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jueves 14 de agosto de 2008

El nudo gordiano de la economía argentina

El problema central de nuestra economía está instalado en el despilfarro del gasto público y en un sistema impositivo expoliador.

Es cada vez más evidente que, por impericia de sus gobernantes, la economía argentina marcha hacia un rumbo de colisión.

Roberto Cachanosky sintetizó perfectamente el problema que afrontamos quienes viajamos en este barco conducido por navegantes que “no aceptan el aumento de la inflación; no aceptan que se acabó el modelo del dólar caro; no aceptan que hay crisis energética; no aceptan que la inversión brilla por su ausencia; no aceptan que el consumo se está cayendo; no aceptan que tienen serios problemas para pagar la deuda pública. En fin, no aceptan la realidad”.

Nos invade una dificultad insoluble para evitar el choque contra el témpano, que no puede arreglarse con medias tintas sino con métodos expeditivos y en eso radica nuestro “nudo gordiano”.

El nudo gordiano

La expresión “nudo gordiano” procede de una leyenda según la cual el rey Gordias que reinaba en Frigia fundó una ciudad denominada Gordión, en cuya ciudadela puso un carro de bueyes atados al yugo con unas cuerdas anudadas de modo tan complicado que nadie podía desatarlas. Según la leyenda, quien consiguiera desatar ese nudo gordiano podría dominar el Asia. La historia señala que cuando el gran Alejandro Magno (356–323 a.J.C.), cuyo preceptor era nada menos que Aristóteles, avanzó con el ejército macedónico para enfrentar al imperio Persa, se apoderó de Frigia en el 333 a.J.C,. Allí se encontró con el dilema del oráculo que lo desafiaba a desatar el nudo. Solucionó el problema sacando la espada y cortándolo de un tajo. Esa noche hubo una tormenta de rayos, simbolizando que Zeus estaba de acuerdo con la solución, diciendo «es lo mismo cortarlo que desatarlo». Efectivamente, Alejandro Magno conquistó un enorme territorio de Asia desde Grecia a Palestina, Egipto, Siria y Turquía hasta las fronteras donde hoy se desarrollan los conflictos de Irak, Irán, Georgia, Afganistán, Pakistán y parte occidental de la India. Tenía 33 años cuando murió.

Por eso se utiliza la expresión «complicado como un nudo gordiano» para referirse a una situación de difícil solución o desenlace, en especial cuando esa situación sólo admite soluciones creativas. También se suele utilizar para referirse a la esencia de una cuestión, de difícil comprensión, de tal manera que desatando el nudo, es decir descubriendo la esencia del problema, podemos resolver todas sus implicancias.

Problema central de la economía

No es necesario ningún diagnóstico sutil, ni un complejo cálculo econométrico para advertir que el problema central de la economía argentina está instalado en el despilfarro del gasto público y en un sistema impositivo expoliador que no cesa de arrebatar la renta de las personas para satisfacer la voracidad creciente de un gobierno que sólo sabe gastar en subsidios y obras faraónicas a tontas y a locas, con el propósito ostensible de concentrar poder político y acumular la riqueza en manos de sus secuaces.

Cuando esta improvisación denominada “modelo productivo y de inclusión social” termine estrellándose contra el témpano que está a la vista, alguien tiene que comenzar a reflexionar y diseñar qué hay que hacer para reconstruir un país devastado moral y económicamente.

A la increíble desidia que demuestra el gobierno para resolver los problemas del campo, se unen otras cuestiones alarmantes. La provocativa medida de ordenar el desembarque de partidas de quesos que estaban listos para su exportación; la increíble clausura de la planta elaboradora de aceite de soja más grande del mundo, por una nimia cuestión de titularidad de los terrenos donde se encuentran levantadas esas enormes plantas; la dilación sin término de obras de infraestructura esenciales como la autopista Córdoba-Rosario por donde sale la producción agrícola que sostiene las finanzas públicas; la interferencia en las actividades económicas privadas destruyendo los mercados; las regulaciones absurdas tendientes a paralizar operaciones por razones políticas; los frecuentes y espurios intentos de utilizar organismos estatales para presionar políticamente a las empresas o en ciertos casos exigirles contribuciones incorrectas; la expulsión sin causa de los máximos funcionarios encargados de la recaudación impositiva por haberse atrevido a investigar los negocios de empresas vinculadas con el núcleo presidencial, y la bochornosa operación financiera de emitir bonos a tasas de default para que el tirano bolivariano pueda hacerse un formidable negocio. Todos estos síntomas preocupantes indican que hoy mismo debemos pensar por dónde hay que comenzar a resolver los problemas, después que el inevitable choque se produzca.

Y ese núcleo irradiante o ese centro maligno de nuestra impotencia, no se puede eliminar sin la revisión integral del sistema impositivo y un cambio copernicano en su diseño.

El ejemplo de Estonia

Estonia es un pequeño país que actualmente forma parte de la más exquisita oferta turística del mundo. Está ubicada en el norte de Europa e integra, con Lituania y Letonia, las repúblicas bálticas.

