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jueves 3 de febrero de 2005

En Ouro Preto, un “buen” enojo de Néstor

En medio de una política exterior casi sin rumbo y llena de desaciertos, como en el caso de la doctora cubana Hilda Molina, es preciso rescatar algunos aciertos, como el del último discurso presidencial sobre el futuro y rumbo del MERCOSUR.

La política exterior de Néstor Kirchner ha acumulado –cual cascada– un interminable conjunto de incidentes y desplantes –absolutamente innecesarios– que serán recordados por muchos años por los especialistas. Aquí y en el exterior.

Después del episodio de la doctora Hilda Molina, que una vez más ha expuesto en toda su crudeza las violaciones de los derechos humanos que –desde hace 46 años– son moneda corriente en Cuba, el presidente argentino ha quedado desairado por Fidel Castro y la Cancillería argentina ha salido del mismo asunto visiblemente quebrada. Lo que es sumamente peligroso para cualquier país. Por su impacto en la interlocución externa y por la evidente falta de credibilidad que, en consecuencia, sus actores centrales proyectan al resto del mundo.

Por una parte, el inexperto señor canciller. Por la otra, distanciado, su no elegido “segundo”, Jorge Taiana, con sus íntimas vinculaciones con los “cerebros” del medio de izquierda que fogonea al presidente en la dirección de su propia “visión” de la realidad.

Lo cierto es que el rosario de problemas patológicos generados en el capítulo de las relaciones exteriores es ya tan grande que algunas posiciones –valientes y acertadas– del presidente han quedado –en ese fárrago– desteñidas y pasaron, por ello, casi inadvertidas para el gran público.

Quisiera rescatar una. No porque crea en Kirchner, ni comulgue con él. Más bien, en este caso particular, en honor a la verdad.

Me refiero concretamente al corajudo discurso pronunciado por Néstor Kirchner en Ouro Preto, Brasil, el 17 de diciembre pasado. Posterior ciertamente al asombroso –pero absolutamente simbólico– “faltazo” presidencial a la reciente “cumbre” de Cuzco, por entenderla vacía de contenido. “Faltazo” que, por lo demás, dejó a Eduardo Duhalde en una posición más que desairada. La de casi un absurdo “Chirolita” de “Lula”.

Vayamos, entonces, a lo de Kirchner.

Cuando es más que obvio que (i) la integración del “cono sur” no avanza, desde hace ya décadas, porque su socio principal, Brasil, se niega sistemáticamente a institucionalizarla y reglamentarla debidamente, de manera que pueda haber quien piense y hable por el conjunto; y (ii) que lo hace para mantener el predominio de hecho que ejerce, que le resulta eficiente y cómodo, Néstor Kirchner se animó a decir que hay que: “Rescatar el tratado fundacional del MERCOSUR (el de hace más de una década, suscripto en 1991, desdibujado por años de retórica clientelista) de entre los papeles del archivo”. Porque, de no hacerlo, “no servirá avanzar en otras cuestiones institucionales”.

Además, señaló que sus beneficios “no pueden ser en una sola dirección” y que “el nivel de compromiso que se manifiesta por los presidentes en cada reunión no se condice con los avances posteriores entre reunión y reunión”.

Tiene mucha razón. Y la gente lo sabe.

Lo que Kirchner recuerda –con su estilo directo y descarnado– es nada menos que la necesidad de equilibrar las macroeconomías de los Estados Miembros del MERCOSUR. Sin ello, las asimetrías no se resuelven y “flotan” en el tiempo. Como resultado, el comercio y la actividad económica se distorsionan severamente. Para algunos, este es un negocio. Para el conjunto, una receta egoísta que conduce a la anemia del MERCOSUR.

Es bueno que el Presidente haya rechazado la actitud “minimalista” que algunos de sus colaboradores más estrechos –recientemente ascendidos sin la aprobación de sus pares– predican. Esto es, la tesis que se sintetiza en dos grandes –e increíbles– parámetros: (i) somos poca cosa; (ii) por ello, mejor no hablemos, porque podemos caer en el ridículo.

Es también bueno que Kirchner haya sido claro. Como trata de ser, con suerte diversa.

Mientras tanto, en el más prestigioso matutino porteño, en una suerte de “diálogo ciego” interpuesto desde distintas columnas de una misma página, un insólito Celso Amorín decía, respecto del Brasil: “no tenemos que actuar de manera imperialista”. A lo que el experimentado Carlos Ortiz de Rozas le respondía, hablando también sobre Brasil, que se advierte un deseo “de convertirse en el líder del ámbito regional”. Con “actitudes excluyentes” y con un “excesivo afán de liderazgo”. Es obvio que Ortiz de Rozas tiene razón. © www.economiaparatodos.com.ar



Emilio Cárdenas es ex Representante Permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas.




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