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jueves 6 de abril de 2006

La arrogancia de los políticos

El presidente y su equipo de gobierno parecieran creer que, a fuerza de vulgaridades y amenazas, los operadores económicos van a ahorrar, invertir y hacer todo lo que ellos quieran. Olvidan u omiten, además, que la causa de la inflación es la emisión de dinero que realiza el Banco Central.

Parece realmente increíble, pero en materia económica el gobierno nacional se está comportando con la misma crasa ignorancia que los saqueadores de supermercados de hace unos años. Estos facinerosos robaban la mercadería, incluyendo balanzas y cortadoras de fiambres, pero regresaban al día siguiente para volver a saquear el local devastado. Al no encontrar nada quedaban desconcertados porque no entendían que después del pillaje alguien no se hubiese preocupado por volver a llenar las góndolas que ellos habían asolado.

Lo mismo, exactamente, sucede con las arengas confrontativas que el presidente lanza a diario contra cambiantes enemigos que nunca terminan de corporizarse. Algunas veces son la oligarquía vacuna o las corporaciones vetustas y otras veces los intereses mafiosos, los enemigos del pueblo, personajes innombrables, los especuladores de siempre, periodistas a sueldo de intereses foráneos, insensibles supermercadistas o abastecedores avaros y miserables.

Es decir que siempre aparecen inasibles “entes de razón” a los cuales se echa la culpa de todo lo que pasa.

Los políticos parecieran creer que a fuerza de vulgaridades y amenazas los operadores económicos van a ahorrar, invertir y hacer todo lo que el gobierno desee, que es como llenar las góndolas después del saqueo.

En realidad, lo que está sucediendo por debajo de la superficie es un proceso subterráneo tremendamente nocivo que se denomina “inflación reprimida”.

Este fenómeno surge cuando los gobernantes no comprenden que si en la producción de bienes materiales su función más importante es impulsar el crecimiento, en la producción de dinero, por lo contrario, lo más importante es ponerle un freno.

Porque si no tienen la menor intención de limitar la creación de moneda, tanto sea para financiar obras públicas, como para otorgar subsidios o mantener artificialmente elevado el valor del dólar, entonces les sucederá que la cantidad de dinero influirá decisivamente en la caída de su poder adquisitivo.

En la relación entre la cantidad de dinero y la cantidad de bienes que con él se intercambian está el principal motivo que determina el valor de la moneda. Precisamente, la mayor cantidad de dinero que las propias decisiones presidenciales impulsan es la causa eficiente de la inflación que le atemoriza.

Luego, no debiera contenerla con alegatos iracundos, ni con amenazas o medidas completamente irracionales como querer doblegar los mercados, impedir la oferta de terneros o prohibir el ejercicio lícito del comercio de exportación de carnes.

Cuando impulsa estos despropósitos, el propio presidente no se da cuenta de que está provocando la disparada de los precios en los artículos sustitutos, fenómeno que la economía analiza con el nombre de “oferta rival”.

Si el presidente decide eliminar la demanda de carne, el precio del pescado, de las aves de corral y los porcinos subirá con la rapidez del relámpago y le complicarán el panorama que quiere domeñar.

La acción de los políticos no debe ser arrogante, es decir engreída de su propio poder. Porque comienzan a cometer el error fatal de pretender mantener rígidamente controlado el índice de precios confundiéndolo con la inflación.

Entonces, convierten la inflación abierta que ellos provocan en una inflación reprimida, manteniendo presión política a través de acuerdos de precios que se violan por izquierda, de la contención de los aumentos de salarios y de la obsesiva idea de no permitir que el tipo de cambio sea regulado espontáneamente por el mercado.

Así recorren el camino de una economía coercitiva que empieza regulando precios y salarios y termina abarcándolo todo: control de divisas, racionamiento, inmovilización de la producción, regulación del consumo, prohibición de exportaciones, fiscalización del capital, obligación de invertir y miles de medidas destinadas a impedir el libre empleo del dinero adicional que el propio Banco Central está creando por orden presidencial.

La economía coercitiva, como la que implica la inflación reprimida, sólo es posible de mantener con un poderoso aparato policial represivo, lo cual es un contrasentido total con la orientación política que el gobierno declama diariamente.

Si promueve la inflación y luego quiere prohibirla, se mete en camisas de once varas, porque va a tener que sustituir la influencia ordenadora de los precios y de los tipos de cambio por el conocido sistema de la economía de escasez que reina en épocas de guerra, consistente en la fijación de precios oficiales y la utilización de la cartilla de racionamiento otorgada a cada habitante por un gobierno que se muestra impotente de estimular la iniciativa privada.

La inflación reprimida provoca inexorablemente la desintegración de la economía porque produce estos dos efectos maléficos:
1º) impide el ajuste de los precios relativos, es decir que cambia la distribución del dinero entre diversos sectores de la cadena productiva, lo que altera todos los planes económicos de las empresas y desalienta la producción.
2º) crea expectativas de ulteriores subas de precios, lo que estimula el acaparamiento y la especulación para cubrirse de esas futuras alzas.

La distorsión de esos valores, la coexistencia de precios oficiales con precios en negro y el antagonismo entre los operadores del mercado con los funcionarios del gobierno que luchan por mantener su poder político, conducen finalmente a una situación caótica en la que falta prácticamente toda clase de orden: tanto el de la economía de mercado como el de una economía socialista de planificación centralizada.

La inflación reprimida es peor y más perniciosa que la inflación abierta, porque esta última permite ajustes cotidianos hasta que cesa la emisión espuria de dinero.

En cambio, el camino de la inflación reprimida termina en el caos económico, la paralización de las inversiones, el descontento popular y el descrédito total del gobierno o su pretensión de seguir ostentando la fachada de democrático.

Si el presidente de la República no detiene a tiempo la inflación reprimida, ella desarrollará fuerzas tan poderosas que provocarán la disolución de la vida económica y del propio Estado. Esperemos que, a pesar de sus rabietas, sepa entenderlo. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




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