Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

jueves 5 de agosto de 2004

José María Poirier-Lalanne: “Sin inversión en educación, como país no tenemos futuro”

El director de la revista mensual Criterio habla del problema cultural de los argentinos y desglosa el término “cultura” en sus múltiples facetas. Además, hace una evaluación del deterioro de las instituciones en el país y pone en relieve ciertas cuestiones básicas a las que la Argentina debería apostar para salir de la crisis.

– ¿Los argentinos tenemos un problema cultural o el problema es otro?

– Es así. Efectivamente, hay un problema cultural pendiente.

– En la palabra “cultural” entran tantas cosas… ¿Usted podría desglosar un poco qué elementos incluye este problema cultural de los argentinos?

– Es cierto. La palabra es tan amplia que necesita algunas precisiones.
Si por cultura se entiende educación –que de hecho es uno de sus aspectos- eso es todo un tema. El crecimiento social, económico y cultural del país se logró detrás de un proyecto que tuvo a la escuela en un lugar de privilegio. En ese momento, había que unir proveniencias diversas, poblar un territorio…

– ¿Se está refiriendo a fines del siglo XVIII, principios del siglo XIX?

– Claro. Ese es el gran proyecto de la generación del ’80. Es decir, soñar un país y después realizarlo. A partir de un territorio, soñar una nación y concretarla. Esa nación necesitaba trabajo, riqueza y cultura. En otras palabras, precisaba símbolos, identidades comunes y lugares de encuentro.
En ese sentido, si por cultura queremos detenernos en la cuestión de la educación, ese es un tema clave en nuestra historia.
Y si fue un punto clave para constituir, a fines del siglo XIX, un país repleto de promesas, hoy debería darse por descontado que la educación tiene que ser un asunto central. Porque en esta época no se puede más ir a cargar bolsas al puerto. Hoy, la exigencia es mayor. Lo que antes significaba la escuela primaria, en la actualidad ya queda chico. O sea, el proyecto del ’80 quería garantizar un país que no tuviera analfabetos, en el que todos tuvieran acceso a la lectura. Hoy, en la teoría, ese piso es mucho más alto porque todos sabemos que no alcanza con eso sólo. Sin embargo, paradójicamente, estamos en niveles más bajos que entonces. Estamos hipotecando el futuro. Ese es un gran problema argentino. Porque la deserción escolar es altísima, porque la escuela está muy mal encarada, porque ha habido directivas políticas que impidieron que la escuela cumpliera.
Ése es entonces, uno de los aspectos. Sin inversión en educación, como país no tenemos futuro.

– ¿Qué otras aristas tiene el problema de la cultura?

– Si tenemos una visión más antropológica y por cultura entendemos “una manera de entendernos y convivir”, cada región o cada país tiene una cultura particular. Es el sentido de cuando decimos la “cultura alemana” o la “cultura anglosajona”.

– ¿Serían los valores compartidos de cada lugar?

– Valores y contratos que se respetan y se comparten y que, por tanto, constituyen el modus vivendi de cada grupo humano. No hay civilización posible sin esos elementos.
En ese sentido, la cultura que los argentinos deberíamos compartir es una cultura democrática, una cultura de respeto, una cultura de obligaciones y de trabajo. Es decir, de todo eso que entró en crisis hace años y que, entonces, forma parte de una cuenta pendiente, también.

– ¿Una educación en decadencia y la pérdida de algunos valores serían los aspectos desde los cuales se puede analizar el problema cultural argentino?

– No solamente, hay muchos más. Por ejemplo, si por cultura entendemos estar un paso más allá en lo que significa la investigación, el desarrollo tecnológico y todos los saberes o ciencias, ésa es una apuesta fundamental de un país y fue lo que transformó lugares como Irlanda. Es decir, un acuerdo político con una clara indicación de decir: “señores, a nosotros nos interesa la tecnología en este sentido, para crear trabajo”.
Yo me llevé una sorpresa en un viaje a Dublín, hace 3 o 4 años, al encontrarme con uno de los países europeos que más puestos de trabajo ofrecía. Uno iba a tomar un café y la chica que atendía era una joven española o italiana que había terminado la universidad.

– Irlanda estaba, hace 20 años, en una situación peor que la de Argentina y hoy tiene un ingreso per cápita mayor que el de Inglaterra. Lograron una modificación fenomenal del país. Pero eso no es casualidad.

– No, por supuesto.

– ¿Cómo se hace en una sociedad donde los valores compartidos de los que usted hablaba están totalmente revertidos? ¿Cómo se hace para que en este país un chico piense “si yo trabajo y estudio voy a progresar” o un empresario diga “si yo invierto y compito, tengo chances de hacer crecer a mi empresa”?

– Ese es un desafío político enorme. Creo que es ahí donde aparece la crisis. La crisis es el desgaste de algo que no funciona y ante lo cual o se cambia o se muere. La crisis tiene siempre dos caras. Me puede despertar de un letargo y avisarme como un semáforo que debo cambiar el rumbo o puede ser antesala de mi desaparición y mi derrumbe.
Nosotros estamos en una situación en la cual desde distintos puntos de la sociedad -desde las organizaciones no gubernamentales, desde el Estado, desde las empresas, desde los medios de comunicación- hay que sincerarnos e intentar rearmar la estructura social. Porque debería estar claro que el pensamiento correcto es que si yo trabajo me puede ir bien o por ahí me puede ir mal, pero que si yo no trabajo, seguro me va a ir mal. Nuestros razonamientos deberían ser: “no hay posibilidad de crecimiento si no es a través del trabajo”, “no hay posibilidad de progreso si no es a través del estudio”, “no hay posibilidad de avanzar si no es a través de la solidaridad social y los contratos cumplidos”. No hay otro camino. De lo contrario, sólo nos queda dejarle todo al Estado -que no va a poder suplir todo esto- o el “sálvese quien pueda”, que significa la desintegración de una sociedad y que, de hecho, es la amenaza más grande que nos rozó y nos roza a los argentinos. Un país con muchas promesas que se acerca a una implosión, a una destrucción interna.

– ¿Hay salida?

– Hay chances de cambiar este destino. En la historia nada sucede inevitablemente ni deja de suceder. Es decir, no se puede saber qué es lo que pasará. Ahora, también se sabe que si yo no proyecto, que si yo no me muevo, seguro me va a ir mal.
Me parece que el primer paso es una alianza social, un pacto de ánimo social. ¿Nos reconocemos usted y yo como argentinos? ¿Nos reconocemos como argentinos entre los que pensamos distinto? Y a partir de ese reconocimiento del otro, trabajar sobre la verdad. No hay mucho más que eso. Entender que no hay riqueza sin trabajo, sin esfuerzo. Por eso yo sostengo que es el tema institucional el que está en juego. © www.economiaparatodos.com.ar




Se autoriza la reproducción y difusión de todos los artículos siempre y cuando se cite la fuente de los mismos: Economía Para Todos (www.economiaparatodos.com.ar)