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jueves 12 de marzo de 2015

El legado del decenio

El legado del decenio

 No sabemos porqué. Pero de un tiempo a esta parte los pronósticos económicos han dejado de ser útiles para tomar buenas decisiones

Tanto los vistosos gráficos multicolores como los abarrotados cuadros estadísticos han perdido el interés y la importancia para quienes seguían minuciosamente su desarrollo.

PREDECIR  O CONSTRUIR EL FUTURO.

 En este sentido, estamos siendo interpelados por la  tradición evangélica que nos inquiere ¿quién ha fuerza de discurrir puede añadir un codo a su estatura?

 Cada vez son más las personas pensantes que reconocen que el futuro no puede ser adivinado, es imprevisible. Pero puede ser construido. Y ponen su atención en algo más acertado que las proyecciones numéricas de los power-point.

 Se trata de averiguar cómo se toman las decisiones dentro del gobierno y en la esfera privada e investigar si ellas siguen el sendero de la sensatez y honestidad o el camino de la improvisación y desfachatez.

 Es la única manera que disponemos para advertir si se está construyendo un porvenir esperanzador o un futuro que nos provocará  tristezas y desgracias.

 En el decenio que ahora culmina, algo traspasó, alteró, modificó y vulneró a la sociedad argentina. Algo que es invisible a los ojos. Algo todavía no comprendemos bien. Algo que no puede ser captado por la macroeconomía, ni la retórica política, ni el análisis sociológico, ni la propaganda estruendosa. Algo que hace fracasar los pronósticos económicos, políticos y culturales.

CAMBIOS PROFUNDOS.

 Hemos sido sometidos a un sigiloso pero feroz intento de alterar y cambiar de raíz nuestra esencia, los rasgos culturales, nuestra idiosincrasia, el modo de ser, pensar y obrar de los argentinos.

 Hoy, en la escena pública y parte de la esfera privada, no actuamos del mismo modo con que lo hacíamos antes del decenio. En la sociedad se ha abierto una profunda grieta.  Vivimos con temor a la agresión, las amenazas y la violencia.

 El mandato sagrado, que el preámbulo ordena cumplir a los gobernantes, se ha violado impunemente. A pocos les interesa. Ya no constituimos una unión nacional. No se afianza la justicia. No se consolida la paz interior. No se provee a la defensa común. No se promueve el bienestar general. No se aseguran los beneficios de la libertad. Hasta se ha cambiado la protección de Dios como fuente de toda razón y justicia por la voluntad caprichosa de quienes detentan el poder.

  Por eso hay tanto enriquecimiento soez, suma injuria, violencia, inseguridad, crimen y narcotráfico.

LA SINDÉRESIS.

 El fenómeno podría definirse de manera simple y contundente. Ha ocurrido una profunda, sigilosa y constante mutación de la SINDÉRESIS, siendo sus inspiradores intelectuales los ideólogos Ernesto Laclau (1935-2014) y Heinz Dietrich Steffan (1943 – ).

 La sindéresis es un término  griego que significa  la capacidad habitual  del espíritu humano  para conocer los principios morales, elegir  el bien y rechazar el mal.

  Como dirían los analistas políticos de hoy en día: la sindéresis es el espacio, la trama, el territorio y el hábitat donde transcurre la acción humana inclusive la económica.

 Cualquier acto humano -voluntario y deliberado- se desenvuelve con una sindéresis, es decir con cierta capacidad natural para juzgar y actuar, acertada o erróneamente.

 Esa acción humana se produce dentro de un conjunto de condiciones geográficas, históricas, espirituales, intelectuales, políticas, religiosas o agnósticas a partir de las cuales obramos según criterios que dan coherencia a nuestra acción.

 Sin la sindéresis seríamos como bolas sin manija, palurdos, brutos, grotescos, guarangos, necios o imbéciles.

 El publicitado modelo nacional y popular  ha demostrado ser un  proyecto de cambio de principios éticos y negación de la conciencia moral tradicional para convertirla en una conciencia neo-revolucionaria (setentista)  colmada de odio, destrucción, violencia y revanchismo.  Es como la Jihad islámica respecto de la cultura musulmana.

 Han pretendido hacer un país fundacional distinto, negando la tradición e intentando hacer la revolución mediante un cambio violento en las instituciones, las leyes, la mentalidad popular y la conciencia moral.

TRADICIÓN Y  REVOLUCIÓN.

 Con un poco de paciencia y cierta dosis de memoria, se pueden  recopilar los principios morales que nos transmitían nuestros padres y que ellos recibieron de los abuelos. También podemos compendiar los anti-principios que hoy forman la sindéresis de la militancia, compuesta por turbas vocingleras, aplaudidores y barras bravas.  Sarmiento lo definiría  como “civilización o barbarie”.

 Los principios morales que nos inculcaron nuestros padres eran los siguientes:

1.  Hay que ser decentes: pobres y honrados o ricos y generosos.

2.  Debemos hacer el bien y evitar el mal.

3.  Siempre decir la verdad y nunca jurar en vano.

4.  Es necesario mantener la palabra empeñada y cumplir las promesas.

5.  Se deben respetar los bienes ajenos.

6.  No hacer a los demás lo que no queramos que nos hagan a nosotros.

7.  El primer deber es honrar a los padres y maestros.

8.  No ir con malas compañías ni exponernos al peligro.

9.  Las cosas se consiguen con trabajo, esfuerzo y perseverancia.

10. Tener compasión con los que sufren y requieren nuestra ayuda.

 En cambio, la sindéresis del decenio que ahora culmina ha sido distinta:

1. No importa el ahorro sino el consumo, porque el Estado velará por nuestra vejez.

2. Lo importante es la militancia, no la idoneidad del estudio y el conocimiento.

3. Quien no piensa igual a nosotros es el enemigo.

4. No dialogar ni debatir ideas, el proyecto es hacer caja y perpetuarse.

5. La violencia social es un derecho del pueblo y no debe judicializarse.

6.  El delincuente es víctima de la sociedad que lo excluye.

7. Los jueces no deben hacer justicia, tienen que obedecer las leyes de las mayorías.

8. La libertad de prensa es un privilegio que impide al relato cambiar la realidad.

9. Para el gobernante elegido por el pueblo es legítimo quedarse con parte del excedente.

10. La política debe dominar la economía, la cultura y educación para construir espacios  de poder.

 Han sido nuestras claudicaciones, nuestros mezquinos intereses, nuestro desinterés por la res-publica, nuestras cobardías y nuestras cómodas excusas las que permitieron que la moral individual y la conciencia cívica de muchos argentinos hayan sido cambiadas de raíz y ahora sólo podamos añorar los tiempos pasados, esperando el milagro con un simple relevo electoral.