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jueves 11 de junio de 2009

Intereses y principios

Cuando los primeros dominan a los segundos, al poco tiempo también sucumben. Así lo viven los empresarios argentinos que por perseguir el lucro resignaron libertad y hoy no tienen ni lo uno ni lo otro.

Estamos a dos semanas de las elecciones para la renovación de legisladores nacionales y provinciales y también de concejales municipales. Dada la extravagante personalidad del cónyuge presidencial, estas elecciones adquieren una perspectiva crucial.

Pero causa tristeza y angustia moral contemplar cómo la Argentina va penetrando en un cono de sombras y el perfil de gran país –que hace un siglo soñamos ser- se va diluyendo como el terrón de azúcar en un vaso de agua.

En estos seis últimos años hemos perdido toda relevancia mundial, salvo la de ir a remolque del sátrapa caribeño y bolivariano que ha inventado el despotismo no-ilustrado del siglo XXI. Ahora la oscuridad moral es tan intensa que tampoco alcanzamos a distinguir algún destello de grandeza interior.

Los que desde el oficialismo para la victoria, participan del espectáculo electoral se dedican a la agresión, lanzan falsas acusaciones que confunden a los simples de espíritu, incitan al odio y la envidia, fomentan el resentimiento, utilizan argumentos arteros y ponen zancadillas para echar por tierra a sus adversarios. Son jugadores sucios y malos perdedores.

Aparte de las frivolidades de varietés que nos muestran los programas televisivos, aquellos que pretenden conseguir nuestro voto actúan como marionetas de un gran guiñol, son incapaces de exponer una sola idea atractiva, no consiguen articular ningún razonamiento meditado, no saben darnos una explicación coherente sobre el curso de los acontecimientos y no están en condiciones de apelar a las grandes motivaciones que llevan a los pueblos a entusiasmarse y encarar enormes o pequeñas epopeyas.

Estamos inmersos en el reino de la mediocridad y la chabacanería. Por su parte, el gobierno de la pareja presidencial parece haber adoptado la mentira sistemática como medio para crear una imagen de lo que no somos.

Sin embargo, para un observador imparcial es aún más degradante el espectáculo de la sumisión de gobernadores, ministros, legisladores, empresarios y dirigentes sindicales ante individuos vulgares que viven obsesionados por acumular poder para satisfacer sus antojos.

En estos días hemos llegado al colmo de manipular soezmente a los jueces –y éstos parecen prestarse a ello- con juicios amañados para desacreditar la buena fama del prójimo, tratando de ganar algunos votos.

Dentro de este panorama que soportamos impávidamente, podríamos esperar el ejemplo de algunas fuerzas influyentes. Los hombres de ciencia, los dignatarios religiosos, los dirigentes empresarios, los intelectuales y grandes comunicadores, forman ese núcleo social que la antigüedad denominaba “profetas” y que ahora son llamados “líderes de opinión”.

Porque sus voces apasionadas y desinteresadas expresan la sabiduría que penetra profundamente en nuestras conciencias y nos sirve para rectificar rumbos erróneos, prepararnos para la conversión y recuperar la dignidad perdida.

Sin embargo esas fuerzas influyentes hoy están inactivas. Salvo excepciones, que se destacan precisamente por su escaso número, los representantes de las iglesias callan, los intelectuales se esconden, los hombres de ciencia están temerosos de perder sus módicos subsidios, los empresarios enmudecen mientras ganan dinero y los comunicadores esperan el salario oficial. Muchos de ellos se han aliado demasiado con el gobierno y sin darse cuenta traicionan su independencia de criterio, que es fundamental para proteger el equilibrio del poder y la armonía social, poniendo límites a la prepotencia de la mayoría.

Sólo nos queda una vía para salvar nuestra seguridad, nuestra libertad política y económica y nuestro estilo de vida desarrollado desde la independencia, dentro de la tradición cristiana y la visión humana del mundo. Ese único camino es la firme decisión de hablar, de no someterse y de poner los principios por encima de nuestros intereses. En este camino también está la conexión con aquellos pueblos y países que tienen nuestras mismas ideas y creencias sobre el Estado, la sociedad, la persona, la libertad y la propiedad.

Pero cuando los intereses dominan a los principios elementales de la dignidad humana, al poco tiempo también sucumben. En el caso de los empresarios esos intereses se traducen por la expresión común y corriente de perseguir el propósito de lucro.

Los intereses necesitan de prudencia y sagacidad para ser administrados, pero los principios requieren de valor y coraje para ser defendidos. Los principios no deben ser traicionados por intereses, ni ocultados por falso respeto humano. Servir a nuestros principios es la forma más altruista de defender nuestros intereses. Porque más allá de cualquier conveniencia circunstancial está la razón de ser de nuestra pervivencia, el motor que ha hecho que Argentina sobreviva con rotundas instituciones sociales por 200 años.

Esas dos instituciones fundamentales, precisamente son las que están siendo objeto de demolición sistemática por gobernantes extraviados. Son la familia y la empresa privada, células esenciales de la sociedad y de la economía.

José de San Martín, el padre de la patria denigrado hoy por algunos amanuenses de la historia, expresó claramente estas ideas cuando nos dijo: “Serás lo que debas ser, o no serás nada”

Entonces ha llegado el momento que los empresarios industriales y comerciantes sean lo que deban ser, pierdan su temor, afronten las adversidades, se jueguen por los valores y defiendan sus principios.

Los principios son simples y elementales, pero deben ser proclamados y exigidos ante los gobernantes bolivarianos o kirchnerianos, sin pudor ni cálculo pero con osadía.

Son los siguientes:

1. Repudiar la corrupción derivada de funcionarios políticos que exigen la entrega de comisiones por otorgar compensaciones o subsidios, conceder contratos de suministros al Estado o adjudicar obras públicas.

2. Exigir respeto al principio de subsidiariedad por el cual el Gobierno no tiene ningún derecho a apropiarse de la dirección o ejecución de actividades que las personas y las pequeñas comunidades sean capaces y estén dispuestas a hacer.

3. Defender la propiedad privada que es el derecho del propietario a disponer libremente de las cosas propias, el derecho a sus frutos sin expoliación fiscal y el derecho a explotarla en interés personal respetando el bien común.

4. Reclamar el derecho de libre empresa, sin intervenciones ni regulaciones abusivas del Estado, porque el ejercicio de la función del emprendedor es hoy un factor decisivo de la producción así como en otros tiempos fue la tierra y luego el capital entendido como conjunto masivo de maquinarias.

5. Reivindicar la libertad para elegir, que consiste en reconocer el derecho humano fundamental de tener un proyecto individual de vida honesta, seleccionar los medios adecuados para alcanzarlo y comprometerse mediante contratos para cumplirlo.

6. Requerir la libre competencia como principio ordenador de la economía, para que sea garantía de una organización de los mercados que permita el desarrollo de la concurrencia leal, consistente en la libertad de oferta y demanda impidiendo las maniobras y coaliciones que intentan aplastar a los más pequeños.

Es hora de que los empresarios dejen de ocultarse y saquen la cara, que defiendan los principios que les permiten lograr ganancias legítimas, que abandonen la sumisión abyecta a proyectos de hegemonía política, que resistan noblemente a cualquier intento de sometimiento y que sólo admitan el vasallaje ante la verdad, porque sólo la verdad los hará libres. Será su deber, que toda la sociedad les estará exigiendo. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio I. Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad.

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