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miércoles 20 de junio de 2012

Empresarios libres o sumisos

Las Instituciones han sufrido un notable deterioro en el ámbito político y privado. Medidas anti constitucionales y personas poco idóneas acentúan una dinámica corrosiva que deja sin garantía la sustentación  de la vida económica y social. Ante esta perspectiva, subyace un dilema en el empresariado: ¿libres o sumisos?Ocurra lo que ocurra, aún con el final más luminoso, el tiempo hará pasar al olvido el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Del mismo quedarán unos pocos recuerdos y entre ellos: el desarme jurídico y moral de los ciudadanos y el socavamiento de las Instituciones.  
   
Aquí vamos a tratar sobre la paulatina demolición de las Instituciones esenciales para el desarrollo de la iniciativa privada, aquellas  que aseguran la sustentación de la vida económica y social.
En primer término debemos reconocer que sin emprendedores no hay iniciativa privada,  pero ella  no puede apoyarse en empresarios sumisos. Porque, en ese caso, dejarían de ser emprendedores y se transformarían en vasallos manipulados por el poder político.

En segundo lugar, hay que recordar que en materia política, las Instituciones son organismos fundamentales del Estado para desempeñar una función de interés público como la Vicepresidencia de la Nación, el Parlamento Nacional, la Suprema Corte de Justicia, el Ministerio Público, los Organismos de recaudación fiscal, las Fuerzas Armadas, el Banco Central, la Fiscalía de Investigaciones Administrativas o la Auditoría General de la Nación.

De un tiempo a esta parte, esas Instituciones  políticas están siendo devastadas y desprestigiadas en forma parecida a la desvalorización que afecta a la moneda nacional. 

Si las Instituciones políticas funcionan contrariando el orden jurídico e  impidiendo el ejercicio de los derechos y garantías individuales, el sistema democrático agoniza  y ocupa su lugar la autocracia y el absolutismo que pronto devienen en cleptocracia. Como decía San Agustín hace 19 siglos: “el gobierno se convierte en un vasto latrocinio”.
 
En esos casos, nuestra Constitución Nacional (art. 36) habilita a los ciudadanos a recuperar el derecho natural de resistencia civil a la opresión  y la facultad de recusar obediencia fiscal o administrativa a cualquier gobierno advenedizo, sea civil o militar.
   
Para la tradición jurídica y moral de Occidente, es importante que las Instituciones funcionen bien. Porque como gozan del “poder de imperium” su mal funcionamiento disloca y anarquiza a la sociedad.
Para obrar bien, tienen que respetar dos requisitos elementales: estar integradas por personas intachables y  contar con buenas reglas.
   
John Adams, uno de los padres fundadores de EE.UU. expresó con palabras muy precisas esas condiciones: “Para que EE.UU. alcance y sostenga su grandeza material y espiritual, debe hacerse lo indecible para que lleguen al poder sólo aquellos individuos que tengan aristocracia de talento y méritos personales, no sólo los que exhiban aristocracia de cuna y mucho menos de dinero. Debemos impedir, por medios lícitos, que ocupen el poder de las Instituciones quienes tengan trayectoria u origen sectario, deshonesto, incompetente, antidemocrático o antifederal.”    

No hay ninguna duda que con reglas precarias aquellas instituciones integradas por personas de prestigio consiguen resultados exitosos. Pero aún con las reglas más sólidas posibles, las instituciones llenadas con individuos codiciosos y deshonestos, producen fatales resultados.
   
Esto que sucede en la política también pasa en la economía.

Hoy, en nuestro país, los empresarios han claudicado de sus fueros. Se muestran pusilánimes, timoratos y mendigando favores. Como sector social han dejado de ejercer influencia y ya no actúan como  factor compensador de los desbordes de otras fuerzas anárquicas. Dan la impresión de querer participar del festín político y sólo les interesa conseguir algunas migajas. Ya no tienen  el ánimo vital ni el coraje intelectual para defender y reclamar  la vigencia de aquellas  Instituciones fundamentales para que la actividad económica se desenvuelva en una sociedad libre. 

No son muchas las Instituciones que permiten garantizar el orden y la paz social. Son las que permiten el surgimiento de  auténticos emprendedores,  asegurando que su actuación generará bienestar para todos y no sólo para ellos mismos. Todas cumplen requisitos de racionalidad, coherencia y eficacia:

1° Los precios libres dentro de una competencia ordenada y respetuosa de los principios morales,
2° El sistema de mercados abiertos sin fraude ni violencia, 
3° La existencia de una moneda sana que mantenga el valor a través del tiempo,
4° El respeto de la propiedad privada honestamente ganada,
5° La libertad de contratación y el mantenimiento de la palabra empeñada,
6° La exigencia de asumir la responsabilidad por las consecuencias de los actos propios,
7° Los límites claros y precisos a los impuestos extorsivos que pretenden arrebatar el dinero bien habido. 
8° La permanencia de la política económica.

Los empresarios de ahora no se animan a levantar esas banderas institucionales que constituyen su propia razón de ser.

Por eso, los políticos codiciosos que asaltaron las Instituciones, las han reemplazado con banderas de bucaneros que deslizan el país, paso a paso, hacia el disparatado modelo bolivariano del “Socialismo siglo XXI”.

En lugar de precios libres les han impuesto un insostenible control de precios. En lugar de mercados abiertos se implantaron mercados intervenidos privilegiando  los negocios de los  amigos. En lugar de moneda sana están provocando una inflación incontrolable. En lugar de respetar la propiedad privada los amenazan con despojarlos bajo el lema “vamos por todo lo tuyo”. En lugar de libre contratación los obligan a regulaciones ridículas. En lugar de asumir responsabilidades les lanzan  falsas acusaciones buscando chivos expiatorios. En lugar de límites impositivos los someten  a una fiscalidad expoliadora. En lugar de reglas estables les contestan con la improvisación  del día a día.

Es evidente que, también pasado el tiempo y ocurra lo que ocurra, éste será un período recordado como el de  empresarios sumisos y medrosos que renunciaron a sus fueros, a la libertad de iniciativa y al coraje de ejercer su misión con dignidad y energía.