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lunes 28 de febrero de 2011

La estrategia oficialista: siendo protagonistas pretenden jugarla de espectadores

El Ejecutivo se muestra permanentemente desligado de los conflictos como si estuviese parado en la vereda de enfrente y no fuese responsable de muchos de ellos.

Cristina Fernández de Kirchner aún no hizo explícita su candidatura para una posible reelección, pese a ello una suerte de “operativo clamor” la han lanzado a la carrera y todo demuestra que –hasta ahora– no se siente incómoda en ella. Sin embargo, cuanto se ha podido observar no son más que primeros pasos y el camino requiere algo más que fuerza suficiente para atravesarlo.

En ese sentido, aquello que aparece como ventaja competitiva del oficialismo frente a la enclenque oposición y el mentado caudal de votos cautivos que se obtienen por el sólo hecho de estar al frente de la administración (con discrecionalidad magnánima en el reparto de fondos para campaña), se desvanece frente a las incesantes sorpresas que manifiesta el Gobierno cuando, en rigor, no surge novedad.

En ese sentido, conflictos que se desatan de repente muestran a un Ejecutivo desligado de los mismos como si estuviese parado en la vereda de enfrente. Si se analiza el escenario político se verá, por ejemplo, que la actual radicalización en la politización de la Justicia que el mismísimo presidente de la Corte Suprema denunció días atrás tiene sus orígenes en la gestión de los Kirchner. No es posible, y menos aún creíble, que la Jefa de Estado se escandalice frente a dislates que son consecuencia de su propio “modus operandi”.

Por momentos, oficialismo y oposición, se equiparan en el asombro que demuestran frente a una exaltada coyuntura. Ahora bien, si se observa con apenas un mínimo de atención se verá que quienes quieren dar solución a los problemas del hoy, no son sino aquellos que los han gestado cuando tuvieron la ocasión. De ese modo, qué Cristina Fernández declame ahora los horrores del despilfarro que convirtió a Yacyretá en un monumento a la corrupción, suena a descaro cuando ella misma, desde el Senado de la Nación, aprobaba los fondos para su construcción.

De la noche a la mañana, la Presidenta surge como anonadada frente a cuestiones que le son en extremo cercanas. Es inaudita la naturalidad con que se desentiende de temas que son inexorablemente inherentes a su actuación. Que Héctor Capacciolli, por ejemplo, termine procesado y acusado de malversación de fondos, cohecho y otros delitos sin que ello conlleve necesariamente a la Presidencia de la Nación no admite lógica ni razón.

¿Para quién colectaba el recaudador? Situación similar ocurre con Ricardo Jaime: jamás se lo vio actuar lejos de sus patrones si se tiene en cuenta que Cristina Fernández nunca desliga su gobierno del de su antecesor.

No hay interés alguno en desligar de responsabilidades a Aníbal Ibarra, pero convengamos que no es muy justo que digamos que aquel enfrentara un juicio político cuando sucedió la tragedia de Cromagnon por ser la autoridad política en la ciudad capital y no se endilgue responsabilidad alguna al actual gobierno de aquello que pasa y pasó, por ejemplo, con la recaudación de su campaña o con el caos de los ferrocarriles y el sistema de transporte de la Nación.

¿O quién anunció el tren bala haciendo alarde de un conocimiento exhaustivo de la pésima situación en la que viajan los argentinos? Posterior a ello, las desgracias se suceden y sucedieron sin que el costo lo pague justamente la autoridad responsable, que encima tiene el tupé de aparecer como denunciante.

En este desorden de cosas, muy de moda parecen estar los desguaces de cúpulas policiales y demás, pero era el mismo gobernador quien estaba al frente de la provincia de Buenos Aires cuando nadie halló a la familia Pomar, aunque ese apellido se haya transformado en apenas un caso más… Debe ser por esta seguidilla de incoherencias que sorprende ahora la resistencia de Daniel Scioli ante la presión para que reemplace a determinadas figuras de su gestión. Nadie sabe con certeza hasta que punto resistirá el gobernador, aunque todos son conscientes de que el problema excede a un Ministro de Seguridad. También acá, la puja acá es netamente electoral.

Es de suponer que quien elige a su funcionario ha de ser responsable por él, porque si esta ecuación es incorrecta no se explican las purgas, ni tampoco hay causa para deshacer, de la noche a la mañana, la ONCCA aunque sus jefes fueran delfines de los K. Claro está que esta maniobra es mero maquillaje que responde a un interés netamente electoral. El sector agropecuario -para el kirchnerismo-, guste o no, fue un artífice importante de sus triunfos electorales.

En realidad, todo cuanto acontece está reglamentado por las normas no escritas de una campaña que se ha lanzado y promete ser desgastante, al menos para el pobre electorado. Hasta aquella algarabía del triunfo opositor en los últimos comicios se desvanece al advertir que los pactos no son para una mejor gobernabilidad sino para atender los kioscos a los que se aspira conquistar. Sin ir más lejos, así se explica el parate del Poder Legislativo.

Para la gente debiera ser mejor garantía observar un candidato en su banca de diputador o senador que verlo en tarimas proclamando consignas vacías… ¿O no?

Mientras tanto, hoy por hoy, los escándalos que surgen encuentran al gabinete como ajeno a los hechos cuando, en rigor de verdad, son sus gestores más directos. Esta habilidad del oficialismo por situarse en la vereda de enfrente de los episodios más aberrantes que se van descubriendo, no termina de ser denunciada claramente por quienes se supone que sí están en esa acera tratando de ser alternativa política.

No hay doble que valga. Quien estuvo glorificando el régimen de Kadhafi, de Hosni Mubarak o de Mohamed Ghannouchi fue la mismísima Cristina Fernández de Kirchner cuyo silencio hoy demuestra, de algún modo, cierta complicidad en los criterios para gobernar. Pero posiblemente el “mutis por el foro” responda a la falta absoluta de una política exterior, razón por la cual es “normal” que la Argentina esté donde está.

Lo mismo acontece frente al desborde gremial: ¿Cuánto hace acaso que la primera mandataria vistió orgullosa la remera de la juventud sindical? “Cría cuervos…” reza el refrán.

En definitiva, se trata de causa-consecuencia, no hay ningún otro secreto detrás. El kirchnerismo fue protagonista, no espectador. El gran problema de Cristina Fernández radica quizás en no poder endilgarle las culpas a su antecesor y en asumir explícitamente que, hace casi 8 años, es su “modelo” el que gobierna la Nación. © www.economiaparatodos.com.ar

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