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jueves 16 de octubre de 2014

El kirchnerismo no sabe hacer otra cosa

El kirchnerismo no sabe hacer otra cosa

La entrega de la semana pasada concluía con una afirmación categórica respecto de lo que planeaba poner en marcha el kirchnerismo, a saber: una estrategia intervencionista, con base no sólo en la economía sino enderezada —también— en contra de sus enemigos políticos, empleando para ello toda la fuerza del Estado. Las medidas de carácter dirigista originadas en el Ministerio de Economía están a la orden del día y se siguen sin solución de continuidad unas a otras. Basta echar un vistazo a lo que cotidianamente hacen Kicillof y Vanoli para darse cuenta. No requieren, pues, explicación ninguna. En cambio, la ofensiva lanzada a expensas de Clarín reaparece con tanta o más virulencia que antaño, lo que merece un comentario.

En principio la ofensiva gubernamental se desplegó a expensas del principal accionista del Banco Mariva, José Luis Pardo, por razones que tienen más que ver con la amistad íntima que lo une desde hace décadas a Eduardo Duhalde que con presuntas maniobras ilícitas de carácter financiero. Pero cuando aún no se habían apagado los ecos del caso Mariva, el kirchnerismo volvió a poner en su mira al grupo Clarín. Pretextando que no había cumplido mínimamente con la letra de la ley correspondiente y que su plan de adaptación a la nueva norma era poco serio, embistió contra el holding de la señora de Noble y de Héctor Magnetto, con tanta o mayor saña que en la época en la cual el santacruceño —todavía vivo— y su mujer lo calificaban de enemigo público Nº 1.

Difícilmente, en el tiempo que le queda al frente del gobierno, Cristina Fernández pueda salirse con la suya y reducir a Clarín a su mínima expresión. Si no pudo lograrlo cuando su marido estaba en la plenitud de su poder, O después, cuando ella fue plebiscitada en octubre de 2011, imaginar que ahora conseguirá doblegarlo es no entender hasta dónde ha cambiado en la Argentina la relación de fuerzas.

El trámite habrá de dirimirse en los tribunales y cualquiera sabe qué tan esquiva, a esta altura de las circunstancias, le es la Justicia al kirchnerismo. Antes podía pensar el oficialismo en un proceso express con sentencia favorable. Las cosas, sin embargo, han variado de tal manera que lo más seguro es que esta administración termine su mandato antes de que haya una resolución definitiva en torno del litigio que enfrenta al principal grupo de medios del país y al kirchnerismo que desea verlo desaparecer de la faz de la Tierra.

Si pudieran los ocupantes de Balcarce 50 pasar por encima de Clarín con arreglo a medidas de índole administrativas, lo habrían hecho hace tiempo. No obstante, cualquier iniciativa que tomen llegara a los estrados judiciales y allá se estancará, en el mejor de los casos. En el peor, los K tendrán que asimilar otra derrota.

La disputa se da en el mismo momento en que la muerte de Enrique Petracchi y la renuncia anunciada hace largo y ratificada cuarenta y ocho horas atrás por Eugenio Zaffaroni, dejarán en enero a la Corte Suprema de Justicia con cuatro miembros. Por supuesto el kirchnerismo tratará de sacar ventaja del asunto y sería desconocer su naturaleza ignorar que buscará completar el número de ministros del alto tribunal prescritos por la ley con uno de sus tres candidatos: Alejandra Gils Carbó, Carlos Zannini o Alejandro Slokar. Que dejará jirones de su integridad en el intento no cabe duda. Tampoco que —salvo un milagro— se estrellará contra la barrera infranqueable de los 2/3 que necesita en el Senado de la Nación para consumar lo que sería el mayor triunfo previo a su despedida del gobierno.

No son los hechos arriba mencionados manotazos de ahogado. El kirchnerismo a futuro está muerto pero todavía conserva una cuota nada despreciable de poder. Si su discrecionalidad apunta a ganar batallas tácticas con anterioridad a los comicios que sabe que no está en condiciones de ganar o si redobla la apuesta sólo para mantener a sus tropas disciplinadas, es asunto abierto a debate. Creer que se halla en aptitud de doblarle el brazo a Clarín en atención a cómo vienen barajadas las cartas y a la historia de la disputa, es desconocer la realidad. Pensar que está en condiciones de nombrar a sus favoritos en la Corte es no entender que ninguno de los senadores del arco opositor estarían dispuestos a suicidarse y rifar su futuro político. ¿Por qué, entonces, insistir? —Porque el kirchnerismo es así y no va a cambiar.

