarde o temprano el voto democrático se encargaría de reemplazar a ese representante incapaz por otro.

Evidentemente, nuestro país dista mucho de ser algo cercano al ideal. De alguna forma los gobernantes y gobernados de la Argentina han ideado un modus operandi para que los representantes y empleados públicos se perpetúen en el poder y en sus cargos sin jamás ser cuestionados por su idoneidad.

¿Cómo pueden saber los gobernados si sus gobernantes son o no idóneos para su trabajo? Desde un punto de vista estrictamente legal, la falta de idoneidad se vería reflejada (o mejor dicho penada) en una derrota electoral futura, un juicio político o una investigación judicial por corrupción. Pero desde un punto de vista realista, la mejor forma de saber si un gobernante fue o no idóneo es juzgando objetivamente el trabajo que ha hecho.

En la Argentina la falta de idoneidad en la cosa pública es más bien premiada antes que castigada. Se premia con la continuación eterna de los mandatos ejecutivos, legislativos y judiciales, tanto a nivel nacional, provincial y municipal. No hace falta más que ver la vida de nuestro país en los últimos 50 años para comprobar que el trabajo hecho por nuestros gobernantes deja mucho que desear en cuanto a su idoneidad. ¿Qué dicen al respecto ellos? Generalmente responden: “la culpa la tienen los de afuera, los países ricos”, “son las corporaciones que se llevan la plata” o “la culpa es del que vino antes, estamos pagando los platos rotos del modelo”. Pero la más ingeniosa de las respuestas tuvo como autor a Eduardo Duhalde, que una vez dijo durante su presidencia: “yo estoy acá porque nadie quería el cargo”.

Por más buenas que sean las excusas que vendan al público, los no idóneos ganan una elección tras otra. ¿Por qué pasa esto? ¿Acaso el pueblo es ignorante y no se da cuenta? Muchos dicen que sí, que la falta de educación es la herramienta principal que utilizan los políticos para perpetuarse en el poder. Es difícil probar si esto es o no cierto. Lo que si se puede decir con seguridad es que con la ayuda milagrosa del clientelismo político (entiéndase: compra de votos con dinero, empleos públicos, planes trabajar o comida) nuestros gobernantes por sus éxitos electorales aparentan ser los más idóneos del mundo.

La profesión política es la más rentable y segura del país. Aunque uno no esté capacitado, sea un ignorante absoluto y haga todo mal, aun así puede estar tranquilo ya que nunca van a lograr removerlo de su lugar y, pase lo que pase, siempre va a cobrar su dieta. En todo caso se cambia de color político y al poco tiempo se reaparece como el ave fénix. Ejemplos prácticos para refrescarnos la memoria: Alberto Fernández que pasó de ultra cavallista a ultra kirchnerista en sólo 2 años o Gustavo Beliz que pasó de menemista a cavalista y luego a kirchnerista en 10 años.

Mencionar casos de políticos argentinos que se han quedado eternamente en el poder, salvo breve interrupción de los tanques en Plaza de Mayo, es muy fácil. Brotan los casos en todo el territorio nacional, especialmente en los sillones de las gobernaciones y del Congreso Nacional. Que hayan dedicado sus vidas a la “vocación política” no tiene nada de malo. Lo malo es que indudablemente las décadas han pasado y el legado que han dejado ha sido desastroso. A la hora de tener un cargo público, la buena intención no basta. La Constitución Nacional lo dice perfectamente: “sin otra condición que la idoneidad”. Si el país esta en ruinas, los responsables son los que estuvieron en el poder, lo cual hace inadmisible que continúen.

A los Juárez, Rodríguez Saá, Saadi, Menem, Cafiero, Alfonsín, Romero Feris, Angeloz, Romero, Sapag, etcétera, no hay que investigarlos por corruptos. Es probable que muchos de ellos jamás hayan robado un peso. Fueron sus mandatos y no su corrupción lo que llevo nuestro país a este estado crítico. La falta de idoneidad y el exceso de ambición de nuestros políticos han hecho de la democracia una farsa o mejor dicho, una tiranía. © www.economiaparatodos.com.ar



Francisco do Pico es Licenciado en Ciencia Política.




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