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martes 26 de abril de 2005

El argentino denigrado

La batalla por recuperar la Argentina es una lucha desigual contra el populismo progresista: nuestras armas son las ideas; las de ellos, la caja y el abuso del poder. Pero cuando se acabe el dinero, lo único que quedará para reconstruir el país serán las ideas.

Para los que queremos un país con un gobierno limitado, es decir para los que queremos que el gobierno de turno no pueda hacer lo que se le dé la gana subordinando todo el orden jurídico a sus caprichos, para los que queremos un país en el cual la gente tenga la posibilidad de ganarse el ingreso con el trabajo diario, en fin, para los que queremos un país con gobiernos sujetos a la ley y con prosperidad económica, la lucha que tenemos que librar contra el populismo progresista es realmente despareja.

En primer lugar, porque en buena parte de América Latina y en la Argentina en particular tenemos gobiernos de fuerza, surgidos de pseudo revueltas populares que, en el fondo, no son otra cosa que movilizaciones “populares” organizadas para voltear presidentes. Cuando De la Rúa fue volteado por una mano invisible, se armó todo un escenario de ataques a supermercados porque la gente tenía hambre. Luego vino Duhalde y con una brutal devaluación e inflación, hizo estallar la pobreza y, a pesar de eso, milagrosamente a la gente se le pasó el ataque de hambre.

Pero además de que ciertos grupos utilizan la fuerza para dar golpes de Estado, el otro problema es que una vez que tomaron el poder manejan la caja, es decir la plata que les quitan a los contribuyentes, para “comprar voluntades”. Toman el poder por la fuerza para apoderarse de la caja y dominar voluntades.

La pobreza y la indigencia que se ha generado en la Argentina es tan extrema, la gente está en tal grado de abandono personal, que cuando uno propone cambiar las reglas de juego para que la gente pueda salir de esa miseria y abandono choca con un dura realidad. El beneficiario de los subsidios estatales, ante la ausencia de un futuro, opta por lo seguro: seguir recibiendo las migajas que le tira el populista de turno. No quiere arriesgar lo poco que recibe para zafar cada día.

La población argentina ha perdido la ilusión de construir un futuro. Es decir, educar a sus hijos para que sean ciudadanos libres y se valgan por sí mismos para ganarse la vida, planificar a 5 o 10 años su futuro, ahorrar para mejorar sus condiciones más adelante, etcétera. Todo se limita a vivir el hoy, y mañana veremos qué hacemos.

Pero ojo, que este comportamiento no se da únicamente en los sectores que están sumergidos en la miseria y la pobreza. Empresarios grandes, medianos y chicos prefieren vivir de un mercado interno mínimo a encarar el riesgo de crecer en base a la eficiencia, la inversión y la competencia. Si uno les propone invertir para competir en el mercado internacional, la respuesta va a ser: “prefiero vivir con este pequeño negocio que es el mercado interno a tener que asumir el riesgo de la competencia”.

Ni qué hablar de los empleados públicos que, en buena parte, son desocupados que cobran un subsidio para simular que trabajan. ¿Qué empleado público va a apoyar las ideas de dejar esa beca en el Estado para arriesgarse a progresar en un mercado laboral más exigente?

Tantos años de populismo han podrido la mente de los argentinos, inhibiendo la capacidad de querer progresar en base a su trabajo. Los argentinos han perdido el sentido de la pujanza, de querer progresar, de superarse. El argentino ha perdido el deseo de grandeza.

¿Para qué voy a ahorrar si seguro que el Estado que me va a confiscar mis ahorros? ¿Para qué voy a trabajar si el Estado me subsidia? ¿Para qué voy a invertir y mejorar como empresario si el Estado me asegura un mercado cautivo? Prefiero vender baratijas en mi kiosco a construir una gran empresa. ¿Para qué voy a estudiar si los profesionales no tienen futuro en Argentina? ¿Acaso no es más rentable patear una pelota o pararse frente a una cámara de televisión gritando como un desaforado que estar quemándose las pestañas estudiando?

Incluso muchos de los que quieren un país pujante y sin gobiernos autoritarios surgidos de supuestas revueltas populares, se plantean si tiene sentido luchar por cambiar esta Argentina decadente. Más de uno me piensa: “como la Argentina está perdida, prefiero adaptarme a las reglas de juego que hoy imperan y dedicarme a tratar de mantener lo que construí durante mi vida”.

Lo que ocurre en la Argentina se puede comparar a lo que ocurría en los campos de concentración. A los pobres presos los castigaban cuando cometían una infracción de acuerdo a las reglas internas, pero también los castigaban en cualquier momento y sin motivo. ¿Por qué? Para doblegar su espíritu de lucha y mantenerlos aterrados todo el tiempo. Lograban la sumisión de la gente sometiéndola a continuas arbitrariedades. El argentino ha vivido tantas arbitrariedades, lo castigaron tantas veces, que lograron quebrarle su espíritu de progreso limitándolo a ser un pueblo manso que se somete a la voluntad del mandón de turno, con tal de que le tiren un pedazo de pan para subsistir. Los que pasaban por los campos de concentración se limitaban a sobrevivir como podían y a convivir con las miserias humanas. Al argentino le pasa algo parecido. Se limita a sobrevivir como puede y a prepararse para soportar el próximo castigo.

Tenemos que reconocer que los progres y los populistas han logrado denigrar hasta tal punto al pueblo argentino que consiguieron su objetivo: hacer de la gente lo que se les canta. Pueden someter a la población a las humillaciones más atroces, porque saben que de todas maneras tienen que arrastrase ante ellos para poder sobrevivir.

Sin duda que los que queremos un país digno tenemos enfrente una lucha muy despareja, porque los populistas progres cuentan con muchos más recursos económicos que nosotros. Finalmente, ¿para qué pagamos los argentinos impuestos si no es para mantener este nefasto aparato de denigración y humillación de la población?

La batalla por recuperar la Argentina se presenta en estos términos: nuestras armas son las ideas; las de ellos, la caja y el abuso del poder. El día que se acabe la caja, y se va a acabar, también se acaba el abuso del poder.

Sigamos difundiendo ideas, porque cuando se acabe la plata lo único que va a quedar para reconstruir la Argentina serán las ideas. © www.economiaparatodos.com.ar




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