Coincidente con nuestra propia historia, desde 1945 a 1991, estuvo ocupada por la Unión Soviética, quien le despojó de su libertad, independencia y riquezas. Estonia, al igual que Argentina vive del campo, la ganadería bovina, la industria lechera, la silvicultura, la industria manufacturera orientada al mercado interno y la extracción de petróleo a partir de los esquitos bituminosos.

La dominación soviética fue tan depredadora, como nuestro intervencionismo estatal. En 1992 el único producto que había para vender era el brandy de Armenia o el vodka ruso. En los supermercados no había alimentos, pero podían conseguirse en el mercado negro a precios exorbitantes. Cuando alguien quería comprar algo disponible tenía que presentar la libreta otorgada por el gobierno soviético donde constaba su CUIP (código uniforme de identificación personal). Para adquirir la leche debía tenerse 3 o más niños. No había nafta, ni gasoil y los automóviles circulaban con garrafas de gas y gasolina a precios altísimos.

La actuación económica de los comisarios políticos no sólo devastó la economía de Estonia, sino que llevó la inflación a niveles insoportables pese a que los índices soviéticos manifestaban que estaba controlada. Con índices mentirosos la propaganda sostenía que el país estaba creciendo, pero en realidad estaba descendiendo hasta un 30 % por quinquenios. Estonia tenía prohibido comerciar con los mercados mundiales y dependía totalmente de los créditos provenientes de Moscú.

En 1991 recuperó la independencia. Siguiendo las recomendaciones del Banco Mundial, se pusieron en la tarea de equilibrar el presupuesto aumentando los impuestos, contribuciones y derechos de exportación. Pero la situación en lugar de mejorar empeoraba cada día.

Entonces, llegó al poder Mart Laar, un hombre sencillo, con ideas muy claras y una conducta moral intachable. Era un agricultor que había leído el famoso libro de Milton y Rose Friedman “Libertad de Elegir” y decidió seguir ese camino.

Propuso a los estonios tomar el toro por las astas. Concentró toda la acción de gobierno en brindar posibilidades para que la libre iniciativa se abriera paso y se preocupó porque el fruto del esfuerzo individual no fuese arrebatado mediante impuestos.

Entonces se dispuso a dar vuelta las cosas y en lugar de aumentar impuestos para cubrir los gastos, comenzó a reducirlos hasta un nivel que el pueblo pudiese soportarlos sin destruir el trabajo de su gente. Abrió la economía y estableció que todo el país fuese una zona franca, con aranceles aduaneros bajos y únicos para alentar a que la industria local se abriera al mundo y la agricultura participara de los mercados mundiales. Sancionó leyes que aseguraban la permanencia de las políticas públicas y lanzó un programa fundamental de revolución impositiva. En enero de 1994 adoptaron un sistema impositivo muy sencillo, el Flat-Tax, formado por dos impuestos: uno a las personas físicas y otro a las sociedades. El primero tenía una tasa fija del 20 % pero con mínimos no imponibles sumamente elevados para proteger a las personas de pocos recursos. El sistema tributario impuesto por los soviéticos era altamente complicado, progresivo e impedía las posibilidades de mejoramiento individual condenando a todo el mundo a ser esclavos del Estado.

El efecto de aplicar un único impuesto a las personas con una tasa fija y baja, fue una formidable palanca para que la actividad social y la creación de empleos se pusiesen en marcha. La idea de Mart Laar era que los impuestos debían ser sencillos tanto para liquidarlos como para controlarlos, porque cuando son complicados se necesitan muchísimas resoluciones aclaratorias, tarifas diferenciales y excepciones que enredarían a los contribuyentes y al fisco y finalmente nadie sabría a ciencia cierta si estaba cumpliendo o no con la ley.

El nuevo sistema impositivo consistió en un impuesto Flat a la misma tasa del 20 % aplicada a las personas y al EVA (Economic Value Added) de las sociedades. A partir del balance contable, cada empresa debía declarar las ventas y determinar las efectivamente cobradas. Luego ese importe experimentaba las deducciones de los pagos de sueldos, salarios y honorarios a personas físicas, el descuento de las compras de materias primas de origen estonio y la deducción de las inversiones en equipos y maquinarias que implicaran un aumento de la mano de obra ocupada. El importe así obtenido se multiplicaba por la misma alícuota fija dispuesta para las personas físicas a fin de evitar el arbitraje consistente en declarar un ingreso por otro. Como resultado de la apertura de la economía, la reducción de los aranceles aduaneros y la reforma impositiva, en dos años Estonia pasó de la miseria a convertirse en uno de los lugares más bellos y apetecidos de Europa. A partir del año 2001 y hasta el día de hoy, el crecimiento económico anual se mantuvo en el 10 % y al no depender de Rusia, comenzó a comerciar con todo el mundo.

Hoy Estonia no tiene desocupación, la tasa de pobreza bajó a niveles mínimos y el único problema existente es el exceso de dinero que dispone el Estado por lo cual están estudiando rebajar la alícuota de los impuestos del 20 % al 13 %.

La recuperación fue tan contundente que el ejemplo ha sido imitado por Rusia, Ucrania, Georgia, Rumania, Letonia, Lituania y posteriormente Polonia, Irlanda y Grecia. En todos los lugares se obtuvieron idénticos resultados. Ellos consiguieron desatar el “nudo gordiano” que los oprimía. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio I. Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

 

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