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miércoles 3 de septiembre de 2014

El mercado imperfecto

El mercado imperfecto

Un lector critica mi definición de capitalismo en los siguientes términos: “Por principio, no me gustan las definiciones. El Capitalismo, como cualquier otro sistema, ha ido evolucionando con el paso del tiempo, porque las circunstancias han cambiado.”

Siguiendo el criterio de este lector, tendríamos que postular el cierre definitivo o clausura de la Wikipedia. Pero naturalmente con ello no sería suficiente. Además, también tendríamos que postular el cierre definitivo de la Real Academia Española. Y enviar a la hoguera todos los diccionarios y enciclopedias del mundo. Con todo, no creo que mediante estos procedimientos pudiéramos acabar con las definiciones que no le gustan a nuestro amigo lector. Claro que no.

Con el tiempo he aprendido que cuando alguien me dice que “no le gustan las definiciones”, en realidad lo que me está queriendo decir es que lo que no le gustan son mis definiciones y en cambio le gustan sus definiciones. Como veremos, cuando analicemos como continúa su mensaje el lector en cuestión, nos daremos cuenta que también es su caso. Lo que no le gusta a este lector es mi definición, solamente porque contradice la de él, que obviamente le gusta más.

Pero notemos como continúa su crítica este lector. Dice seguidamente a lo anterior esto:

“Vivimos en un mundo en el que se adora al Mercado”.

Para refutar esta falsedad me permito -inmodestamente- citar un párrafo de mi libro Socialismo y Capitalismo, donde digo:

“Catalácticamente; el mercado es un proceso de intercambio de valores y no mucho más que eso en esencia, proceso en el cual, intervienen millones de personas, virtualmente todo el mundo y dentro del cual, los valores intercambiados no son necesariamente materiales, en el mercado, se truecan valores (por definición, inmateriales) que recaen sobre objetos materiales o inmateriales, en última instancia; y como bien han subrayado los economistas austriacos, todos los valores transados en el mercado son inmateriales, algo que un antiliberal niega, sea por ignorancia o bien por pura maldad.” (ob. Cit. Pág. 293)

Un poco más abajo digo:

“….si estudiar el complejo mecanismo de funcionamiento del mercado puede llevar algún tiempo y una cierta dosis de preparación y especialización, entender qué es el mercado no requiere un esfuerzo análogo, como ya hemos explicado; allí donde hay dos personas y se verifica un intercambio, por minúsculo e insignificante que sea, allí ya tendremos un mercado, toda persona que consume, que produce, que demanda o que oferta cualquier cosa, está formando parte del mercado, con lo cual, difícilmente pueda hablarse de “excluidos” del mercado, y –nuevamente digámoslo- que el mercado no excluya a nadie no implica otorgarle facultades sobrenaturales ni divinas; todos formamos parte del mercado en la medida que cumplimos alguna o todas de dichas actividades, ocurre que no se puede estar “fuera” del mercado, como no es posible que haya personas que estén “fuera” de la sociedad. Claro que, otra cosa será hablar de cuál será el nivel de satisfacción y de vida de dicha sociedad; pero sea que hablemos de sociedades ricas o pobres, ambas siempre lo serán o no, pero invariablemente dentro de la estructura del mercado.” (ob. Cit. Pág. 296)

Como percibimos, a través de los párrafos transcriptos, no tiene ninguna clase de sentido decir que “se adora al mercado”.

Tal quedó plasmado en las citas de mi libro, el mercado no es otra cosa que la palabra mediante la cual designamos el proceso por el que la gente hace intercambios entre sí. Estos intercambios se efectúan por necesidad (o -mejor dicho- para satisfacer una necesidad) y no por “adoración”. Nadie compra un par de zapatos porque “adore” entregarle su dinero al zapatero. Ni el zapatero compra el pan porque “adore” darle ganancias al panadero. Si vamos al caso, sería más “adorable” poder tener de todo sin necesidad de comprar ni vender nada, es decir tener todo gratis. Desde este punto de vista, el mercado no tendría nada de “adorable”. Se trata -como tantas veces dijimos- simplemente de un mecanismo de intercambio entre personas. Nadie “adora” al mercado. Se podrán “adorar” los productos que en este mercado se producen, pero no al mercado en sí mismo. La importancia del mercado no reside en que sea o pueda ser objeto de “adoración”.

