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jueves 12 de octubre de 2006

La dirección del proceso económico

Cuando el poder político se empeña en fijar los precios que considera adecuados para cada bien o servicio, la economía pierde toda señal confiable y se produce una involución gradual de todo el sistema económico.

El debate acerca del proceso económico se puede iniciar matizándolo con palabras cargadas de preconceptos, como las que suelen emplear los políticos demagógicos y los diletantes de la sociología.

Así, podemos enfocar la actividad económica cotidiana adoptando una concepción ideológica del mundo y desplegando un discurso en el que se utilicen grandes palabras como “capitalismo”, “socialismo”, “keynesianismo”, “neoliberalismo” o “progresismo”.

Sin embargo, éste es un callejón sin salida, porque esas grandes palabras sirven para rellenar discursos huecos, pero son lo que son: meras figuras retóricas que permiten disfrazar la realidad para conformar los deseos de aquellos espíritus simples que no se dan cuenta de lo que está pasando.

En cambio, si abandonamos la retórica sociologista y soslayamos esos preconceptos de nuestra mente, podremos ver las cosas tal como realmente son. Comenzaríamos a contemplar los hechos de la vida cotidiana desprovistos del ropaje ideológico y aparecerían los problemas concretos y esenciales.

La misteriosa coordinación

Millones de habitantes en nuestro país se levantan todos los días y se dirigen hacia sus ocupaciones habituales. Unos concurren a sus trabajos en distintas plantas industriales; otros van a las oficinas y locales comerciales; algunos se dirigen al campo para controlar los rodeos o preparar la tierra para la próxima cosecha; miles de jóvenes se trasladan a sus colegios, escuelas y facultades; y aquellos que tienen alguna enfermedad concurren a hospitales, clínicas y sanatorios para la consulta médica que les permita recuperar la salud.

Allí, en cada lugar, todos ellos encuentran –misteriosamente y sin darse cuenta– que las cosas están en su sitio, que si bajan la palanca aparece la energía eléctrica para mover las máquinas, que disponen de los insumos necesarios para continuar la producción de bienes, que las frutas de estación y las verduras frescas están prolijamente presentadas en las verdulerías, que las carnes y los alimentos procesados están ubicados en las góndolas y estanterías de los supermercados, que las máquinas-herramientas están bien mantenidas, que enormes camiones cargan productos para llevarlos a los puertos de embarque, que los buques exportan mercancías hacia otros países, que las grúas portuarias descargan contenedores sobre vagones ferroviarios con millones de productos que van a necesitar las empresas industriales para proseguir su proceso productivo.

Ello sucede incesantemente –día tras día– sin que aparentemente nadie esté dando órdenes para que la coordinación de esas actividades se haga sin interferencias ni obstáculos que paralicen el proceso económico.

Quién dirige este proceso

¿Cómo se consigue que el proceso económico cotidiano fluya tan libremente de manera tal que permita producir lo que se va a demandar, ofrecer lo que se va a buscar y vender lo que cada uno necesitará? ¿Quién dirige los medios de producción de manera tan correcta y precisa para que, puntualmente, aparezcan en cada lugar del país y en cada local comercial todas aquellas cosas que necesitamos en la calidad y cantidad buscadas?

La historia de la humanidad nos enseña que, en una economía donde exista una extensa división del trabajo, sólo hay dos maneras de conseguir esta maravillosa coordinación:
1º) mediante las órdenes dictatoriales de un comisario político a quien se encomienda la imposible tarea de combinar miles de circunstancias de tiempo, modo y lugar, haciendo y deshaciendo a su gusto,
2º) a través del sistema de precios libres, siempre que ellos representen las condiciones de escasez, para que cada uno, en su puesto de trabajo, pueda integrar su actividad y coordinar su plan individual con otros millones de planes simultáneos o sucesivos llevados a cabo gracias a ese dato esencial del precio.

La complejidad creciente del mundo actual

La dirección del proceso económico en el mundo actual es tanto más complicada porque tiene un carácter dinámico y se van produciendo permanentes cambios y alteraciones en los datos fundamentales.

Todos los días aparecen nuevas informaciones: nacimientos, defunciones, enfermedades, sequías, huelgas y bloqueos provocados por sindicatos, prohibiciones y obstáculos creados por el gobierno, innovaciones generadas por la tecnología, nuevos emprendimientos que dejan obsoletas las anteriores instalaciones. Sin embargo, a pesar de estas modificaciones, la economía responde adaptándose constantemente.

