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jueves 4 de junio de 2015

La delgada línea que separa al cómplice del bienintencionado

La delgada línea que separa al cómplice del bienintencionado

Después de algunas semanas poniendo el énfasis en la responsabilidad y en el rol de la sociedad frente a una dirigencia que no le proporciona soluciones de ningún tipo, centrémonos en los políticos propiamente dichos. Adentrarse en las internas dentro de las mismas fuerzas, implica apañar un juego bastante siniestro por cierto. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de operación mediática y/o política? 

El límite es difuso: de la ofensa e insulto se pasa en décimas de segundo al abrazo y el beso si eso suma en los sondeos. No hay amor propio aún cuando, en apariencia, parece haberlo y en exceso. Se confunde todo: la imagen con la impostura, la oportunidad con la conveniencia, la política con el marketing, la idea con el tema, la ciudadanía con la clientela. 

Así desvirtuado el panorama, la confusión reina. Y esa es quizás la meta. Sumidos todos en una nebulosa, es fácil establecer cualquier candidatura. La acción psicológica legítima hasta el menos apto de los candidatos. En materia proselitista, el libre mercado debería ser admitido hasta por la izquierda más vernácula. Pero claro, a esa mismísima libertad es a la que coartan apenas empieza la campaña.

En ese sentido, el proselitismo es similar a un supermercado donde, según midan en las encuestas, los aspirantes a un cargo se ubican en la góndola que más registra el ojo del electorado. Así, Daniel Scioli puede ocupar el principal escaparate. Ese hecho dice mucho y no dice nada al mismo tiempo.

Dice o diría mucho, si hubiese certeza de la fiabilidad de los estudios de opinión pública. Pero en Argentina contemporánea, hasta el rigor científico de las estadísticas se devaluó y pasó a ser un producto de consumo consumado. Los porcentajes suben o bajan según quien pague claro. Esto se debe no solo a la irrupción de consultoras poco serias, sino también a un factor que ha sido generador de un sinfín de males: el miedo a expresarse, y el consecuente camino a ser “políticamente correctos”. 

Por el afán de cumplir con ello y evitar represalias, la gente tiende a responder aquello que menos conflicto pueda acarrearle, en lugar de sincerarse. Ese ha sido uno de los primeros “éxitos” (valgan las comillas) del gobierno. “Hay que tenerle miedo a Dios y a mí un poquitito“, dijo la Presidente. No fueron palabras improvisadas, todo lo contrario. Lo triste es que parece haberlo logrado. 

Una digresión: En estos días se ha visto un sinfín de proclamas basadas en un slogan políticamente correcto, “Ni una menos” que, en realidad, hacen hincapié en la legalización del aborto. Bastante contradictorio por cierto. Bajo el pretexto de apoyar algo que resulta lógico, existen también oscuros intereses. Lamentablemente, muchos no notan nada de eso.  

A su vez, hay legisladores sacándose la foto con el cartelito de promoción como si fuesen totalmente ajenos al hecho. Van a marchar a una plaza para reclamar lo que ellos mismos no hacen en el recinto. Marchar otorga crédito popular y es “políticamente correcto”, sentarse en sus bancas a legislar (para lo cual se les paga un sueldo) no parece redituar y puede incluso enfrentarlos a la sociedad. Y es año electoral…

Como frutilla del postre, termina siendo la Presidente Cristina Kirchner quién toma la posta y se hace eco de esto. Por mi parte, la violencia que repelo no hace diferencia de edad ni mucho menos de género. 

Asimismo, resulta paradójico que en un país donde no hay estadísticas para saber la cantidad de pobres, de indigentes o de enfermos haya sí estadísticas que indiquen cuántas mujeres mueren por día como consecuencia de actos violentos. 

Eso sí, no pretendan conocer los datos de incremento de delitos y homicidios en “entraderas”, “salideras”, arrebatos, balaceras, secuestros, etc., porque no hay gestión nacional, provincial, ni municipal capaz de ofrecerlas. ¿Cuánto interesa la delincuencia más allá del sexo de la víctima? Silencio.

