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jueves 20 de octubre de 2005

El día que encarcelaron a Fidel Castro

Por miedo a ser detenido bajo la acusación de cometer delitos de lesa humanidad, el dictador cubano prefirió permanecer a resguardo en Cuba y no asistir a la Cumbre Iberoamericana realizada en Salamanca.

La reciente Cumbre Iberoamericana, la de Salamanca, ha quedado atrás. Para la Argentina, por cierto, poco en concreto, mucha retórica (la habitual) y los clásicos planes y frases grandilocuentes. De aquellos que los medios adictos amplifican constantemente, a lo que nos hemos acostumbrado.

Castro, preso

Pocos hablan, no obstante, de un suceso importante. Fidel Castro no pudo concurrir a esa reunión. No porque no quisiera, sino porque tuvo temor a reeditar un episodio similar al que protagonizó el general Augusto Pinochet Iriarte, en la ciudad de Londres, cuando quedó imprevistamente detenido en función de una denuncia que le imputaba haber cometido delitos de lesa humanidad. Fidel Castro no fue a Salamanca por miedo, entonces. Notable, por lo que significa.

Quedó así preso en su tierra, esa gran cárcel que él mismo regentea desde hace demasiadas décadas. No pudo salir de ella. El Mar Caribe se transformó para él, de pronto, en una celda, en cuyo interior quedó visiblemente encerrado el dictador cubano. A la luz del mundo.

Pero no por esto, seguramente, el ya no todopoderoso Castro reflexionará sobre lo que sucede en su propio Guantánamo. En el territorio más allá de la base norteamericana. En la Prisión Provincial de Guantánamo, bajo tutela y en jurisdicción cubana. Del lado de adentro de las alambradas. En la propia Cuba.

Allí, como en todas las demás prisiones de Cuba, lo que ocurre es deplorable. Sin embargo, “de eso nadie habla”. Torturas, tratos inhumanos, mugre y reiteradas violaciones de los derechos humanos y de las libertades personales más elementales.

Si Castro hubiera sido detenido en España en función de la jurisdicción universal que abren todos los delitos de lesa humanidad, como la tortura o el terrorismo, que son -además- siempre imprescriptibles, hubiera tenido que dar cuenta de actos como los descriptos. Sin duda alguna.

Prisiones cubanas de horror y huelgas de hambre

La semana pasada, desde las columnas del Wall Street Journal, se dio cuenta de que, justamente, en la Guantánamo cubana acaba de culminar una huelga de hambre de dos presos políticos, encarcelados por sus “delitos de opinión”. Esto es, por disentir con Castro.

Las de Víctor Arroyo y Félix Navarro, que ambos mantenían desde mediados de septiembre en protesta por el trato inhumano que reciben a diario, en su calidad de detenidos, por parte del director de la prisión, el teniente coronel Jorge Chediak Pérez y del experto en “rehabilitación” que “trabaja” con ellos, Juan Armesto. Dos nombres para recordar bien -para anotar, más bien- porque merecen ser requeridos por la justicia de todo el mundo y juzgados por sus conductas. Para los nombrados, los “estándares mínimos para el trato de los prisioneros de las Naciones Unidas” no existen. Por ello, todos los días los ignoran. O, mejor dicho, los pisotean.

Arroyo debió ser trasladado en ambulancia a la prisión de Holguín, donde hay mejores instalaciones médicas. Navarro fue trasladado a la prisión de Bayamo. Algo así como aquello de “Guatemala a Guatepeor”.

Arroyo, de 53 años, es el conocido director de la Unión de Periodistas y Escritores Cubanos Independientes. Navarro, un año menor, es el fundador del Movimiento Democrático Pedro Luis Boitel, de oposición ciertamente. Un auténtico “disidente”, entonces, vocablo que en Cuba suena -y se utiliza- como sinónimo de “delincuente”. Increíble, pero es efectivamente así.

Los dos disidentes nombrados tienen largas condenas. De 26 y 25 años, respectivamente. Con sus edades, esto equivale -obviamente- a prisión perpetua.

Boitel, recordamos, fue el gran amigo y compañero de suplicios del gran disidente cubano Armando Valladares, quien luego de pasar 22 años tras las rejas cubanas pudo exiliarse y vive ahora sus últimos años, muy debilitado, en Miami, en los Estados Unidos.

Boitel, sin embargo, un hombre legendario por su coraje, murió en la cárcel. En su Cuba, como consecuencia de una huelga de hambre. Una huelga real que, como camino, prefirió al de seguir “con vida” pero siendo tratado como una bestia, en las prisiones de Fidel.

El “camino” de Boitel y sus múltiples “caminantes”

Arroyo y Navarro, en la tremenda angustia en la que los sumergiera el sufrimiento cotidiano, decidieron seguir el “camino” de Boitel: el de la huelga de hambre. El que supone elegir la muerte a seguir viviendo sumergidos en la tortura. Las suyas eran huelgas reales. Con destino final en la muerte. Como lo fuera la del fallecido Boitel. No mediáticas. No políticas. No falsas, como otras.

Por ahora, los dos, pese a las difíciles circunstancias, sobreviven. Porque el régimen cubano advirtió (correctamente) el enorme “costo” que supondría “dejarlos morir”. Y decidió no pagarlo.

No obstante, el mañana para los sufridos disidentes cubanos cuya tragedia hemos recordado puede ser distinto. Probablemente, mucho peor. © www.economiaparatodos.com.ar



Emilio Cárdenas es ex Representante Permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas.




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