¿Cómo se puede lograr la dirección de este proceso productivo tan dinámico, variado y cambiante sin que existan procedimientos burocráticos que lo regulen, ni interminables planillas repletas de ridículos datos y, muchos menos, sin controladores, ni inspectores o verificadores designados por el gobierno?

¿Cómo se hace el planeamiento para llevar a cabo las inversiones que deberán prever lo que pueda acontecer dentro de unos años, para tener listo el aparato productivo que tenga que hacer frente a las demandas de ese futuro probable pero hoy inexistente?

El error de politizar la dirección económica

Si los gobernantes carecen de conocimientos adecuados o menosprecian la sabiduría acumulada pacientemente por quienes se han dedicado a estudiar estos problemas, suelen adoptar la actitud de arrogancia propia de los ignorantes que tienen poder político.

Les surge entonces una primitiva y grosera idea: pensar que el proceso económico puede dirigirse mediante oficinas centrales de planificación, encargadas de realizar el cálculo económico y de dar las instrucciones necesarias para que el proceso no se paralice.

En ese caso, lo único que logran tener son costos y valores globales calculados a “grosso modo”. Esas grandes cifras-promedio o valores agregados no sirven para nada, más que para engañar a los incautos, manipular índices de precios o publicar titulares engañosos.

Cuando en un país la economía debe esperar órdenes de un comisario político, dotado de poder de coerción, se produce una involución gradual porque los datos económicos se falsean, todo comienza a confundirse y el proceso económico se encamina en una dirección errónea.

Aquello que es escaso se presenta como barato porque está bajo control político y aquello que es abundante aparece carísimo porque el gobierno está interesado en exportarlo para conseguir divisas y cobrar retenciones.

En resumen, desaparece toda señal confiable, se pierde la coherencia y ya nada indica nada, porque los métodos de dirección del proceso económico no están engranados entre sí sino que dependen de las señales y resoluciones que pueda lanzar el comisario político.

Hoy advertimos un intento creciente por politizar la dirección de proceso económico. Por ejemplo, en la asignación de partidas millonarias a Enarsa para que compre volúmenes crecientes de gas en Bolivia, pagando u$s 5 el millón de BTU para ser vendido a los usuarios finales a u$s 1,50.

Del mismo modo, se aprecia la politización del proceso económico cuando se establece que el gasoil debe tener un precio sensiblemente inferior a los costos internacionales y, para lograr este efecto, se prohíbe a las empresas petroleras que exporten nafta como medio para obligarles a producir el gasoil que el transporte y la actividad agrícola necesitan imperiosamente.

Idénticos efectos se provocaron con la prohibición de exportar carnes para presionar artificialmente el incremento de la oferta de ganado en los mercados de hacienda y lograr un menor precio en las carnicerías. Pero este propósito se frustró ampliamente porque el precio al consumidor final se mantuvo elevado, los criadores e invernadores no recibieron el valor adecuado de sus animales y la diferencia de esos precios empujados a la baja con el precio creciente en las carnicerías fue aprovechado por matarifes, consignatarios, frigoríficos y abastecedores que se quedaron con toda la diferencia. La ganadería comenzó a liquidar sus vientres.

De este modo, cuando los precios son fijados por el Estado, ya no señalan relaciones de escasez efectiva, ni muestran el valor real del dólar, ni exhiben el verdadero precio de los combustibles o de la energía.

Si no cambian, destruyen

Para que las distorsiones que el gobierno está produciendo a diario no alcancen el nivel de no retorno, es absolutamente necesario que las autoridades se preocupen por mantener un sistema monetario estable, que el valor de la divisa esté dado por un mercado libre de manipulaciones, que no se adultere el cálculo de costos y precios mediante el reparto de subsidios, que se ataquen los monopolios y oligopolios internos permitiendo una adecuada apertura al comercio internacional, que no haya interferencia arancelaria en los precios de los mercados mundiales y que se abandone la política de subvenciones porque entorpece la capacidad de funcionamiento del sistema de precios.

El único sistema que permite calcular los costes antes de iniciar el proceso productivo y compararlos con los precios que el mercado está dispuesto a pagar es el sistema de precios libres con moneda estable y sin monopolios. Sin el sistema de precios funcionando a pleno, para que representen las condiciones de escasez o abundancia, no será posible mantener la coordinación de los innumerables actos económicos que, todos los días, realizan en miles de localidades los millones de habitantes que requieren un abastecimiento regular y confiable de los bienes necesarios para su vida.

Si el gobierno persiste en destruir este sistema de dirección del proceso económico a través de precios libres, sólo le restará recoger las ruinas de lo que pudo ser un gran país. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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