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jueves 8 de junio de 2006

El capitalismo argentino

La Argentina se caracteriza por un modelo híbrido de capitalismo que ostenta una doble moral: por un lado, el egoísmo de los prebendarios; por el otro, la laboriosidad de quienes creen que con esfuerzo y trabajo honrado es posible competir con éxito en el mercado.

El principal rasgo del capitalismo argentino es el encubrimiento de su doblez, porque se trata de un modelo híbrido compuesto de partes intrínsecamente distintas: el capitalismo prebendario y el capitalismo competitivo. Cada uno tiene una forma de vida peculiar que lo distingue del otro y culturalmente se comportan con modos totalmente distintos de sentir, pensar, obrar y valorar las personas, los hechos y las reglas.

El capitalismo prebendario, o capitalismo de amigos, es una exitosa institución de nuestro país, integrante de la legendaria “patria contratista” que ha sabido perdurar bajo distintos regímenes políticos y contradictorios modelos económicos.

En cambio, el capitalismo competitivo o capitalismo ético es un tipo disímil que depende de la pasión creadora de individuos emprendedores, que se animan a organizar empresas a pesar de la inseguridad jurídica y que disponen de un bagaje de sueños e ideales no siempre comprendidos.

El capitalismo prebendario

Tiene una sólida base en el amiguismo político y se mueve entre las bambalinas de la corte presidencial. Asimila su conducta a los consejos del Viejo Vizcacha: se acomoda con los de arriba, no les da de qué quejarse, zafa cuando las papas queman, muestra sumisión con los poderosos y es altanero con los más débiles.

Curiosamente, este capitalismo no sólo está integrado por capitalistas sino también por sindicalistas, políticos y dirigentes civiles. Ellos llegan al poder por el dedo de algún elector supremo, tratan de perpetuarse, sienten animadversión por la competencia y subsisten con medidas proteccionistas.

El capitalismo prebendario vive del presupuesto público y de gobiernos que crean mercados cautivos. De allí el temor a opinar, la ausencia de juicio crítico y la obsecuencia demostrada con actitudes indecorosas que inexorablemente buscan la caja. Privilegios, permisos, favores, ayudas, subsidios y exenciones constituyen los ingredientes esenciales de este pacto espurio entre capitalismo prebendario y poder político.

Por eso sus rasgos más evidentes son el egoísmo, la frivolidad y la desaprensión llevados al grado de máxima grosería.

Apoyados en el amiguismo asumen la conducta del “todo vale”: comparten retornos con la misteriosa “autoridad de aplicación”, cotizan sobreprecios en licitaciones, adulteran la calidad de las obras, disminuyen la intensidad de las prestaciones, amañan bases licitatorias para excluir competidores, inventan adicionales o mayores costos fuera de contrato para facturar excedentes y se agrupan en cártel para suprimir la competencia honesta.

El capitalismo prebendario necesita de grandes proyectos oficiales y meganegocios gestados por el Estado, con quien suele participar en sociedades mixtas. Su horizonte para la toma de decisiones es el cortísimo plazo porque tiene urgencia en hacer caja inmediata, utilizando dos instrumentos específicos: el autopréstamo con fondos de origen desconocido y generosos créditos de bancos oficiales.

La base jurídica del capitalismo prebendario está en el holding o sociedades de capital con acciones fácilmente transferibles a otras personas y jurisdicciones extranjeras.

El resultado de este capitalismo son empresas deficitarias con empresarios opulentos, dueños de lujosas mansiones, residencias en balnearios de prestigio internacional y flotas de automóviles de alta gama.

El nuevo proyecto

Curiosamente, el asfixiante sistema impositivo imperante en la Argentina y las extorsivas leyes laborales que hostigan a los empresarios honestos sirven para preservar la permanencia de los integrantes del capitalismo prebendario. Así disponen de vericuetos legales para enriquecerse súbitamente, procedimientos electivos que permiten perpetuar a dirigentes sindicales, prácticas continuistas para acomodar a hijos y cónyuges, sistemas de inteligencia para operaciones de apriete, reformas constitucionales tendientes a mantener el statu-quo, “borocotización” desenfadada para contar con el calor de quien detente el poder y poses de frivolidad progresista que esconden un buen pasar con proliferación de bellas y descartables admiradoras. Todas estas pillerías constituyen la manifestación de la cultura cursi que predomina en una parte del capitalismo argentino.

