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martes 22 de abril de 2014

El agua en ebullición se convierte en vapor

El agua en ebullición se convierte en vapor

“Durante años estuvimos aserrando constantemente la rama sobre la cual nos sentábamos. Y al final, mucho más repentinamente de lo que nadie hubiera podido prever, nuestros esfuerzos fueron recompensados y estamos en el suelo sobre un pozo negro rodeado de alambre de púa” (George Orwell)

Al releer estas reflexiones dedicadas a los imprudentes en general, nos preguntamos intrigados: ¿habrá vivido Orwell en la Argentina sin que lo supiéramos?

Porque si hubiéramos prestado atención a tiempo al hervor de “nuestra” agua expuesta al fuego, habríamos advertido que se convertiría en vapor en algún momento. Un vapor que siempre se desmaterializa en la atmósfera.

Las prácticas restrictivas para progresar que nos hemos impuesto, abjurando de la libertad y creándonos obstáculos sin fin para el despliegue racional de nuestros recursos –humanos, minerales, animales y vegetales-, creyendo que debíamos ser ante todo “los amos de nosotros mismos”, nos convirtieron en una caricatura que hoy inspira lástima a quienes nos observan con curiosidad desde otros países.

La caricatura de una sociedad “moldeada” sobre la rigidez de un Estado paternalista, omnipresente y asfixiante que nos fue sacando hasta las ganas de pensar.

Con su rol burocrático supuestamente “creativo” (¿), la política se reagrupó en la arrogancia de sus protagonistas para “derramar” finalmente desde el poder la confianza de un sonámbulo, que mientras continúa dormido no sabe adonde va, ni cómo lo hace.

Tan confusos hemos andado, que despreciamos el valor del tiempo y lo perdimos divagando y apelando a ideologías fracasadas, para arribar finalmente al gran fiasco que hoy tenemos a la vista, desperdiciando los abundantes dones con que nos premió la naturaleza.

Hemos conseguido quedar “a la cola” de cualquier atisbo de progreso, mirando hacia afuera con el ceño fruncido y negando la evidencia de que haya otros a quienes les va bien porque delimitaron el poder de sus gobiernos, obligándolos a aceptar que “la democracia es una doctrina respecto de la forma de determinar lo que será ley por ser virtud”, como sostenía Hayek.

Hemos vivido mientras tanto serruchando la rama de la metáfora orwelliana, apostando al dispendio y la ociosidad intelectual que denostaban Platón y Aristóteles en la antigua Grecia, “perdiendo tanta capacidad de resistencia al dolor como al placer”.

La democracia “sui generis” que concebimos no nos permitió darle cabida a los juicios de valor, porque la denominación de “bueno” y “malo” estuvo siempre referida a las personas y no a conceptos -acertados o equivocados-, expulsando de tal manera de nuestro espíritu la investigación de lo que ocurría mientras el agua seguía hirviendo.

Bueno, pues finalmente lo hemos logrado: estamos en vísperas de convertir nuestra sociedad en vapor. Queda muy poca agua disponible, e insistimos en mantenerla sobre una hornalla para hacerla desaparecer del todo.

Quien haya seguido el curso de la historia, deberá aceptar (aunque sea a regañadientes) que “el hilo conductor para comprender cabalmente los procesos más antiguos y más comunes del SABER Y CONOCER, en uno u otro caso han tratado de abandonar las hipótesis precipitadas, las fabulaciones y LA ESTÚPIDA MANERA DE APOSTAR A ELEMENTOS DIVERGENTES QUE NO LLEVAN A NINGUNA PARTE” (Friedrich Nietzsche).