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lunes 16 de agosto de 2010

La educación, una cuestión impostergable

En el año de nuestro Bicentenario, deberíamos rescatar aquellos valores que hicieron de nuestro sistema educativo uno de los mejores de América y, como consecuencia, dieron forma a un país que supo ubicarse dentro de los primeros del mundo.

El 90 por ciento de los padres piensa que el problema de la educación está en los docentes y los alumnos. El 90 por ciento de los docentes piensa que el problema de la educación está en los alumnos y los padres. Y el 90 por ciento de los alumnos piensa que el problema de la educación está en los docentes y los padres. He aquí el problema de la educación.

Sobran los diagnósticos educativos que nos indican qué se debe hacer. Desoírlos implica necesariamente seguir empeorando. A los problemas deberíamos responder con metas, soluciones concretas y mucho trabajo. Lejos de ello, año tras año, la política educativa centra sus energías casi exclusivamente en lograr que las clases inicien.

¿Qué hicimos desde nuestra primera participación en los exámenes internacionales de comprensión lectora? Poco y nada. Coherentemente, empeoramos más que nadie. ¿Qué hizo Chile, por ejemplo, para mejorar? Alineó a docentes, padres, alumnos y prácticamente a toda la sociedad detrás de una meta común: mejorar la lectura. Resultado: desde entonces han mejorado sostenidamente.

Todavía no hemos tomado conciencia de que estamos empeorando en la enseñanza de habilidades básicas como la lectura, la escritura y la matemática.

Existe un acuerdo generalizado en que debemos revalorizar la cultura del esfuerzo. ¿Qué hemos hecho en este sentido? Se ha bajado la exigencia con el fin de evitar la repitencia y la deserción. Gran parte de los alumnos logra finalizar la secundaria con muy poco esfuerzo, lo que supone un perfil de egresado con una pobre estructura de hábitos, tanto intelectuales como volitivos. Esto acarrea a los alumnos serias dificultades, tanto a quienes continúan estudios superiores como a quienes quieren ingresar al mundo laboral. La propuesta de la plena escolarización nos ha entrampado en una lógica de baja exigencia, cuyos costos ya estamos padeciendo y continuaremos pagando durante largo tiempo.

Todos estamos de acuerdo en que los maestros deben ser respetados, pero poco es el apoyo que les brindamos cuando sancionan con medidas disciplinarias las faltas de respeto, las agresiones y los mínimos incumplimientos de las normas escolares. No hay duda de que si la escuela carece del apoyo de la familia y la sociedad en general, poco podrá hacer para educar a sus alumnos.

En el año de nuestro Bicentenario, deberíamos rescatar aquellos valores que hicieron de nuestro sistema educativo uno de los mejores de América y, como consecuencia, dieron forma a un país que supo ubicarse dentro de los primeros del mundo. Enseñar eficazmente las habilidades y conocimientos básicos en la Primaria, reivindicar la cultura del esfuerzo y la exigencia en la Secundaria y el respeto a la institución escolar bastarían para que en poco tiempo mejore la calidad educativa.

Un sistema educativo deficiente perjudica en primera instancia a las personas con menos recursos; por ende, excluye. Un sistema educativo deficiente no es funcional a las necesidades de un país.

La educación del hombre, debido a su ser esencialmente social, depende de cada uno de los actores con los que se relaciona. Familia en primera instancia, escuela posteriormente y cada sector de la sociedad con el que interactúa a lo largo de su período de formación. En síntesis: o todos nos ocupamos de educar a nuestros niños y jóvenes, o simplemente a todos nos irá mal. © www.economiaparatodos.com.ar

Alejandro De Oto Gilotaux es profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación, director de Primaria y rector del Instituto de Capacitación e Investigación Docente del Colegio Los Robles.

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