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lunes 2 de agosto de 2010

El acuerdo

Si la Argentina en 200 años no ha logrado un consenso sobre cuestiones fundacionales como el federalismo, la coparticipación impositiva, la educación, la seguridad pública y las instituciones, quiere decir que lo que ha existido hasta ahora no es más que una ficción de Nación.

La idea de establecer un acuerdo básico de convivencia política y de políticas de desarrollo que todas las fuerzas políticas respeten a partir de 2011 es de por sí una iniciativa saludable. La Argentina lleva 200 años sin poder lograr algo semejante. Desde su origen fue un país rasgado por el blanco y por el negro, en donde la convivencia y conciliación de distintas maneras de pensar ha sido una utopía.

En un momento de su historia, luego de 43 años de desgarradas luchas internas, se pensó que ese pacto era la Constitución de 1853. No fue suficiente y hubo que modificar el acuerdo apenas siete años después, en 1860, cuando Buenos Aires se incorporó a la Confederación y dio nacimiento a la Argentina que conocemos.

Esa reforma mejoró la Constitución original, dando muestras de que la conciliación no implica claudicaciones, sino que propicia el progreso y la prosperidad. El país cambió en los siguientes 70 años: las nuevas instituciones y el respeto de las fuerzas políticas a ese pacto lo dieron vuelta como una media.

Pero las irreconciliables fuerzas intestinas de visiones del mundo completamente incompatibles entre sí siguieron haciendo su trabajo subterráneo de descomposición hasta que estallaron con el golpe militar de 1930. La lucha entre el populismo caudillista, aislacionista, estatista, demagógico, nacionalista y admirador del fascismo, por un lado, y el liberalismo integrador al mundo, propiciador de la competencia, que fomentaba la responsabilidad individual y admirador del modelo anglosajón de la democracia liberal capitalista, por el otro, produjo un estallido que fracturó a la sociedad para siempre (o, por lo menos, desde entonces y hasta ahora).

Nadie pudo cerrar esa herida abierta y ambas cosmovisiones han permanecido irreductibles, sin dar el brazo a torcer y manteniendo variantes cada vez más crueles de la grieta social. Si bien el extremismo maniqueo con el que hemos dibujado aquí ambas expresiones se ha ido desgastando y ensuciando con el tiempo (en gran medida porque el fenómeno del peronismo, que nació sin dudas a la sombra de la visión caudillista y populista, favoreció esa confusión al haberse mostrado como albergue apto para poco menos que todas las “ideas”), la inconvivencia básica de ambas posturas se ha mantenido viva.

Como, justamente, el peronismo ha querido ser el paraguas disimulador de las diferencias, el movimiento creado por Perón se convirtió en el campo de batalla de las dos visiones, el lugar en el que –aparentemente defendiendo al mismo “movimiento”– la gente se mataba literalmente a los tiros para imponer sus puntos de vista.

Este perfil es completamente insoportable para la vida social. Es la negación misma de la idea de una sociedad, es la “in-sociedad”. Como tal es preciso terminar con este desacuerdo de convivencia para pasar a un acuerdo que nos permita compartir nuestras visiones del mundo sin que ningún “bando” crea que, por ese motivo, los del otro “bando” son antiargentinos.

En ese punto, y antes de redondear la idea que persiguen algunos referentes de la oposición al kirchnerismo, debemos hacer una aclaración importante. En este juego de la aceptación del otro, no sólo en la Argentina sino en el mundo entero, hay ciertas ideas que han sido más “aceptadoras” que otras. En general, el liberalismo (no en vano lleva ese nombre) ha sido más abierto y “aceptador” de las posturas del izquierdismo de lo que éste ha sido del liberalismo. Es más, muchas “desviaciones” extremistas del liberalismo pueden haber llegado a surgir como consecuencia de la intransigencia izquierdista: algo así como “a intransigente, intransigente y medio”.

El izquierdismo ha especulado con el hecho de que, por sus propias convicciones, los liberales no pueden negarse a aceptar la existencia y la tolerancia de y para con ellos. La izquierda, en cambio, no tiene esos escrúpulos: como es abiertamente totalitaria no se siente obligada a responder con la misma moneda del respeto y la aceptación. Al diferente a ellos no tienen inconveniente en etiquetarlo de un tal por cual.

A su vez, la Argentina se ha mantenido al margen del progreso de “las izquierdas” en el mundo y, contrariamente a lo que ha ocurrido en otros lugares, en donde esos fenómenos de renovación alejaron a la izquierda del oscurantismo, de la antigüedad, del totalitarismo y de la represión, en el país la acercaron al populismo retrógrado, corrupto, favorecedor de enriquecimientos ilícitos de unos pocos a costa del pueblo.

En estas condiciones, la UCR, el Acuerdo Cívico y el Peronismo Federal han comenzado a sentar las bases de un acuerdo sobre políticas públicas que, gane quien gane en 2011, deba respetarlo. Las medidas se refieren al federalismo, la coparticipación impositiva, la educación, la seguridad pública y las instituciones.

El solo repaso por los nombres de esos temas sirve para advertir que si la Argentina no se ha puesto de acuerdo en 200 años sobre esas cuestiones fundacionales, lo que ha existido hasta ahora es una ficción de Nación que ha funcionado como corresponde a una ficción: a los tumbos, como si fuera un motor que ratea.

Este acuerdo debería nacer bien desde el origen para tener futuro. Debería quedar claramente expuesto que los que no están allí, los que no lo firmen, son los marginales, los incuestionadamente antidemocráticos del sistema; la extrema izquierda totalitaria y populista y la extrema derecha totalitaria y populista.

Sin embargo, lo que sea haya sido el “kirchnerismo” no puede quedar al margen. Obviamente, el “kirchnerismo” deberá renunciar a ser un aspirante populista al poder total porque de ese modo se colocaría por sí mismo en un extremo y eso si lo alejaría del “centrismo” que debe tener el nuevo San Nicolás.

La oposición debería entender esto y, aunque corra el riesgo de caer en la “inocencia liberal” de creer que el espíritu acuerdista que tienen ellos también lo tiene el Gobierno, ir a una inclusión amplia que garantice que el respeto a lo que se firme allí tenga realmente perspectivas de durar.

¿Qué valor tendría ese acuerdo si un 30% del electorado que respaldara alguna versión del “kirchnerismo” quedara fuera de la foto? Caeríamos de nuevo en la “in-sociedad”.

Si el kirchenrismo va a utilizar el clásico método izquierdista de reclamar que se lo considere pero no considerar a nadie, el acuerdo no funcionará. No funcionará porque en esas condiciones es lógico que la coalición opositora no lo acepte y, sin incluir lo que hoy representa el kirchnerismo, la sociedad no tendrá paz. Y, al revés, si el kirchnerismo se compromete públicamente a respetar el pacto de unión nacional y la oposición, por el mero hecho de ser el “kirchnerismo”, lo rechaza, la responsabilidad por el fracaso será solo suya.

Habrá que ver cómo se comportan los nuevos ingenieros de la Argentina de los próximos 200 años. Habrá que ver si están a la altura de lo que el país necesita. Habrá que ver si tienen la suficiente grandeza como para rechazar el éxito personal de hoy y cambiarlo por la gloria reconocida del mañana. © www.economiaparatodos.com.ar

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