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martes 11 de noviembre de 2014

Estado y responsabilidad social

Estado y responsabilidad social
La idea de que el estado-nación ha de hacerse cargo de la mayoría o, peor aún, de todos nuestros problemas, es -como hemos señalado en múltiples oportunidades- de antigua data, y de profunda raigambre entre las personas, no sólo en Latinoamérica sino en el mundo entero. Aunque, claro está, con diversas intensidades y cantidades de aplicación. Será interesante rastrear en la historia los casos en que esto comenzó a suceder y los lugares donde tuvo su origen:
«En general la intromisión del estado en Inglaterra fue acentuándose desde la primera guerra pero en la década del cuarenta comienza una etapa distinta marcada clara y contundentemente por la intensa participación del estado en temas llamados de “seguridad social”. El llamado “estado de bienestar” o “estado benefactor” divorció la moral de la política social y afectó la idea de la responsabilidad individual y los incentivos para los emprendimientos privados al tiempo que se acentuó el deterioro del concepto del derecho transformándolo en una enumeración de deseos con rango cuasi constitucional con lo que en buena medida se destruyó el concepto del respeto por el fruto del trabajo de otros y la idea de autonomía individual degradándose la idea de la solidaridad y la benevolencia. Se implantó la curiosa teoría de que el antropomorfismo “sociedad” era la responsable de los problemas sociales y, a través del estado, tenía la obligación moral de resolver estos problemas. Este fue el sentido del Beveridge Report, documento publicado en 1942 que anunció al “estado de bienestar” como una “revolución británica”.[1]
Estas consecuencias, por supuesto, no se limitaron al caso de Inglaterra, sino que se extendieron por todo el mundo desde entonces y hasta nuestros días. Pero en realidad, ya conocía antecedentes con la Socialpolitik implementada por el canciller Otto von Bismarck en Prusia en el siglo anterior al de la primera guerra mundial. Dicha invasión del estado-nación en los asuntos privados y -por sobre todo- en temas en los que se debatían las causas de la pobreza y de la riqueza, fue debida -a su vez- a la incomprensión de las masas respecto de elementales cuestiones económicas, y –fundamentalmente- de la profunda interrelación que estas tienen con las denominadas «políticas sociales». Lo que -a su turno- fue consecuencia de la popularidad creciente de las erradas ideas socialistas entre los dirigentes políticos y los intelectuales. La separación conceptual apuntada entre «políticas sociales» y economía fue lo que indujo a pensar a dirigentes y dirigidos que existía un divorcio entre unas y otras. Bajo esta falacia se construyó la teoría del «estado benefactor», y todos los mitos que se tejieron respecto de sus «prodigiosas capacidades» para «solucionar» la vida de casi todo el mundo. Esto provocó la subversión de los principios morales que se marcan con notable acierto en la cita precedente y cuyas consecuencias se ven agravadas en la actualidad.
«A lo largo del siglo XIX se acrecentaron las iniciativas privadas de caridad así como la constitución de sociedades de ayuda mutua, contexto en el que surgieron instituciones que perdurarían en el tiempo, como es el caso del Ejército de Salvación. Con el fin de la primera guerra mundial, el surgimiento del estado de bienestar sembró la semilla del divorcio entre la moral y la ayuda hacia el prójimo que encontró en la obra del economista británico John Maynard Keynes el sustento teórico que permitió llevar adelante la irrefrenable intervención del gobierno en la economía, trasladando la caridad de la esfera privada y voluntaria hacia la pública y obligatoria.»[2]
Aquellas instituciones privadas que proliferaron en el siglo XIX, nacieron bajo las ideas de la responsabilidad individual, la conciencia de la necesidad del prójimo y un profundo sentido de solidaridad que inspiran todos los principios del liberalismo. Sin embargo, toda esa notable labor privada, fue siendo destruida poco a poco por la paulatina pero incesante tarea de socavación moral e intelectual por parte del estado-nación y de sus ideólogos, como lo fuera el muy nefasto Lord Keynes. Con todo, como bien anotan los autores citados, esas instituciones «perdurarían en el tiempo, como es el caso del Ejército de Salvación». Aunque claro está, no cumpliendo un rol de la relevancia que tenían en la época de su formación originaria. Pero resulta notable que, muchas de las iniciativas privadas de este tipo, aunque menguadas por la competencia desleal del estado-nación, resultan mucho más eficientes que las «ayudas» estatales que suelen ser menores en cuantía, calidad y en eficacia. La idea de caridad, responsabilidad moral e individual fueron completamente desvirtuadas por el estatismo. Lo mismo sucedió en Alemania:
«En 1950 Röpke advirtió, en un informe comisionado por el Gobierno, que había una “fuerte tendencia” a restringir exageradamente el mercado. Asimismo, Röpke insistía en que los gastos sociales y los impuestos no pueden sobrepasar cierto nivel “sin perjudicar los aspectos expansivos y concertadores de una economía de libre mercado”.
 Las críticas de Röpke a los programas de bienestar aumentaron en los años siguientes. Así, censuró duramente la decisión del Gobierno Erhard (1957) de ajustar el programa de pensiones al costo de la vida: a su juicio, era un paso para convertir el sistema de bienestar en “una muleta para la sociedad”.
 Esa muleta sigue estando ahí. Hoy, los partidos políticos alemanes ofrecen rebajar los impuestos al tiempo que prometen más gastos sociales. Eso no es financieramente responsable, pero los políticos saben que muchos alemanes no votarán por quien diga que va a reducir el Estado de Bienestar.»[3]
Indudablemente, la cita refleja la falsa conciencia creada en el pueblo (no sólo en el alemán del caso, sino en el del resto de mundo) de que es el estado-nación y no nosotros quien debe ocuparse de todas nuestras necesidades. Los gastos sociales son financiados con impuestos, impuestos que pagamos todos, pobres y ricos, pero que perjudican más a los pobres que a los pudientes. En los hechos -y si bien las promesas son de menores impuestos- estos no han dejado de crecer en las últimas décadas a nivel global.


[1] Alberto Benegas Lynch (h) – Martin Krause. En defensa de los más necesitados. Editorial Atlántida. Buenos Aires, pág. 325/6
[2] Alberto Benegas Lynch (h) – Martin Krause. En defensa …ob. cit. pág. 330
[3] Sam Gregg -No hubo milagro alemán-2 de Julio de 2008-Fuente: http://www.fundacionburke.org/2008/07/02/no-hubo-milagro-aleman/ pág. 2


Fuente: Accion Humana