Continúa nuestro lector de esta manera: “Creo en los mercados como herramienta y no creo en el Comunismo ni en el Populismo”.

Como recordaremos al comenzar nos dijo que no le gustaban “las definiciones”. Pudimos inferir que, lo que en realidad quiso decir fue que no le gustaba mi definición de capitalismo, sino la suya (que por cierto tuvo buen cuidado en ocultarla o callarla, aunque podemos imaginarla). Pero cuando dice que no cree en el comunismo ni en el populismo (ignoramos el porqué las letras capitales en ambos vocablos) ello implica que reconoce como ¿diferentemente definidos los términos “capitalismo-comunismo-populismo”. Si estas tres palabras no estuvieran definidas de manera diferente, las tres deberían significar la misma cosa para el crítico lector, pero es evidente que no usa las tres como sinónimos. Ergo, las define de manera separada, con lo que él mismo se autoinvalida cuando -en contrario- afirma que “no le gustan las definiciones”. De hecho, está usando definiciones, está definiendo… claro, a su gusto y a su manera. Pero define. Al menos, lo hace cuando distingue entre “capitalismo-comunismo-populismo”.

Y sigue, el amable lector, así: “pero no es cierto que los mercados se autoregulen”

Y ya que el lector define (aunque lo niegue) recordemos que, según la definición de mercado (conforme la Escuela Austriaca de Economía en varios de sus autores) esta palabra sólo designa a un mínimo de dos y un máximo de infinitas personas realizando intercambios. ¿Tiene sentido decir que las personas que intercambian no se pueden “autoregular”? Es más, ¿tiene sentido decir que estoy impedido de “auto-regularme” cuando voy a comprar al supermercado? En realidad, tanto el lector como yo y todos estamos “auto-regulados” cuando vamos al supermercado. Lo que nos “auto-regula” es la cantidad de dinero que tengamos al momento en nuestras billeteras (o saldos en las tarjetas de crédito). Si yo no pudiera “auto-regularme” cuando voy a comprar, sería un comprador compulsivo, gastaría todo mi ingreso, y en poco tiempo me quedaría en la miseria.

En este sentido, el mercado me “auto-regula” en cuanto a lo que gano (que no es más que una cierta cantidad) y lo que gasto o puedo -mejor dicho- gastar (que necesariamente tiene que ser siempre una cantidad inferior a la primera).

Y cierra su comentario, nuestro amable lector, con esta frase: “entre otras cosas porque no existe el mercado perfecto”.

Esta especie de humorada la hemos refutado cientos de veces. ¿Alguien puede creer que en un mundo imperfecto existen cosas “perfectas”, por ejemplo, un mercado? Ningún liberal pro-capitalista creyó ni creerá jamás en “mercados perfectos”.

Pero en realidad, quienes se quejan de que los mercados son imperfectos están asumiendo que, los que -según ellos- deberían regular los mercados (es decir, los burócratas estatistas) son “por” definición “perfectos”. En suma, quienes se consideran “perfectos” son precisamente los que se quejan de que los mercados son imperfectos. O sea, todos quienes discrepen con ellos son “por definición”imperfectos. Y “perfectos” serían los que “se dan cuenta” que los mercados son imperfectos. F. A. v. Hayek dio como título a su último libro el nombre de este síndrome: La fatal arrogancia. Cuidémonos pues de los que acusan a los mercados de imperfectos, ya que ello implica que ellos -o quienes ellos designen en su lugar- serán aquellos a quienes señalen como “perfectos” para controlar, no sólo los mercados sino a todos nosotros.

Tener que explicar todas estas cosas indica, a las claras, la poca idea que se tiene en general de lo que es tanto el capitalismo como el mercado.

Fuente: Accion Humana