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martes 24 de junio de 2014

Importancia de la educación

Importancia de la educación

Puede decirse que la educación es la que dirige en buena medida la vida de las personas, y que por eso los grandes ideólogos del totalitarismo centraron -más temprano que tarde- su atención sobre ella, ya que comprendieron el poder tremendo que la educación tiene en el proceso de adquisición y consolidación de ideas:…

‘como ha aconsejado el marxista Antonio Gramsci “tomen la cultura y la educación y el resto se dará por añadidura”. No hay sustituto para la trasmisión de ideas. El timón está a disposición de la gente, el asunto es que lo use para navegar por aguas tranquilas y no se deje engatusar por polizontes que apuntan al naufragio’[1]

Es por eso que los estatistas siempre han defendido el control de la educación en manos del estado-nación, y lo han hecho tergiversando el lenguaje y llamando a la educación estatal educación «pública» para diferenciarla ex profeso de la educación privada. Tal artilugio del lenguaje es falaz, habida cuenta que toda educación, sea estatal o privada es pública, ya que se orienta precisamente a educar al público, lo que también sucede en el ámbito privado, dado que los establecimientos educativos privados se abren con el propósito de ofrecer el servicio de educación al público, de donde lo correcto sea diferenciar la educación «estatal» de la educación «privada». Paradójicamente, los hechos demuestran que la educación estatal termina siendo siempre menos pública que la privada, en virtud que el sistema estatal educativo restringe el acceso de la mayoría de las personas que desean y que están en condiciones de educarse.

Que los gobiernos permitan registrar bajo títulos privados a personas que desean impartir cursos de todos los niveles, no significa necesariamente que el sistema educativo opere bajo la órbita de «lo privado», ya que son otros los factores que han de considerarse en el análisis de este aspecto:

«En realidad, tanto los nazis como los fascistas, al permitir el registro de la propiedad de jure pero manejada de facto por el gobierno, lanzan un poderoso anzuelo para penetrar de contrabando y más profundamente con el colectivismo respecto del marxismo que, abiertamente, no permite la propiedad, ni siquiera nominalmente. Si miramos con alguna atención a nuestro mundo de hoy comprobaremos el éxito del nacionalsocialismo y del fascismo, que sin necesidad de cámaras de gas ni de campos de concentración avanzan a pasos agigantados sobre áreas clave que sólo son privadas en los papeles (en verdad, privadas de toda independencia) como la educación, las relaciones laborales, los bancos, los transportes, los medios de comunicación, el sector externo, la moneda y tantos otros campos vitales.»[2]

 Es decir, el estatismo opera en diferentes ámbitos de manera infiltrada, mediante mecanismos que no son percibidos en forma abierta por el gran público, o que tienden a ser vistos de manera tergiversada, en virtud justamente de la manera en que el estatismo se cuela en campos que la opinión pública (por la deformación educativa inculcada en la escuela de las que venimos hablando) entiende como propios de los ámbitos privados. El éxito de las ideologías fascista y nazi que se propagan en nuestros centros educativos radica necesariamente en el hecho de que no son presentadas como tales. Inclusive muchos profesores tampoco son conscientes de ello, por haber recibido en su hora una educación de índole similar, ya que el fenómeno que venimos señalando no es -por cierto- nuevo, sino que lleva ya bastante tiempo. Se trata de un avance sutil, quizás lento, pero sumamente efectivo.

No han sido pocos los estatistas que asumen que el estado-nación tiene a su cargo el sumo de la perfección moral, y que de ese modo es su obligación impartirlo a todos sin distinción, para lo cual la herramienta indicada para ello es, nada menos y nada más, que el control de la educación en todas las instancias. Pero como bien se ha dicho:

«El Estado no puede, como tal, mandar el sumo bien ni la perfección moral, pues la promoción del perfeccionamiento moral de los individuos es, más bien, tarea de otras instancias, como la educación moral en el seno de la familia y, luego, en las comunidades de intereses que los diferentes grupos de ciudadanos constituyen a tales efectos»[3]

Agudamente L. v. Mises señala los peligros de la educación estatal, a la que él llama «pública», en estos términos:

«En aquellos países donde no existe diversidad lingüística, la enseñanza pública da buenos frutos cuando trata de enseñar a las gentes a leer y a escribir y a dominar las cuatro reglas aritméticas. Cabe agregar, para los alumnos más despiertos, nociones elementales de geometría, ciencias naturales y legislación patria. En cuanto se pretende seguir avanzando surgen, sin embargo, mayores dificultades. La enseñanza primaria fácilmente deriva hacia la indoctrinación política. No es posible exponer a un adolescente todos los aspectos de un problema para que él después despeje la solución correcta. No menos arduo es el encontrar maestros dispuestos a imparcialmente exponer doctrinas contrarias a lo que ellos piensan. El partido en el poder controla siempre la instrucción pública y puede, a través de ella, propagar sus propios idearios y criticar los contrarios. Los liberales decimonónicos, en la esfera de la educación religiosa, resolvieron el problema mediante la separación de la iglesia y el estado. Se dejó de enseñar religión en las escuelas públicas. Los padres, sin embargo, gozaban de plena libertad para, si así lo deseaban, enviar a sus hijos a colegios confesionales al cuidado de las correspondientes comunidades religiosas.»[4]

Estas palabras cobran especial actualidad en los tiempos que corren, donde la problemática descripta se mantiene plenamente vigente.


[1] Alberto Benegas Lynch (h) «El timón está en la gente». Publicado en Diario de América, New York.

 

[2] Alberto Benegas Lynch (h) «Izquierdas y Derechas Parientes». Publicado por el diario La Nación de Buenos Aires

 

[3] Alejandro G. Vigo. «KANT: LIBERAL Y ANTI-RELATIVISTA». Estudios Públicos, 93 (verano 2004). Pág. 17

 

[4] Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. pág. 1263-1264

Fuente: www.accionhumana.com