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jueves 6 de febrero de 2014

Desgobierno

Desgobierno

Salvo que Cristina Fernández, Carlos Zanini y Jorge Capitanich consideren que todo es fruto de un complot —¡otro más!, y van…— para terminar con el gobierno antes de que la presidente cumpla con su mandato, las declaraciones voceadas en el curso de los últimos días por personajes tan disímiles como el gobernador de Misiones, Maurice Closs; el titular de la CGT oficialista, Antonio Caló; el ministro de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Fayt; el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni; el ex–presidente del Banco Central, Mario Blejer y el ministro del Interior, Florencio Randazzo, no fueron casualidad.

Como la teoría de una conspiración no podría sostenerse ni siquiera en los núcleos más duros del kirchnerismo —en atención al hecho de que alguien debería explicarnos qué sentido tendría la presencia de, al menos, cuatro reconocidos miembros o defensores de la actual administración entre los conspiradores— sólo cabe pensar en que ha sido la gravedad de la situación por la cual atraviesa el país la causa de aquellos dichos.

Si Blejer había alentado acerca de la posibilidad de un Rodrigazo, Caló sobre la insuficiencia dramática de los salarios y Berni anticipado un 2014 caliente en términos de conflictividad, la nota por antonomasia la dio el mandatario misionero. Closs no es cualquier gobernador. Ha sido, hasta el momento, un escudero fiel de los Kirchner y maneja, luego del recambio parlamentario de diciembre, un minibloque de hecho en la cámara baja, decisivo para el gobierno. Nunca hasta acá su voz había disonado respecto del relato oficial y nunca —que se sepa— se había permitido unas declaraciones como las del viernes pasado, hechas en Posadas ante un conjunto de periodistas.

En realidad expresó, trayendo a comento el final de Raúl Alfonsín y de Fernando De la Rúa, cuanto es materia de conversación y de análisis en todo el arco político del país. En buen romance dijo que era urgente convocar a una multipartidaria so pena de terminar sus días —la presidente— de la misma manera que sus dos pares de la Unión Cívica Radical. El tenor de lo expresado y la crudeza de la comparación deben haber llenado de escozor y de ira a Cristina Fernández. De lo contrario no se hubiese apurado el jefe de gabinete en llamarlo de urgencia al gobernador mesopotámico para pedirle explicaciones, por un lado, y exigirle una rectificación, por el otro.

Closs no es un improvisado en estas lides y sería tonto suponer que en circunstancias tan complicadas y en medio de una crisis que el kirchnerismo intenta sobrellevar a duras penas, 1) se pudo equivocar a la hora de hablar ó, 2) no pensó bien antes de hacer tamaños juicios o bien que, 3) quienes lo escucharon tergiversaron luego el sentido de su mensaje. Como debía retractarse y nadie desea incinerarse reconociendo que ha recibido un reto y ha sido obligado a dar marcha atrás, optó por el camino más fácil: culpó a los periodistas y creyó salir airoso del paso. El problema es que nadie tomó en serio su mea culpa, empezando por la presidente.

Es posible que Closs se haya dejado llevar por su temperamento y no haya calibrado bien cuán inoportuna sería su conferencia de prensa. Pero que así haya resultado nada le quita al hecho de que, cuanto adelantó, es lo que piensa. Y, para el caso, lo que también piensa buena parte de la clase política, de la dirigencia sindical y empresaria y de los analistas políticos y económicos de mayor autoridad.

Cualquiera que frecuente la interminable serie de almuerzos, comidas, seminarios, casamientos, reuniones informales, charlas de café o conclaves que tienen lugar en la Capital Federal en estos días, se lleva una sola impresión: nadie sabe bien a qué atenerse y nadie —salvo los que juegan al empate— da un peso por este gobierno si no atina a cambiar el rumbo de su gestión. Por supuesto, ninguno de los participantes en esos encuentros estaría dispuesto a repetir en público lo que se habla en privado. ¡…Bueno sería!

Es conveniente reconocer, asimismo, que son pocos, si acaso algunos, los que desean ver a la presidente abandonando Olivos y Balcarce 50 antes de tiempo. De la misma manera que hay un juicio, común a la gran mayoría de los políticos opositores, de parte del PJ, de los caciques sindicales y de los empresarios más importantes del país, respecto de la necesidad imperiosa que tiene el gobierno de dar un volantazo, prácticamente ninguno —ni siquiera los más encendidos críticos del kirchnerismo— quieren un final anticipado.

Por eso, se equivocaría de medio a medio quien tratara de rastrear ánimos destituyentes —para utilizar el término puesto en circulación por los intelectuales de Carta Abierta— o planes conspirativos. El núcleo central del problema que enfrenta la administración de Cristina Fernández nada tiene que ver con complots, que solo caben en mentes calenturientas. Es tan ridículo suponer que una transacción de apenas millón y medio de dólares, efectuada hace pocos días por la empresa Shell, pueda haber desestabilizado el mercado cambiario, como imaginar que el respaldo de Cristina Fernández al teniente general Cesar Milani obedece a la necesidad de tener alistado al ejército para apoyarla en la eventualidad de tener que enfrentar un golpe de estado. En una y otra especulación se analiza la actualidad con categorías del siglo pasado. Ni Shell ni el ejército son factores reales de poder o, si se prefiere, ni el señor Aranguren ni el general Milani —aunque lo desearan— podrían seriamente representar los papeles que les asignan el kirchnerismo, al primero, y el antikirchnerismo, al segundo.

A esta altura del partido, lo decisivo no es específicamente político institucional sino económico. Dicho en términos distintos: importa menos si el kirchnerismo retiene su mayoría en las dos cámaras del Congreso Nacional; si se conforma una liga de gobernadores; si el PJ se realinea en torno de Scioli, de Domínguez o de Massa; si el vicepresidente es finalmente imputado y llamado a declarar por el juez federal Ariel Lijo; o si el arco opositor forja un consenso, que la confianza/desconfianza de la gente respecto del futuro inmediato. Si el Banco Central, para mantener la paridad U$ 1 = $ 8 pierde entre U$ 200 MM y U$ 250 MM diarios, la suerte del gobierno está echada.

Está claro que este “Rodrigazo con cuentagotas” —tal cual lo definió, en su momento, Roberto Lavagna— sirve de poco y nada. Es que cualquier estrategia gradualista, si acaso tuvo posibilidad de prosperar alguna vez, hoy claramente carece de sentido. Luego de la devaluación sin plan, no hay lugar para aplicar el “paso a paso”. Si no atiende los problemas de fondo, el kirchnerismo está perdido. Así vamos derecho a un escenario mortal de recesión con inflación.

Hasta la semana próxima.

Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.