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martes 14 de julio de 2015

El francotirador

El francotirador

Dice Nietzsche que muchos viajeros, en el transcurso de sus periplos, terminan olvidando la finalidad de los propósitos iniciales que los animaban al emprenderlos. Lo que al principio se trataba de un instrumento para alcanzar un fin determinado, termina siendo un fin en sí mismo. “El olvido de nuestras intenciones es así la estupidez que más a menudo cometemos”, sostiene al respecto el filósofo austríaco.

Algo de esto le está ocurriendo a Martín Loustau, en medio de una campaña política que combina arrogancia y agresividad en dosis similares.

Sin poner ante nuestra vista ninguna estructura orgánica formal para el caso que tuviera la oportunidad de ser elegido gobernador porteño, se presenta públicamente desarrollando ideas cuyo calor expresivo está basado casi exclusivamente en poner en duda la moralidad de sus rivales, como si se tratara de un enviado del “más allá” para salvarnos de las supuestas tropelías del PRO.

Un psiquiatra diría de él que se presenta como un adolescente que quisiera ser mayor de lo que es y demostrara su prisa por crecer.

La sorpresa que le debe haber causado que alguien lo considerara como digno contendiente de Rodríguez Larreta, parece haber provocado en su espíritu tal efusión que se ha vuelto muy complicado seguir el verdadero sentido de su campaña proselitista. No se sabe bien si se trata de un simple censor o un francotirador.

Por momentos, causa la impresión de ser más bien un contestatario liso y llano, con una formación intelectual que mezcla claridad y confusión, alguna nitidez temporaria en la captación de lo que es la vida y una gran borrosidad en los métodos necesarios para aprehenderla. En sus mini discursos se aprecia un trasfondo de “transición corporal psicológica” que trata de sostener con una actitud “decontracté”, prometiendo cambios que, en caso de acceder al poder, resultarían (en su concepto) fundamentales para una sociedad absolutamente ciega y sorda (¿), que ha venido apoyando al PRO por una suerte de sometimiento cultural y estupidez simultáneamente.

Su afán manifiesto de independencia, sin aceptar la vigilancia de ninguno de sus “mecenas”, como si le aburriera la rutina y necesitara vivir experiencias “nuevas” (otra 125 no, por favor), lo convierten, como ya hemos dicho, en un buen ejemplo de un franco tirador librado a su propia suerte en el campo de batalla enemigo; alguien que necesita encontrar imperiosamente blancos móviles supuestamente peligrosos en las filas de sus adversarios para ejercitar la puntería y dar por cumplida su “misión” (¿).

Muchos veteranos de la política saben bien que convertirse en líder es una tarea ardua, lenta, paulatina, gradual, que lleva implícito un progreso psicológico repleto de influencias sabias. No parece que sea este el escenario en el que cree y se mueve Loustau, a quien podríamos definir con el lenguaje futbolístico de los italianos: un auténtico “battidore libero”.

Con su cuidado desenfado trata de despertar respeto por su persona en la sociedad, a través de un discurso dirigido a “redescubrir” (¿) la verdadera intimidad de los porteños. Para ello, no ahorra parrafadas didácticas que parecerían más aptas para ser desarrolladas en algún ambiente académico muy pedante.

En efecto, a través de sus dichos, se sitúa en un alcázar desde donde atisba a los supuestos “malos” a quienes les dispara su metralla verbal de francotirador “bueno”. Aquel que representaría la moral de quien intenta correr del escenario al “impío”.

No dudamos que tenga todo el derecho del mundo a presentarse en un ballotage de acuerdo con la ley vigente, pero estamos convencidos que el recambio propuesto por mucha gente como él, se encuentra totalmente fuera de foco en la batalla final, que debiera consistir en el desplazamiento del totalitarismo kirchnerista que nos agobia. Por lo menos, no se encuentra mucho asidero en una marcada ausencia de expresiones claras y “suficientes” para lograr este objetivo en su discurso.

En el mundo actual existe y tiene fuerte arraigo-, lo que Enrique Rojas denomina como “la pleitesía de ser joven”, que lleva a un púber a desarrollar un afán desmedido de reforma, emprendido mediante una conexión engañosa entre el pasado y el futuro.

En procura de ese objetivo difuso, muchos jóvenes se entregan al vagabundeo de sus ímpetus juveniles sin dar paso a criterios más firmes y ricos, que les permitan ofrecer a sus eventuales interlocutores una síntesis valedera entre el desencanto y la utopía.

Cuando madure un poco y deje de lado la hojarasca en la que se ha envuelto inadvertidamente, Loustau puede llegar a ser un aporte de interés para la política nacional. Por el momento, solo está definiendo su identidad con sus rulos desordenados y una inteligencia que causa la impresión que necesita la ayuda urgente de un GPS.

Quizá, porque aún no ha podido desprenderse del todo de su pertenencia a una pseuda izquierda “champagne”, oriunda del Barrio Norte.

carlosberro24@gmail.com