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jueves 4 de diciembre de 2008

En el cono del silencio

Los sucesivos gobiernos no logran encontrar una solución al problema de la inseguridad que no pase por la “reclusión” de las personas honradas: rejas, cámaras de seguridad y, ahora, jaulas para los choferes de colectivos.

Algunas cuestiones menores suelen ser muestra suficiente acerca de cómo una sociedad encara problemas mayores, o sobre qué valores pone en juego frente a las disyuntivas que plantea la convivencia.

Está claro que el proyecto para obligar a las empresas de transporte a instalar cabinas blindadas para los choferes de colectivos es una cuestión menos espectacular que los frondosos disparates a que nos sometió el súper plan de acción K contra “la crisis” (nunca más oportuna) que abarcó desde el atraco a los ahorros privados de jubilaciones y pensiones y el jubileo impositivo (volviendo a convencer a quien paga los impuestos de que es, efectivamente, una especie de tarado) hasta una invitación al gangsterismo mundial a traer sus dólares negros a la Argentina a cambio de un módico precio, contra lo que le prometemos libertad, acceso al capital accionario de empresas y un abanico de oportunidades dignas de las Islas Tortuga de los Piratas del Caribe.

Pero el valor simbólico que tiene es muy alto cuando se piensa lo que está ocurriendo con la inseguridad de los ciudadanos y las ideas en las que se piensa para enfrentarla.

El proyecto es un ejemplo más en la línea en la que se inscriben los carteles colocados a la altura del obelisco en los que se dice que la Plaza de Mayo está cerrada por manifestaciones: ¡No, señor…!, su deber consiste en evitar que las manifestaciones impidan el tránsito; no poner un cartel que diga que por las manifestaciones, la Plaza está cerrada.

Este caso es igual. En lugar de encarar el problema del crimen y de la delincuencia, lo que hacemos es ponerle jaulas a los choferes. Eso es como dar por sentado que el problema en sí no tiene solución y que los honrados tienen que estar detrás de rejas y de cabinas antibalas para poder seguir viviendo.

Por este camino los espacios libres de las ciudades quedarán en manos de los delincuentes y la gente de trabajo será la que deba cumplir las "condenas" de vivir en el encierro.

Por lo demás, habría que preguntarse qué pasará con los pasajeros que quedarán a merced de quienes suban armados a los colectivos con intenciones de robar. ¿O habrá que pensar en especies de jaulas individuales para cada ciudadano honrado dentro de las cuales cada uno será inviolable, como si estuviéramos en el cono del silencio de Maxwell Smart?

Me parece que la manera de encarar la cuestión del crimen y de los delincuentes es dejar atrás una postura ideológica que ha copado la legislación y la Justicia según la cual la que debe rendirse es la sociedad porque en realidad es la culpable de que los que hoy delinquen estén en esa posición.

Los honrados cargarían con el castigo de soportar el encierro porque han llevado a la degradación a los delincuentes que, como premio, gozarían del doble derecho de la libertad y de atacar a sus victimarios.

Esta es la macabra teoría que ha ganado espacio dentro del pensamiento académico, y que ha sido trasmitida, de allí para abajo, a los que hoy hacen las leyes y las juzgan.

No hay nada mejor que exagerar hasta el punto de la ridiculez para que las cosas se entiendan. Y cuando nos imaginamos a cada uno de nosotros perfectamente seguros caminando por la calle dentro de cubículos individuales antibala, al tiempo que respiramos por unos pequeños orificios hechos con cuidado en las placas blindadas para que nos entre algo del oxígeno que los delincuentes respiran libremente, nos damos cuenta de hasta dónde hemos caído.

Mientras tanto, la anestesia generalizada que afecta a la sociedad permite el avance del robo, del atropello de los derechos, del saqueo de la riqueza y de la instalación de una casta que no para de apalearnos con el único objetivo del beneficio propio. © www.economiaparatodos.com.ar

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