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martes 30 de julio de 2013

«Igualdad de oportunidades»

«Igualdad de oportunidades»

Es bastante difícil encontrar personas que no estén a favor de la «igualdad de oportunidades», pero -al mismo tiempo- no es menos dificultoso hallar quienes se hayan detenido a pensar si lograr dicha meta es fácticamente posible, siquiera en alguna medida mínima

Lamentablemente, lo que se ha dado en llamar el ideal igualitario o igualitarista, es imposible de ser alcanzado -y esto último- no por defectos o malas intenciones en (o de) la naturaleza humana, sino por motivos más de fondo, que radican -en última instancia- en circunstancias fácticas, de tipo físico (incluido el biológico) y psicológico. 

El Dr. Krause explica: 

«Entre las tantas cosas que nuestras sociedades modernas demandan de sus gobernantes se encuentra extendida aquella que se resume en la frase «igualdad de oportunidades». No obstante, a poco que pensemos sobre ello nos daremos cuenta que la misma, en su sentido literal, es imposible. El conocimiento se encuentra inevitablemente disperso, como también los talentos y capacidades, y así también los recursos. 

Es más, si efectivamente lográramos tener un gobierno que alcanzara dicho objetivo, sería uno en el cual se extinguiría todo vestigio de libertad individual y el respeto por muchos de los derechos que ahora también exigimos que esos gobiernos respeten y garanticen. Tenemos distintas preferencias y nos proponemos alcanzar distintos fines en nuestras vidas y ése es un conocimiento que sería imposible transmitir a un agente tal como el gobierno para que nos lo otorgue. 

La función del gobierno, entonces, no puede ser garantizarnos ciertos resultados particulares a cada uno de nosotros sino generar ciertas condiciones generales en las que tengamos “más” oportunidades para perseguir, y eventualmente alcanzar, cualesquiera que sean nuestros objetivos particulares. Es mantener dicho orden, formado por un marco de normas, tanto formales como informales, que tampoco el gobierno mismo ha generado en su totalidad sino que es el resultado de largos procesos evolutivos.»

«Inclusión social»

En los últimos tiempos se ha puesto de moda otra alocución que se usa en lugar del ya clásico eslogan de la «igualdad de oportunidades», y el que ya se ha convertido en una muletilla de políticos, periodistas y muchas otras personas, que hablan incesantemente de la «inclusión social». Sin embargo, nadie acierta a definir con exactitud a qué se quiere referir con esta novedosa fórmula, lo que no impide, a poco que quien intente explicarla lo haga, descubrir que detrás de esta nueva expresión no encontramos otra cosa que a nuestra antigua conocida «igualdad de oportunidades». Parece ser que esta es una nueva estrategia de «progresistas» y «populistas» para escapar a la necesidad de probar cómo sería posible conseguir aquella utópica «igualdad de oportunidades». No obstante, el punto de estos «modernos» demagogos sigue siendo esta hipotética «igualdad» imposible de obtener. 

La «inclusión» que se pide, es la de los «desfavorecidos» en el círculo de los «favorecidos», y esta declamada «inclusión» sólo podría lograrse mediante el añejo expediente de quitarles a aquellos «favorecidos» lo que les pertenece, y entregárselo a los que no les pertenece (los «desfavorecidos»), con lo que nos volvemos a topar con otro eslogan mas pretérito aun: el de «la justicia social», que ya hemos examinado otras veces. Y si se negara, diciendo que se tratan de «cosas diferentes», ello nos llevaría de retorno al concepto de «igualdad de oportunidades». 

 «La «igualdad de oportunidades» carece de trascendencia en los combates pugilísticos y en los certámenes de belleza, como en cualquier otra esfera en que se plantee competencia, ya sea de índole biológica o social. La inmensa mayoría, en razón a nuestra estructura fisiológica, tenemos vedado el acceso a los honores reservados a los grandes púgiles y a las reinas de la beldad. Son muy pocos quienes en el mercado laboral pueden competir como cantantes de ópera o estrellas de la pantalla. Para la investigación teórica, las mejores oportunidades las tienen los profesores universitarios. Miles de ellos, sin embargo, pasan sin dejar rastro alguno en el mundo de las ideas y de los avances científicos, mientras muchos outsiders suplen con celo y capacidad su desventaja inicial y, mediante magníficos trabajos, logran conquistar fama.»

Casi todos los gobiernos -y no sólo los populistas y progresistas que venimos sufriendo desde hace décadas-, persiguen la utopía igualitaria, y buscan ese mundo plano y chato en el que nadie sobresalga ni destaque sobre su prójimo. Lo que obtienen es la paralización del progreso y del mejoramiento humano, al tiempo que las riquezas y el poder económico se acumulan en manos de una clase política que, habiendo pasado por el poder o permaneciendo en el mismo en cualquiera que sea sus niveles, es cada vez menos igual a aquellas masas de gentes que demagógicamente dicen que quieren «igualar en oportunidades». La única «igualdad de oportunidades» que jamás estarán dispuestos a compartir es la oportunidad de hacerse con el poder absoluto y totalitario con el cual someten a sus gobernados. Prueba de ello, son las demagogias sudamericanas en manos de los Kirchner en Argentina, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y el comunismo chavista venezolano. 

El sistema que brinda mayores oportunidades para todos es el capitalismo, como lo explica el Dr. Mansueti cuando dice de él: 

«No es perfecto, aunque es muy superior a cualquier otro para generar ahorros e inversiones, que llevan a la formación o “acumulación” de capital. Es ideal para los trabajadores, porque la competencia incrementa sus oportunidades de empleo y opciones para escoger entre numerosos empleadores, y la acumulación de capital aumenta su productividad e ingresos reales. Y quienes mejor lo saben son los propios obreros: ellos se trasladan, casi siempre con sacrificios y altos costos, desde sitios donde hay relativamente menos libertades y oportunidades, a destinos donde hay (relativamente) más; y nunca a la inversa.»