Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

jueves 1 de noviembre de 2007

El nuevo escenario de gestión

Los resultados de las elecciones del domingo muestran una clara fractura de la sociedad: el principal apoyo a Cristina Kirchner proviene de las clases bajas, mientras que los sectores medios y altos rechazan sus propuestas.

Tal como se preveía, Cristina obtuvo un contundente triunfo electoral que le asegura al oficialismo su continuidad por cuatro años al frente del Estado. No obstante, una vez que vayan decantando la euforia y los festejos, el matrimonio K seguramente deberá pasar revista a los números y al nuevo cuadro de situación que comienza a surgir a partir del domingo a la noche.

Un breve repaso de los comicios en cada uno de los distritos permite inferir que la clave del triunfo de la senadora se basa esencialmente en la captura del voto peronista en los barrios y zonas más humildes del país. Evidentemente, esta cuestión pasa a ser un problema estratégico para el kirchnerismo en cuanto sus miembros se consideran de centro-izquierda y alejados de la mística y el folklore del Partido Justicialista.

Durante los últimos cuatro años, el oficialismo intentó infructuosamente construir una estructura política progresista, alejada de la tradición del peronismo. Desde un primer momento, tomaron la bandera de los Derechos Humanos, si bien los Kirchner nunca se habían mostrado consustanciados con el revisionismo de lo ocurrido en la guerra sucia de la década del 70. Sin embargo, atrajeron a los organismos que actúan en el área y los transformaron en militantes kirchneristas. Desde Horacio Verbitzky hasta Estela de Carloto y Hebe de Bonafini. Todos se sumaron, mediante algunas ventajas o compensaciones, al proyecto gubernamental.

Algo parecido hicieron con miembros de la cultura, deportistas y figuras célebres de la TV. Le dieron una impronta supuestamente “antiimperialista” a la política exterior, tomando distancia de los Estados Unidos y consolidando una extraña alianza política y financiera con el régimen de Hugo Chávez. Gastaron millones de pesos en subsidios para evitar ajustes de tarifas en los servicios públicos y realizaron un gran show con la deuda y el pago al Fondo Monetario Internacional (FMI). Además, avalaron la “demonización” de los 90 a pesar de haber sido, en su momento, oportunos socios políticos de Carlos Menem.

En síntesis, una clara movida que apuntaba a implementar desde la gestión de gobierno la agenda política del Frepaso. La idea central era presentarse ante la sociedad como “émulos eficientes” del renunciante “Chacho” Álvarez, un hombre actualmente muy cercano a la primera dama. Toda esa energía apuntaba claramente a seducir a los sectores medios de los grandes centros urbanos. El sueño de Kirchner era construir un movimiento político en sentido contrario que Menem.

Así como el riojano puso en marcha una alianza política conservadora donde el Partido Justicialista representaba parte de esa base electoral, que también incluía a sectores no peronistas de clase media y alta, el presidente intentó construir su propio “tercer movimiento histórico” –haciendo honor a ese vicio de lo fundacional que tienen muchos de nuestros presidentes– con justicialistas, radicales, socialistas e independientes. Una estructura superadora del peronismo, pero de izquierda y políticamente correcta.

Dicen que en la intimidad de los Kirchner siempre se hizo referencia a la necesidad de no depender electoralmente de los referentes históricos del peronismo. Por supuestas razones ideológicas y estéticas, no quería cerrar acuerdos con el llamado “pejotismo” y con los viejos caudillos partidarios. Con una profunda carga de prejuicios ideológicos y soberbia, intentaron enamorar a los sectores medios con ataques a las Fuerzas Armadas y haciendo oídos sordos a aquellos que reclamaban medidas enérgicas contra la inseguridad y el descontrol de los piquetes.

Nada de eso sirvió, no obstante, para poder seducir a la clase media. Las elecciones locales en la ciudad de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe les anticiparon el rechazo. Por eso se vieron obligados a recurrir al arrastre electoral de Daniel Scioli, los barones del Gran Buenos Aires, Luis Barrionuevo, Gildo Insfrán, Juan Carlos Romero o Carlos Verna. Optaron claramente por aliados que están en las antípodas del ideario progresista del diario Página/12 o de la visitante ilustre Segolene Royal.

Quizás Cristina debe haber soñado con festejar un triunfo suyo en todo el país, pero con un fuerte respaldo en los barrios donde vive la gente más ilustrada que puede comprender su discurso. En cambio, debió conformarse con contundentes victorias en La Matanza, Berazategui, José C. Paz, Santiago del Estero, Jujuy, Formosa o Misiones, distritos que se destacan por un altísimo nivel de exclusión, deserción escolar y hasta consumo de “paco”. El perfil de sus votantes nada tiene que ver con la admiración a Hillary Clinton, los organismos de Derechos Humanos o los paseos en Nueva York con el cónsul Héctor Timmerman.

La utopía anhelada por la primera dama naufragó. Más allá de la profunda alegría por transformarse en la primera mujer que es electa para la más alta magistratura, lo cierto es que le queda el sabor agrio del fuerte rechazo que le demostraron los habitantes de las grandes ciudades del país. Desde que se radicó en la Capital Federal en 1994, siempre residió en un coqueto departamento de la calle Juncal, muy cerca de la Plaza Vicente López. Y hasta que su esposo se convirtió en jefe de Estado solía pasear por esa zona, visitando boutiques y el Patio Bullrich. Precisamente ahí, el 50% de sus anteriores vecinos votaron por Elisa Carrió. Sólo un 14% eligió su boleta.

Ni siquiera pudo seducir a los habitantes de su ciudad de origen. En La Plata también fue derrotada. Y, encima, el intendente radical de Río Gallegos, Héctor Roquel, obtuvo su reelección pese a que ella se impuso ampliamente en esa ciudad y en toda la provincia de Santa Cruz. Hasta sus nuevos vecinos de la Quinta Presidencial tampoco la votaron. Perdió por mucha diferencia en el partido de Vicente López y de nada sirvió la alianza que gestó su esposo con el reelecto intendente del “radicalismo K”, Enrique “Japonés” García. Muchos de los votantes a ese jefe comunal cortaron boleta y eligieron a Carrió.

Más allá de estas coincidencias y los datos de color, lo cierto es que el nuevo gobierno de la primera dama arranca con una legitimidad basada esencialmente en el voto de los más pobres. Su base electoral ha sido mucho más homogénea en los distritos donde hizo grandes diferencias. La apoyaron los mismos que votaban en los 90 al odiado Menem. Lamentablemente, gran parte de ese segmento de la sociedad es tan vulnerable por su indigencia que no cuenta ni siquiera con la libertad a la hora de votar. Son las víctimas del anacrónico y despreciable clientelismo político.

El nuevo mapa electoral muestra al kirchnerismo con un fuerte apoyo en las capas bajas, al mejor estilo del peronismo de la década del 50. La sociedad se ha fragmentado de tal forma que se percibe una clara fractura a la hora de votar. ¿Alpargatas sí, libros no? Evidentemente, la división tiene ciertos condimentos socioeconómicos. Quienes el domingo votaron en contra de Cristina son los sectores sociales más dinámicos, hiperinformados y más exigentes. Resulta evidente que este segmento de la sociedad argentina le tomará examen a la futura administración y seguirá buscando referentes en la oposición. © www.economiaparatodos.com.ar

Alberto Valdez es periodista y consultor de empresas.

\"\"
Se autoriza la reproducción y difusión de todos los artículos siempre y cuando se cite la fuente de los mismos: Economía Para Todos (www.economiaparatodos.com.ar)