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jueves 20 de septiembre de 2007

El dilema de las dos “H”: ¿hablar o hacer en materia de inflación?

Ante la desvaloración del peso argentino y la caída del superávit, el presidente de la entidad que podría ofrecer soluciones se limita a los diagnósticos.

Martín Redrado, el presidente del Banco Central, acaba de manifestar en Londres su “preocupación” por la alta inflación y por la disminución del superávit fiscal.

Evidentemente, se trata de un avance el hecho de que un funcionario de un gobierno al que le gusta amordazar a todo aquel que quiera manifestar una convicción personal contraria a los pareceres de la administración pueda expresarse. Pero, frente a esa novedad, habría que hacer varias precisiones.

En primer lugar, aún no se sabe cuál será la suerte final de Redrado, que ni siquiera habló en la Argentina, sino en la capital inglesa (parecería que todos los que quieren dar rienda suelta a su lengua tuvieran que tomarse un avión). Es muy probable que Néstor Kirchner, tan personalmente afecto al respeto por la calidad de las instituciones, se ría una vez más de la independencia del Banco Central e impulse a su presidente a la estratosfera, de un preciso “shot” en la zona de la anatomía humana donde la espalda cambia de nombre.

Segundo, en lo que respecta a Redrado, debería jugar con mayor ahínco su papel de funcionario independiente del gobierno. ¿O acaso la autonomía del Banco Central es una broma en la Argentina?

Y en tercer lugar –lo más serio–, el titular de la autoridad monetaria debería agregar a sus palabras algo de acción. En el contexto político de la Argentina de los compadritos, animarse a hablar es importante. Sin embargo, frente a la gravedad de los temas expuestos en Londres, Redrado debería utilizar los resortes técnicos y legales que la institución que preside puede (y debe) manejar para cumplir con casi su único fin útil: preservar el valor de la moneda local. Decir que el nivel inflacionario es “preocupante” cuando quien lo dice es quien estaría en posición de hacer algo para evitarlo es hacer “macayamarquismo” con las variables económicas, es decir, comentar lo que todo el mundo está viendo en el supermercado. La diferencia entre Redrado y la señora que ve cómo los precios se van a las nubes es que, mientras ambos pueden “preocuparse”, el presidente del Central puede “ocuparse” y “hacer” algo al respecto.

El manejo de las herramientas monetarias y cambiarias que el Banco Central estaría en condiciones de operar podría ser muy útil a la hora de pasar de las palabras a la acción. Dejar de expandir la base monetaria, cesar de endeudarse con letras y otros instrumentos financieros para intervenir el mercado de cambios y utilizar la tasa de interés como forma de regular un consumo artificial son todos elementos al alcance de la mano de Redrado que, no obstante, no está utilizando. El uso de esas herramientas pondría en caja a la inflación y frenaría el aumento del gasto, causa fundamental de la disminución del superávit.

La situación sirve, por lo demás, para entregar otro ejemplo dramático de lo difícil que resulta en la Argentina hacer que las instituciones funcionen para la finalidad que han sido creadas. El país se da el lujo de tener el orden legal necesario para atacar un problema, pero no lo utiliza cuando hace falta. Eso profundiza el nivel de desconfianza hacia el normal desenvolvimiento institucional y tiende a reemplazar, en el mediano plazo, lo que debería ser el funcionamiento aceitado de un sistema por los bandazos de un rebenque.

Redrado dijo algo más, que resulta poco menos que insólito y que, de alguna manera, echa por tierra el escaso progreso que significa el, por lo menos, haber hablado. El presidente del Central señaló que la inflación era un “fenómeno mundial”. Esto es incomprensible. Redrado sabe que el mundo si es algo hoy es, precisamente, no-inflacionario. Salvo Venezuela, la Argentina y algún otro satélite por el estilo, el promedio de inflación mundial actual es bajísimo. Estos no son los años 70, cuando si bien la Argentina podía tener 150% de inflación, el vecino tenía 93%. Asegurar que la inflación es una “preocupación de todos los banqueros centrales del mundo” es una verdad de Perogrullo y una confesión. Es obvio que, siendo el objetivo de las bancas centrales defender el valor de la moneda, los presidentes de esas instituciones deben velar porque su poder adquisitivo no se vea erosionado por la inflación. Pero, al mismo tiempo, la diferencia entre el mundo responsable y la Argentina vuelve a ser que mientras en esos países los presidentes de los bancos centrales hacen, aquí hablan. En el dilema de las dos “H”, la principal espada en la lucha contra el descontrol de los precios y la pérdida de superávit fiscal ha decidido elegir la más fácil: hablar en lugar de hacer. © www.economiaparatodos.com.ar

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