Durante el gobierno justicialista de los 90 fueron calificados de “exitosos” y presentados como los ganadores del modelo. El “empresario exitoso”, favorecido con privilegios oficiales, se exhibía como la estrella, el camino y la meta para conseguir fama y riqueza. Ese empresario prebendario no necesitaba de esfuerzos ni méritos, tan sólo audacia e influencias oficiales.

Luego del interregno de la caótica devaluación duhaldista, pasamos al gobierno justicialista del 2000 con su proyecto retrospectivo para instalar las utopías setentistas y reemplazar al “empresario exitoso” menemista por la “nueva burguesía” kirchnerista. Cambian los tiempos y se modifica el discurso, pero el modus operandi y los personajes son exactamente los mismos, ahora con ropaje progresista.

El capitalismo competitivo

El capitalismo competitivo está constituido por personas que se esfuerzan por actuar según los principios éticos que les habían inculcado sus padres. Sin que nos demos cuenta, las virtudes sociales que ellos practican son fundamentales para que el país pueda seguir creciendo. La laboriosidad, la honradez, el respeto a las normas, el cumplimiento del deber, el profundo deseo de producir una obra bien hecha, el orgullo de trabajar con un equipo de colaboradores más que simples dependientes, la puntualidad, el cumplimiento estricto de los plazos de entrega, el pago a tiempo de las obligaciones y el respeto por la palabra empeñada son las columnas de hierro que siguen sosteniendo al país.

Esos empresarios competitivos creen de verdad en el juego limpio y en la competencia con reglas éticas, no en la competencia de pillos, tramposos y acomodados. Consiguen cosas grandes y pequeñas con esfuerzo, disciplina y perseverancia. No viven pidiendo favores ni privilegios al gobierno, sino tan sólo que no les metan la mano en el bolsillo, que les dejen hacer y les permitan crecer con el fruto de su esfuerzo.

Ese capitalismo competitivo está latente entre los ganaderos que han producido el milagro de mejorar las razas bovinas y producir ganado resistente a las endemias mundiales proporcionando la mejor carne del mundo. También vive entre los agricultores y fabricantes de maquinarias agrícolas que habiendo sido barridos de la tierra resucitaron con innovaciones tecnológicas y métodos de labranza increíblemente eficientes. Se anida entre quienes manufacturan productos alimenticios, confeccionan prendas y calzados de gran calidad, elaboran los mejores vinos del mundo, integran partes de automotores y producen vehículos elegantes y precisos. Sigue operante entre los empresarios transportistas que han suplido la vergonzosa liquidación de los ferrocarriles por los regímenes populistas que iniciaron la decadencia nacional estatizando empresas. Se mantiene pujante en los comerciantes y emprendedores inmobiliarios que construyen y hacen funcionar excepcionales emprendimientos de supermercados y centros de compras. Estos ciudadanos ejemplares no trabajan para el Estado sino para el mercado. Nadie les regala nada, no reciben prebendas ni subsidios, no tienen clientes cautivos y no usufructúan retorcidas disposiciones tributarias. Han conquistado los mercados con la calidad de sus productos y el cumplimiento de la palabra empeñada.

Pero este capitalismo competitivo está siendo arrasado por oleadas de funcionarios, legisladores y magistrados que devastan el país y que en su ignorante arrogancia repudian toda conducta que no sea revanchista ni transgresora. Esos políticos nos han provocado un estancamiento secular de 60 años, porque hoy tenemos el mismo ingreso constante per cápita que en 1945 y una insignificancia cada vez mayor en el mundo moderno. Pero llenan su egocentrismo con arengas repletas de palabras sin ideas, que no se corresponden con la realidad ni con los sueños de una patria de hombres libres y responsables.

Providencialmente nuestro país se ha recuperado y se sostiene por esta pléyade de hombres tenaces, voluntariosos, empeñosos e ingeniosos que consiguen recursos aun en un medio institucional desquiciado por políticas suicidas.

Éste es el misterio de la duplicidad moral del capitalismo argentino, que tiene dos caras como el dios Jano: la del capitalismo prebendario y la del capitalismo ético. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




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