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jueves 22 de septiembre de 2005

Imperiosa necesidad de reglas

Las elecciones son una oportunidad inmejorable para renovar la política. Pero no sólo es importante contar con candidatos que puedan encarnar esa renovación, sino también con reglas que los guíen en el ejercicio de su mandato, los obliguen a actuar de manera favorable al bien común y les impongan comportarse con sabiduría y grandeza.

Los argentinos solemos pasar fácilmente de la euforia al pesimismo y de la fascinación al desencanto. El precio de la soja, la sustitución de importaciones, el dólar recontralto, la mayor quita del mundo en la reestructuración de la deuda y las vehementes críticas presidenciales a Rodrigo de Rato nos enfervorizan y hacen creer que “estamos condenados al éxito”. Pero al primer traspié económico caemos en un derrotismo espiritual y nos convencemos de que “este país no tiene remedio”.

Para disipar esta atmósfera ciclotímica, que cae en alternancias de alegrías y tristezas, se requieren gobernantes y políticos que reúnan tres condiciones: claridad de ideas, decisiones acertadas y fuerza de voluntad suficiente para perseverar en el buen camino.

Ahora estamos inmersos en una impúdica contienda electoral, donde las notas distintivas no son las ideas sino las bravuconadas, los gritos destemplados, la falta de respeto a los adversarios y las frases cursis.

Salvo excepciones, los candidatos no se dedican a exponer propuestas inteligentes sino que hablan de llevar adelante un “proyecto” que no es otra cosa más que alcanzar algún cargo electivo para gozar de partidas presupuestarias.

En este clima tan poco serio, no podemos pensar que puedan surgir personalidades dotadas de brillo oratorio, capacidad intelectual, ejemplaridad de vida, condiciones de liderazgo y firmeza de carácter.

Tan pronto como esas personas ideales alcancen el poder se verán rodeadas por personajes mezquinos, sumergidas en instituciones vacías y sometidas a procedimientos administrativos tan absurdos que sus buenas intenciones terminarán estrellándose en el muro infranqueable de las malas prácticas políticas.

Para que desaparezcan nuestra melancolía y mal humor, no sólo son importantes los candidatos sino las reglas a las que ellos se someten. Así como los gobernantes imponen reglas a la actividad económica privada, del mismo modo, para poder confiar en ellos, debiéramos exigirles que expliciten cuáles serán las reglas de la nueva política prometida.

Esas reglas de la política no son programas de gobierno, ni tampoco un patrimonio del centro, la izquierda o la derecha. Básicamente debieran ser normas que permitan establecer previsibilidad en el desempeño de los que nos gobiernan, normas que los obliguen a actuar de manera favorable al bien común y les impongan comportarse con sabiduría y grandeza sin soberbia o desaprensión.

Si los candidatos en danza pretenden que los votemos, tendrían que asegurarnos que van a sancionar y respetar esas nuevas reglas de la política antes de llegar al poder. Después, ya será tarde.

Si reconocemos que la deuda pública ha sido una de las causas de empobrecimiento, dado que el dinero llegó a raudales y desapareció sin dejar rastros, pero el crédito tiene que ser pagado por quienes nada recibieron a cambio ¿por qué no establecer reglas que impidan a los futuros gobernantes contraer nuevas deudas, emitir bonos o firmar avales en beneficio de empresarios sospechosamente aliados con el poder político?

Si tenemos vergüenza porque algunos de los que ocupan cargos electivos tienen un vocabulario deplorable y no saben redactar leyes medianamente inteligibles, ¿por qué no establecer reglas para que puedan elegir y ser elegidos los ciudadanos que tengan un cierto nivel cultural y, sobre todo, que sólo puedan ser electores quienes pagan impuestos para sostener al Estado?

Si los senadores y diputados negocian la sanción de leyes mediante escandalosos sobornos, ¿por qué no establecer reglas que impidan las negociaciones espurias y la proliferación nociva de leyes, obligando a los legisladores a discutir los proyectos legislativos en debates públicos y plenarios sometiéndolos a un chequeo que les impida sancionar lo que les venga en gana?

Si el número de cargos presupuestarios es escandalosamente grande y se afanan por nombrar ñoquis, acomodar a sus familiares, otorgar subsidios y obsequiar pensiones graciables a los amigos, ¿por qué no establecer reglas que impidan estas maniobras?

Si la política partidaria se entromete en la elección de jueces o fiscales y todo se resuelve intercambiando figuritas entre los partidos principales, ¿por qué no establecer reglas que eliminen para siempre la influencia de la política en la designación de jueces?

Si los jueces demoran escandalosamente sus sentencias, se dedican a resguardar los derechos de los delincuentes, desamparan a las víctimas de crueles asaltos, o incrementan sospechosamente sus bienes personales, ¿por qué no establecer una auditoría de las sentencias judiciales y disponer la responsabilidad por mala praxis judicial, afectando solidariamente el patrimonio de los magistrados?

Y así por el estilo podríamos seguir exigiendo que nos expliquen cuáles son las normas a las que ellos van a someterse cuando ya no necesiten nuestro voto para actuar en representación nuestra.

Es posible que quienes ocupan el poder y hacen de la política un medio de vida, nunca jamás procedan a sancionar reglas que signifiquen el fin de sus privilegios. Entonces, ¿por qué no hacemos lo mismo que hace 150 años hizo Juan Bautista Alberdi? Redactemos las reglas de la nueva política y juramentémonos para exigirles que esas reglas comiencen a tener aplicación práctica después de las próximas elecciones. Esto no es algo indiferente, es un empeño donde nos va el futuro nuestro y el de nuestros hijos. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




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