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martes 1 de octubre de 2013

¿De qué sirve la propiedad privada?

¿De qué sirve la propiedad privada?
Si bien el concepto de propiedad es tan antiguo como el hombre mismo, el de propiedad privada puede decirse que es –en una comparativa histórica- relativamente reciente
La propiedad privada se generaliza (y populariza) con el auge del liberalismo, aproximadamente a partir especialmente desde fines del siglo XVIII y hasta los comienzos del XX.
Explica el Dr. A. Benegas Lynch (h):
«Es habitual sostener que no es posible “dejar todo a las fuerzas ciegas del mercado”. Se piensa que si eso fuera así podría ocurrir que todo el mundo decida producir leche y no haya pan disponible o que todo el mundo se incline por la profesión de la ingeniería y no haya médicos. Estas preocupaciones resultan cuando no se comprende el significado del mercado que está basado en la institución de la propiedad privada y trasmite información dispersa a través de los precios. La propiedad privada, es decir, la facultad de usar y disponer de lo propio, se asigna debido a que los recursos son escasos y las necesidades son ilimitadas. Esos recursos escasos pueden asignarse a muy diversas actividades por muy diversas personas. El sentido del primer ocupante y luego la transmisión de la propiedad por medio de arreglos libres y voluntarios hace que se asigne a quienes son más eficientes para atender las necesidades de los demás.»[1]. Mayor claridad es imposible.
La propiedad privada es lo opuesto al socialismo, lo cual es una de sus características distintivas:
«socialismo significa abolición de la empresa privada y de la propiedad privada de los medios de producción y creación de un sistema de «economía planificada», en el cual el empresario que actúa en busca de un beneficio es reemplazado por un organismo central de planificación.»[2]
Esta es una de las razones por las cuales resultan absurdas -por autocontradictorias- expresiones tales como «socialismo libertario», o la igualmente ridícula de «socialismo de mercado» o «competitivo».
Que la ley reconozca el derecho de propiedad privada no es, en modo alguno, garantía bastante de que dicho derecho sea respetado. De hecho, la mayoría de las legislaciones del mundo reconocen formalmente el derecho de propiedad, no obstante lo cual se verifica a menudo que el mismo es repetitivamente violado por muchos otros medios. Todo lo cual ya lo había advertido F. A. von Hayek hace tiempo con estas palabras:
«No es en modo alguno suficiente que la ley reconozca el principio de la propiedad privada y de la libertad de contrato; mucho depende de la definición precisa del derecho de propiedad, según se aplique a diferentes cosas.»[3]
Del mismo modo, ya antes, en el siglo XIX, el genial pensador francés Frédéric Bastiat nos demostró como la ley también podía destruir el derecho de propiedad, tal y como lo vemos hoy en día.
Alberdi alertaba, también en el siglo XIX, sobre como el gobierno podría demoler la economía  y la propiedad de un país:
«El poder de crear, de manejar y de invertir el Tesoro público, es el resumen de todos los poderes, la función más ardua de la soberanía nacional. En la formación del Tesoro puede ser saqueado el país, desconocida la propiedad privada y hollada la seguridad personal; en la elección y cantidad de los gastos puede ser dilapidada la riqueza pública, embrutecido, oprimido, degradado el país.»[4]
Las lúcidas advertencias alberdianas no fueron lamentablemente escuchadas, sobre todo a partir de las primeras décadas del siglo XX, donde sus brillantes ideas fueron injustificadamente relegadas al más infundado olvido.
Los gobiernos socialistas o socialdemócratas, o del tipo «estado» -mal llamado- «de bienestar» o «benefactor», siempre son gobiernos cuyo tamaño tiende a crecer indefectiblemente. A la larga, se trasforman en gobiernos grandes o elefantiásicos (como la mayoría de los gobiernos de hoy) y perjudican la propiedad:
«El gobierno pequeño es hermoso. El gobierno pequeño es simple y barato y bueno. El gobierno pequeño responde por sí mismo. No hay lugar para esconder el dispendio y la corrupción en el presupuesto de un gobierno muy pequeño. El gobierno pequeño respeta la libertad individual y la responsabilidad personal y la propiedad privada.»[5]
Para que exista democracia ha de estar precedida antes de un sistema capitalista y –además- incluida por este, y -a su turno- para que tenga lugar este último también es condición imprescindible que exista propiedad privada:
«Se dice ahora con frecuencia que la democracia no tolerará el «capitalismo». Por ello se hace todavía más importante comprender que sólo dentro de este sistema es posible la democracia, si por «capitalismo» se entiende un sistema de competencia basado sobre la libre disposición de la propiedad privada. Cuando llegue a ser dominada por un credo colectivista, la democracia se destruirá a sí misma inevitablemente.»[6]
Estas proféticas palabras de Hayek se han visto cumplidas hoy por doquier, donde quiera que observemos el mundo vemos pseudodemocracias u otras mal llamadas así, dominadas por diferentes credos colectivistas. Sin propiedad privada no hay democracia de ninguna índole.
Generalmente, -y ya en la vida diaria- la propiedad privada es aquello que la mayoría de la gente critica en los demás, pero –por el contrario- no critica en ellos mismos, demostrando tales fustigadores una buena dosis de envidia. Es más fácil, por supuesto -para muchos- esperar que sean «los otros» los que se desprenden generosamente de sus posesiones que los primeros.
La propiedad privada es el único medio por el cual se puede combatir eficazmente la miseria y la pobreza que aun asola el mundo. Todos los demás sistemas han fallado irremediablemente. Por ello todo ataque a ella conduce a la miseria.


[1] Alberto Benegas Lynch (h) «El liberalismo como respeto al prójimo». Especial para “Contribuciones”, Fundación Adenauer. pág. 4.
[2] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág.  pág. 62.
[3] Hayek, Camino….ob. cit. pág. 68
[4] Juan Bautista Alberdi. Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853. pág. 181
[5] Michael Cloud. Secretos de la persuasión liberal. Instituto de Libre Empresa 2008. Pág. 132
[6] Hayek, Camino….ob. cit. pág. 103