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lunes 25 de octubre de 2010

El muerto que supimos conseguir

La Argentina pasó en estos días de la amenaza latente al hecho fáctico de la muerte por una premisa que no debemos olvidar: la violencia es faz intrínseca de la concepción política kirchnerista.

“La violencia es el último refugio del incompetente.”
Isaac Asimov

¿Cómo analizar un país donde en plena Avenida 9 de Julio se aglomeran camiones a la espera de que la sociedad colabore llevando algún alimento no perecedero para ayudar a la población formoseña –jaqueada por un temporal– y simultáneamente en la cancha donde se disputa Boca vs Independiente se desata una lluvia de panes como si el hambre fuese una utopía más?

Es menester comprender que estos pequeños detalles hacen a las grandes diferencias entre un país civilizado y uno sumido en la barbarie. La muerte del militante del Partido Obrero queda deslucida frente a la ignominia que implican estos hechos vividos día tras día. Homicidios, violaciones y hasta trampas legisladas marcan el ritmo de la política vernácula.

Pretender que la Presidenta de la Nación se hiciese presente en el lugar donde las inclemencias climáticas hicieron mella es de una ingenuidad supina, aunque Formosa pertenezca a la Argentina del mismo modo como El Calafate forma parte de esta geografía.

Para la Jefa de Estado fue suficiente con la fotografía donde la muestran con los pies embarrados, prometiendo soluciones (incumplidas) para quienes sufrieron el alud en Tartagal tiempo atrás. Volver a vivir tamaña epopeya puede que sea progresista pero no es, sin duda, una actitud kichnerista.

Además, ¿cuántos votos pueden cosecharse en esa provincia y cuántas de las víctimas creerían a esta altura en las promesas que les haría Cristina? Esto explica mejor que cualquier teoría el porqué surgió, repentina, esa suerte de “envidia” hacia el mandatario chileno Sebastián Piñera, parado inmóvil junto a la mina.

Hay gestos que son necesarios no sólo en política. Sin embargo, de este lado de la cordillera falta tanto humanidad como estrategia, lógica y, si se quiere, también hasta demagogia efectiva. Apenas hay espacio para el Twitter donde se evidencia el desdén y la vulgaridad. El “progresismo” presidencial no puede cambiar la comodidad de la residencia presidencial y el hecho de apretar 140 caracteres para esbozar alguna barbaridad, con la molestia de observar que los pobres, míseros y abatidos son una realidad.

En décimas de segundo, el escenario nacional pasa de la amenaza latente al hecho fáctico de la muerte por una premisa que es redundante repetir acá: la violencia es faz intrínseca de la concepción política kirchnerista. Tanto va el cántaro a la fuente…

Véase que ante lo sucedido tras la contienda gremial no hubo siquiera sorpresa en la ciudadanía. Apenas un déjà vu y esa fatídica sentencia que nadie quiere escuchar pero resuena con más fuerza: antes o después, era previsible que la sangre corriera.

Hace exactamente un año atrás, en este mismo lugar, me atrevía a aventurar los hechos que hoy son realidad. Las palabras se encarnan en las crónicas del día. No hay premonición ni sexto sentido, apenas la lógica de los acontecimientos y su devenir natural frente a la inacción y a la confusión oportunista de los conceptos. No se trata de represión sino de prevención, vocablo que la dirigencia ha borrado del diccionario de su lengua. La Argentina es zona liberada.

La teoría de la empatía, por otra parte, no es un invento nacional ni mucho menos actual. Y la figura de la pirámide data de tiempos ancestrales. Desde arriba, en la cima, se gesta lo que ha de acontecer en las bases. No hay forma de modificar la naturaleza con vaguedades.

Si de analizar los sucesos que, una vez más, pusieron de manifiesto la corrupción que anida en el seno de los gremios se trata, se verá que donde se ponga el dedo hay una fuente de pus que muestra la podredumbre que anida dentro. La política y el negociado son los socios naturales de los sindicatos. La representación del trabajador, como expusimos una semana atrás cuando todo giraba en torno a la algarabía del poder sindical, es un eufemismo que se pierde en sin sentidos.

La metáfora de la “tercerización” se asemeja a la que utilizan muchos políticos hoy en día. Sin ir más lejos es similar a la “limpieza de los campos de concentración” que utilizara comparativamente Amado Boudou o al “secuestro de los goles” al que alguna vez aludió Cristina Fernández de Kirchner. Se trata sí de terceros (o cuartos), en medio de turbios negociados donde sólo cabe -como en la película de Al Capone-, la familia y sus aliados. Ni Hugo Moyano, ni José Pedraza, ni aquellos que abrazaron al líder cegetista tan efusivamente el jueves pasado están al margen del caso.

Que un “perejil”, como se suele decir en la jerga callejera, esté hoy entre rejas no aporta un ápice a echar luz sobre el tema. Hay sicarios y padrinazgos en el centro de la escena. Hay internas ideológicas o ideologizadas que oscurecen el panorama. Los Kirchner, que se suponen los titiriteros de este teatro de tragedias impensadas, en rigor no manejan nada.

Han dejado hacer y se han vanagloriado de las divisiones creadas. Ahora no se puede dar marcha atrás, hay millones en juego e intereses incalculables. Con sólo caer uno, el efecto dominó será imparable. Por esa razón se tejen hoy en Balcarce 50 tramas de encubrimientos y entregas simuladas.

La realidad, sin embargo, es más palpable que la ficción montada: ante la evidencia cruel de la parca y la amenaza de desnudar una cadena pesada de ambiciones, traiciones y mafias, la apuesta oficial no puede ser otra más que redoblar la apuesta hacia la violencia indiscriminada.

La única esperanza la da el hecho de saber que después de toda tempestad llega la calma, pero antes quizás, como decía Delacroix, “hay que estropear un poquito el cuadro para poder terminarlo”. © www.economiaparatodos.com.ar

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