El nivel de hipocresía es digno del libro Guinness de récords. Quien sabe, esta tarde de miércoles, alguien se tope en la marcha con personajes de la índole del renunciado juez Horacio Piombo, Benjamin Sal Llargués, y tantos otros…

Regresando a las cuestiones proselitistas, lo que acontece no abandona tampoco las premisas fabricadas por aparatos de difusión, y esconden proclamas tanto o más turbias. Cualquiera puede escuchar a Sergio Massa ofrecer soluciones a los males que sembró el kirchnerismo sin considerar datos que no emergen precisamente de encuestas o sondeos contratados sino de la realidad sin dobleces.

Veamos: de 143 meses que lleva la gestión Kirchner, el titular del Frente Renovador, ha estado 121 trabajando en ella sin “darse cuenta” que las cosas no se estaban haciendo bien. Recién lo notó cuando encontró la oportunidad de ser un competidor. Es complejo creer en los políticos cuando no puede vérseles siquiera la fecha de vencimiento.

Sin acaso vencen pronto, mañana puede hallárselos del otro lado del escritorio, y el pasado se anula para ellos. Se queman los archivos. Ese pasado que en Argentina, los kirchneristas pretenden mantener vigente moldeándolo a conveniencia, no es apto cuando se trata de analizar a sus candidatos. Parece haber una historia oficial y otra historia blue o paralela. De ser así, la pregunta del millón apunta a desentrañar: ¿Cuál cotiza más en la ciudadanía?

Finalmente, donde el cinismo es un ingrediente cotidiano que se ha naturalizado tanto como el horror o el espanto, es muy difícil prever quién es realmente el candidato con mayor intención de voto. Hay muchas cortinas de humo y poca seriedad que facilite ver con claridad. 

El análisis político debe atender el presente e intentar lo imposible: proyectar el país, independientemente de quién se alce con el triunfo en octubre próximo. Las diferencias pueden ser sustanciales desde ya, pero también es verdad que no hay modo de garantizar nada cuando nadie es lo que dice ser, cuando las máscaras y el maquillaje convierten a los candidatos en bufones del rey (de la reina en este caso)

Muy probablemente, para Cristina, Daniel Scioli sea el Néstor Kirchner del Eduardo Duhalde de ayer. El jeque que manejaba el conurbano cuando el sureño fue electo, creía que obraría acorde a sus órdenes. A los pocos meses, el matrimonio Kirchner lo llamaba “el padrino”. ¿Por qué Scioli no podría obrar del mismo modo? 

Si acaso el gobernador bonaerense ha sido un súbdito hasta hoy es porque su ley es la del fin que justifica los medios. Lo que le importa al ex motonauta es llegar a vestir la banda y el cetro. Si en todo este tiempo no ha logrado gestión para mostrar sus éxitos, ¿por qué la tendría el año próximo? De llegar a la presidencia, Scioli lo haría sin saber qué hacer, ni siquiera si dejará que sea Cristina quien le maneje el poder. 

En la década de los funcionarios que sistematizaron la mentira, ¿quién puede creer en promesas proselitistas? Hoy Daniel Scioli es Cristina, como ayer Néstor Kirchner era Duhalde. Ese es el punto de partida en base al cual hay que votar. Lo que sigue es monopolio del enigma. De todos modos, estar viviendo como rehenes de quienes no tienen escrúpulos para cambiar en décimas de segundos de camiseta, es una rifa de la dignidad misma. 

Ahora bien, ¿esa rifa es por desinterés o por estrategia? Es posible que la gente no demande plataformas electorales precisas porque sabe que le dirán una mentira. Si así fuera, la sociedad estaría mostrando un síntoma de madurez, pero también un asunto a contemplar urgentemente. Y es que si no se retoma la credibilidad, Argentina seguirá con un destino de incertidumbre y misterio permamente más allá de quien sea Presidente.

Hoy se compran versiones prefabricadas porque de lo contrario, la anarquía en que vivimos terminaría en una suerte de guerra civil, y el triunfo sería del más fuerte y no del mejor o del más bueno. Por eso, cuando se plantea el suicidio del fiscal Alberto Nisman por ejemplo, puede que haya un silencio colectivo que no resulte muy digno. Pero de ahí a pensar que toda la sociedad compra la palabra oficial hay un abismo.

El silencio muchas veces es complicidad pero otras tantas es una espera de la oportunidad. Esa oportunidad es la que se nos ofrece en los próximos comicios. Allí votaremos no sólo a quien tripule un barco hundido sino también y por sobre todo, elegiremos si somos cautos que rifamos la dignidad en pro de rescatarla luego, o si somos cómplices que merecemos todo esto.