En otro orden de cosas no deja de resultar curioso, a poco de tomar conciencia de que las PASO se substanciaran recién dentro de ocho meses y que la primera vuelta de las elecciones de 2015 tendrá lugar en doce meses, que haya estallado tamaña guerra de encuestas en torno de quienes son los mejor posicionados de entre los tres únicos candidatos con posibilidades de meterse en una eventual segunda vuelta. Se entendería si los comicios fuesen a tener lugar en cuestión de semanas, pero no ahora cuando falta que decante —sobre todo— la situación económica y social y falta también que la política de acuerdos que se está tejiendo a lo largo y ancho del país prospere y dé sus resultados.

No es lo mismo, ni mucho menos, encuestar a una ciudadanía que aún no está interesada en las urnas y que no se halla en condiciones de decidir su voto con tanta anticipación, que hacerlo al momento en que se conozca la oferta de los partidos en forma completa. Lo que comenzamos a ver en punto a pactos y acercamientos es apenas la punta de un gran iceberg. La foto de Sergio Massa y Gerardo Morales —que tanto a dado que hablar en estos días— o el ofrecimiento de

Mauricio Macri a Ramón Díaz para que acepte la candidatura a gobernador de su provincia —La Rioja— vistiendo la camiseta del PRO, seguramente se repetirán a medida que pase el tiempo.

¿Podría un afiliado a la Unión Cívica Radical contestar seriamente hoy, sin saber que hará en definitiva su partido, si se le preguntase por quien votaría? ¿Acaso no es lógico suponer que su respuesta sería una en el caso de que los radicales terminasen cerrando una alianza con el macrismo y otra, probablemente distinta, en el supuesto de que optasen por presentarse solos o en combinación con el socialismo que responde a Hermes Binner? Lo mismo pasaría con los millones de independientes que pueblan el padrón electoral y son mayoría.

Conviene entender que más de 70 % de los argentinos no se declara al día de hoy ni peronista ni radical ni conservador ni nacionalista ni socialista. En una palabra, los más de entre nosotros confiesan ser equidistantes de cualquier bandería política conocida. No sólo no tienen interés alguno en afiliarse o en militar sino que están lejos de asumir una observancia ideológica clara. Entiéndase bien: no es que el tema político les sea indiferente —aunque a muchos les interese poco y nada— como que no responden a los alineamientos clásicos.

Según algunos de los relevamientos serios que se conocen de carácter cualitativo, no hay uniformidad ni tampoco unanimidad en los reclamos de la gente. La idea de que existe un deseo generalizado de que el próximo gobierno haga tabla rasa con el legado kirchnerista no refleja necesariamente la realidad. Si bien el rechazo a la actual administración orilla 80 %, hay un tercio del padrón que está apegado a los beneficios sociales recibidos durante los últimos doce años. Otro tercio aspira a que el estado benefactor no desaparezca aunque —eso sí— desea que sea eficiente. Puede no expresarlo con esa claridad, pero es fácil notar a dónde apunta su opinión. Por fin, hay un tercio que sí pretende poner patas para arriba el tinglado construido por Néstor y Cristina Kirchner.

Si en la parte económico-social las diferencias son bastante marcadas, no sucede lo mismo con la inseguridad, la inflación y el desempleo. Por razones harto entendibles, en estas materias las semejanzas resultan generalizadas. Prácticamente no hay quien no exprese su voluntad de terminar con semejantes flagelos.

Los argentinos no tienen la cabeza puesta en las elecciones y es notable la cantidad de personas que, al par de contestar a los encuestadores por quién votaría, dice que no tiene demasiada idea de qué cargos habrán de elegirse y literalmente no sabe cuándo y cómo se substanciaran las elecciones del año próximo.

Así y todo, cualquiera que se tome el trabajo de hojear los diarios o de leer los mails que llegan a su computadora podrá comprobar la cantidad de muestreos electorales que se hacen mensualmente. Con la particular coincidencia de que —faltando un año— hay números para todos los gustos y de todo color. Hasta hace un par de meses atrás todos parecían coincidir en un escenario en donde entre el primero y el tercero se abría una diferencia de seis o siete puntos. Ahora Giacobbe —para citar un ejemplo— le acaba de dar a Macri una ventaja de siete puntos sobre Massa, mientras Aurelio y Poliarquía —cierto que trabajan para Scioli— apuntan que el gobernador bonaerense está arriba por la mínima diferencia. A su vez, también se hacen presentes los que siguen otorgándole al de Tigre una ventaja de cuatro puntos, al menos, sobre sus inmediatos competidores.

En una muestra, Macri está a la cabeza y Massa entra tercero; en otras, es exactamente al revés. Alguien o algunos están haciendo acción psicológica, han sido comprados para adulterar los números o, lisa y llanamente, no saben hacer su trabajo con precisión. Inclusive —dada la dispersión de los porcentajes— cabría pensar que hay encuestadores que ni siquiera se molestan en realizar el correspondiente trabajo de campo. Sencillamente dibujan las cifras. Hasta la próxima semana.

Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.