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martes 30 de septiembre de 2014

Explotación y plusvalía

Explotación y plusvalía
La principal crítica que suele hacerse al sistema capitalista dice que, como consecuencia de su funcionamiento, los obreros o trabajadores -en general- son «explotados» por los capitalistas que los emplean.
Este planteo tiene su origen en la teoría de «la plusvalía» marxista, por la cual K. Marx sostenía que «el valor» de todos los bienes que se producen en el mercado reside pura y exclusivamente en el trabajo que a ellos les dedican tales obreros y empleados. Del total de este «valor», el capitalista extraería una pequeña porción del mismo que entregaría al obrero en concepto de salario, y la «mayor diferencia» se la apropiaría aquel para sí mismo. A esta «mayor diferencia», K. Marx la llamó «plusvalía». De donde concluirá que el obrero era «explotado» por el capitalista y por esa misma diferencia (o «plusvalía»).
De inmediato, aparecieron varios detractores de esta absurda tesis, entre los que destacaron, como los más contundentes, los autores de la Escuela Austriaca de Economía, principalmente su fundador Carl Menger, y uno de sus más aventajados discípulos, Eugen von Böhm Bawerk, los que con éxito demostraron que no existe tal «plusvalía», ya que el valor de las cosas no descansa en su trabajo. Las cosas no valen porque se haya «trabajado» en ellas, sino que se les dedica trabajo porque valen. El valor es anterior al trabajo y no su resultado. Esto es de sentido común en realidad, como demostraremos seguidamente.
Cuando el ama de casa va de compras al supermercado y compra una salsa de tomates, al llegar a la caja para pagar no le pregunta a la cajera «cuantas horas de trabajo utilizó el empleado de la plantación de tomates para la cosecha del producto», y en función de esa respuesta conocer y pagar la supuesta «plusvalía». Simplemente, elije la salsa de tomates considerando solamente dos parámetros: 1) el precio y 2) la calidad del producto, (y -quizás- uno tercero, relacionado con el segundo, que es la marca). En su elección, no cuenta la «plusvalía», no sólo porque no la conoce (ni puede conocerla) sino y fundamentalmente porque no le interesa en absoluto para consumar su compra.
Supongamos ahora que el capitalista productor de tomates quisiera ganar $ 500 por cada unidad de salsa de tomates y el obrero de la plantación que lo cosecha estimara por su trabajo su «plusvalía» también en $ 500.- por unidad (es decir, en la misma suma), pero que sin embargo, terminado el producto y puesto a la venta en el comercio minorista, el público decide no pagar más de $ 100.- por cada unidad de esa salsa. ¿Dónde queda pues la «plusvalía» del obrero cosechador y de su patrono el productor capitalista? Exacto: queda en la nada…en cero. Lo que demuestra nuevamente que la fantasmagórica «plusvalía» no es más que un febril e imaginario invento marxista. Toda la ganancia, tanto del obrero como del capitalista estará contenida en alguna suma inferior al precio de venta que el consumidor ha decidido libremente pagar. Lo que, a su turno, nos dice que, tanto la ganancia del capitalista como el salario del obrero emergen de ese precio de $ 100.- abonado finalmente por el ama de casa en el supermercado, y que es el precio que estima justo para una unidad de salsa de tomates. ¿Alguien quiere hablar en este supuesto de «explotación»? Pues es libre de hacerlo. Pero en todo caso, quien estaría «explotando» al obrero de la plantación de tomates no es el capitalista, sino el consumidor. Aunque en realidad, el consumidor no está «explotando» a nadie, simplemente está pagando lo que considera es el precio de mercado, el precio justo del producto que adquiere, lo mismo cuenta para cualquier bien o servicio: ropa, calzado, electrodomésticos, muebles, inmuebles, automotores, barcos, aeronaves, motores, fábricas, empresas, etc. En el capitalismo, el consumidor decide quién gana y quién pierde. Quien pierde podrá quizás lamentarse y considerarse «explotado por el sistema», pero esto le importa un comino al consumidor. En el capitalismo, el consumidor es el soberano, el director real del «sistema», y tiene al capitalista y a sus obreros y empleados, a sus pies.
¿Y quién es el consumidor de los productos elaborados por el capitalista? Pues –curiosamente- sus mismos obreros y empleados, mas los obreros y empleados de los demás capitalistas que compiten con el primero. Con lo que, quien decide su nivel de ingresos como obrero de la plantación es el mismo obrero en su rol de consumidor al consumir la salsa de tomates que el mismo ha colaborado en producir mediante el trabajo de cosecha.
Alguien podría pensar que la «explotación» surgiría de todos modos en la manera en que el capitalista distribuye esos $ 100.- (que -en definitiva- el consumidor paga por cada lata de tomates) guardándose para sí $ 99 y entregándole $ 1 al obrero. Pero esta suposición sigue siendo pueril. En la vida real del mercado, con esos $ 100.- obtenidos por el capitalista deberá: 1) pagar los créditos que haya tomado para llevar adelante su producción, por ejemplo, préstamos bancarios, de los cuales deberá sufragar el capital prestado y sus intereses. 2) Seguidamente, de esos $ 100.- también deberá pagar los costos de sus instalaciones (amortización de maquinarias, alquileres, hipotecas, gastos de energía como luz, gas, teléfono, combustible de cosechadoras, etc.). 3) De esos $ 100.- también deberá afrontar los impuestos con los cuales el gobierno grava todo lo anterior, más también su producción. 4) Luego, de esos $ 100.- deberá pagar los salarios de sus obreros y empleados. Y, (5) recién en quinto lugar, luego de pagar todos esos gastos previos, podrá deducir lo que se llama su «ganancia». De donde observamos que, descontados todos sus costos, sus «ganancias» apenas representarán un quinto de lo cobrado por el producto final.
Va de suyo que, la distribución de esos $ 100.- no puede hacerla de un modo tal que «explote» a sus prestamistas; locadores; proveedores de materias primas; servicios públicos; al fisco, obreros, empleados, etc. Todos estos costos del capitalista son costos fijos, y no puede decidir no pagarlos o pagarlos en la cuantía «que quiera», so pena de quebrar y cerrar definitivamente su producción. No le queda pues ningún margen para «explotar» a sus obreros y/o empleados. No le queda más remedio que pagarles lo que realmente les debe por su trabajo. Que como ya vimos, no consiste en ninguna «plusvalía», cuya inexistencia ya hemos demostrado.
Fuente:  Accion Humana